29 de marzo de 2024 29 / 03 / 2024

Ojo de mosca 265

El año que la ciencia importó

Martín Bonfil

Foto: Somyot Pattana/Shutterstock

Sin duda, 2020 ha sido el año más difícil para todas las generaciones vivas en este momento (excepto para los poquísimos supervivientes de la pandemia de influenza de 1918-1920).

Un año de retos excepcionalmente duros, de pérdidas, sacrificio y dolor, de soledad y angustia... pero también de logros importantísimos. Logros sociales, como darnos cuenta de lo mucho que nos necesitamos, de lo solidarios que podemos ser, de la importancia de nuestras instituciones y trabajadores de salud. Pero también logros personales: reconocer lo resistentes y flexibles que somos; darnos cuenta de que, aun en condiciones como las que hemos vivido, logramos adaptarnos y seguir adelante; y descubrir nuestra gran creatividad y las formas en que cada quien desde su trinchera —hogar, escuela, trabajo, las instituciones del gobierno o la sociedad civil—, ha puesto aunque sea un granito de arena para sobrellevar la crisis.

Pero también ha sido un año para darnos cuenta de la importancia que el sistema de investigación y desarrollo científico-tecnológico tiene para cada sociedad del mundo, y para la especie humana en su conjunto.

Como dijera el famoso astrónomo y divulgador científico Carl Sagan en su libro El mundo y sus demonios —hoy más vigente que nunca—, “Vivimos en una civilización global en la que los elementos más cruciales dependen profundamente de la ciencia y la tecnología”. Se refería no solo a la tecnología que usamos cotidianamente, como teléfonos inteligentes, televisión satelital, computadoras, automóviles o aviones, sino a la manera profunda en que el conocimiento científico y la tecnología que deriva de él permiten que nuestras sociedades sigan funcionando día a día, desde la producción de antibióticos y nuevos materiales hasta los sistemas de alerta frente a riesgos atmosféricos o epidemiológicos.

La pandemia de COVID-19 nos ha mostrado que la ciencia y la tecnología son absolutamente vitales para nuestra supervivencia. De los sistemas y redes médicas internacionales que permitieron detectar la nueva epidemia a los métodos diagnósticos y el desarrollo de tratamientos y terapias para combatirla, y por supuesto la búsqueda de la ansiada vacuna, la amenaza del coronavirus nos ha mostrado de forma brutal el grado en que dependemos de nuevos desarrollos científicos y tecnológicos para superar y sobrevivir crisis como esta, y poder volver a la normalidad.

Y también nos ha mostrado nuestras fallas: lo increíblemente erradas que son las políticas que, en vez de apoyar a la ciencia y la tecnología de cada país, buscan reducirles el apoyo económico; lo terriblemente peligrosa que puede ser la desinformación que pone en riesgo la salud de los ciudadanos al ofrecer supuestos tratamientos milagrosos o peor, de plano negar la existencia del virus que ha costado ya más de un millón de vidas en el mundo, o la utilidad de la vacunas en desarrollo para combatirlo.

Hoy más que nunca la ciencia importa. Probablemente esta sea la más importante lección que nos deja el 2020. Ojalá seamos capaces de asimilarla.

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