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Estrella Burgos
Una civilización tecnológica es un organismo que se alimenta de energía. Una dieta abundante en combustibles fósiles le da mucha energía, pero deteriora el ambiente. Igual que los organismos biológicos que la componen, la civilización tecnológica necesita alternativas. La fusión nuclear —la fuente de energía de las estrellas— suena apetitosa: da grandes cantidades de energía a partir de un combustible abundante y no produce desechos nocivos. El único problema es que no hemos podido dominarla en varias décadas de investigación. En el artículo de portada Daniel Martín Reina nos explica por qué y narra los esfuerzos recientes y futuros que podrían por fin ponerla en el menú para resolver el problema de la energía limpia.
No hay civilización posible sin ponernos de acuerdo en cómo llamarles a las cosas. Para que, además de civilización, haya ciencia, hacen falta nombres únicos, estables y universales. Issachar López Cuamatzi y María Cristina Mac Swiney nos explican que para eso sirve la nomenclatura científica que propuso Carlos Linneo en el siglo XVIII para nombrar a las especies biológicas. También nos cuentan por qué se eligió una lengua muerta (el latín) para los nombres universales de las especies y cómo se ha ido perfeccionando con el tiempo esta nomenclatura. De paso nos enteramos de que no todo es rigor y formalidad en los nombres científicos: hay bastante margen para el humor, la fantasía y los mensajes en clave.
Cuando las células de un tejido se reproducen desbocadamente se forma un tumor. Reinher Pimentel nos explica que el cáncer no es una sola enfermedad, sino una familia de muchas enfermedades, y nos cuenta sobre técnicas conocidas como la autoexploración y nuevas como la elastografía en tiempo real para identificar cierto tipo de tumores en nuestro organismo. Pero sobre todo nos narra investigaciones recientes que explican por qué los tumores malignos son duros, y cómo se evalúa la agresividad de un tumor a partir de su dureza
