18 de marzo de 2024 18 / 03 / 2024

Una aventura de sexo y ciencia

Pere Estupinyá

Imagen de Una aventura de sexo y ciencia

Ilustración: Eva Lobatón

Una mirada a la investigación científica de la sexualidad humana y sus sorprendentes resultados.

Era noviembre de 2008 y estaba paseando por la sesión de carteles científicos del congreso de la Sociedad de Neurociencia, en Washington, D.C. Soy bioquímico y empecé mi doctorado en genética, pero lo abandoné hace ya más de 10 años para dedicarme exclusivamente a la comunicación de la ciencia. ¿Por qué? En parte porque si hubiera sido investigador, en ese congreso de neurociencia me habría dedicado a ir sólo a las sesiones relacionadas con mi trabajo, mientras que siendo comunicador podía dedicarme a explorar cualquier tema nuevo que me despertara curiosidad.

Con esa filosofía, disfruté deambulando entre los jóvenes científicos que anunciaban con carteles conferencias de temas como optogenética, enfermedad de Alzheimer, tristeza, células madre, memoria, dopamina, y pararme unos minutos a hacerles preguntas. En eso andaba una tarde cuando me topé con un cartel cuyo título, sin saberlo yo, iba a ser el detonante de una gran aventura: "Estimulación del clítoris induce activación de proteínas Fos en el cerebro de la rata".

¿Estimulación del clítoris de una rata? ¿Era realmente lo que yo estaba imaginando? Pues sí. Me quedé unos segundos plantado frente al cartel mirando la foto de una rata (deduzco que hembra) y leyendo descripciones de sus genitales y de las hormonas relacionadas con el deseo sexual, y luego me acerqué a la joven científica que estaba de pie frente al cartel. "Mayte Parada", decía su identificación. Con una expresión muy seria le dije: "Hola, me llamo Pere Estupinyà y soy periodista científico. Tengo una pregunta: ¿tú estimulas el clítoris de las ratas?". "Sí", respondió Mayte con serenidad. "¿Te puedo preguntar cómo?", continué. "Hay varias técnicas y cada investigador tiene su preferida. Yo utilizo un pincel y hago roces breves y rápidos cada varios segundos en lugar de fricciones constantes, porque así es como copulan las ratas".

Me imagino que en este momento ustedes tendrán la misma reacción que yo: tomárselo a broma, pensar "¿y eso para qué sirve?" y dudar de que el sexo se pueda estudiar científicamente, ¡y con ratas! Mayte intuyó mi escepticismo y me dijo algo así: "Hay muchas personas con problemas sexuales y la ciencia y la medicina están obligadas a estudiarlos como cualquier otra función de nuestro organismo. No sé por qué te extraña más leer un trabajo científico sobre el sexo que sobre la capacidad de concentración o la fuerza atlética, por ejemplo. Quizá —como a muchas otras personas— te sorprende que se estudie con ratas. Pero déjame que te diga que, en cuanto al desarrollo básico de los genitales y del sistema nervioso, no somos tan diferentes de las ratas ni de otros animales. Yo no estudio el comportamiento 'psicológico', sino la química que hay detrás del deseo sexual. Como la mayoría del resto de los animales, una rata hembra sólo quiere sexo si está ovulando, pero las ratas no tienen calendarios ni pueden hacer cálculos.

Es una química interna la que hace que se sienta excitada y tenga comportamientos de cortejo. Esa química interna también la tenemos nosotros, y aunque parezca sorprendente, en pleno siglo XXI todavía no la hemos comprendido del todo. Lo que hago es dar diferentes combinaciones de testosterona, prolactina, progesterona y estrógenos a las ratas para ver en qué condiciones les gusta más que les estimulen el clítoris. Muchas mujeres tienen problemas de deseo por aspectos psicológicos o de pareja, pero en ocasiones hay causas fisiológicas ocultas, y la nueva medicina sexual las empieza a contemplar".

Me quedé estupefacto. Era lo más interesante que había escuchado en el congreso. Estuve varios minutos más charlando con Mayte no sólo de hormonas, sino también del origen de los fetichismos, los cambios sociológicos en la sexualidad debido a Internet, vestirse inconscientemente con ropa más sugerente durante la ovulación, aumentar la sensibilidad para incrementar el placer sexual y tener orgasmos más intensos… y preguntándome cómo podía ser que, con más de 10 años dedicado a la comunicación científica, nunca se me hubiera ocurrido escribir sobre la ciencia del sexo. "Si quieres saber más", dijo Mayte, "deberías hablar con Jim Pfaus, mi jefe en la Universidad Concordia de Montreal, que es uno de los principales expertos del mundo en el estudio científico de la sexualidad". Tardé un poco, pero vaya que lo hice.

Una aventura de sexo y ciencia

Una aventura de sexo y ciencia

La asexualidad

Una persona asexual se define como aquella que no siente deseo sexual interno ni atracción física hacia las otras personas. No son personas que rechazan el sexo; de hecho muchos y muchas prueban a veces, buscan otro tipo de estímulos, o se masturban si creen que es positivo para su salud. Ellos y ellas simplemente no tienen ganas, y pueden vivir perfectamente felices sin sexo. Investigaciones de Anthony Bogaert establecen que suelen ser asexuales desde la adolescencia, que la asexualidad no está necesariamente asociada a eventos traumáticos, que en Gran Bretaña entre 0.5 y 1% de la población se define como asexual, y que bastantes de ellos forman parejas porque mantienen intactos los sentimientos románticos. Se están realizando estudios que indican una predisposición biológica a la asexualidad, lo cual es consistente con que empiece desde la adolescencia y se mantenga durante largos periodos de la vida. También se ha visto que los factores hormonales, o la capacidad eréctil en hombres o lubricación en mujeres, son iguales en las personas asexuales que en las sexuales.

Pupilas dilatadas

Las pupilas se dilatan en el momento del orgasmo, como puede observar cualquier persona sexualmente activa (¡siempre y cuando su pareja no cierre los ojos en ese momento!). Luego de observarlo me quedé pensando posibles hipótesis del origen de este fenómeno y recordé a Mayte Parada y su propuesta de entrevistar a Jim Pfaus. Días después lo tenía al otro lado del teléfono diciéndome: "¡Claro que se dilatan las pupilas en el orgasmo! Es uno de los efectos del cambio del sistema nervioso autónomo parasimpático al simpático".

Piensa cómo funciona internamente tu cuerpo. Por un lado, las células responden a unas señales químicas, y por otro hay un extenso conjunto de nervios que activan músculos y recogen información de sentidos y órganos para enviarla al cerebro. Una parte de este sistema nervioso es voluntaria (la que utilizas para mover los dedos y pasar las páginas de esta revista) y otra es autónoma. La parte autónoma dirige sin pedirte permiso los latidos de tu corazón o el movimiento de tus intestinos. Este sistema nervioso autónomo tiene a su vez dos estados posibles: parasimpático y simpático. Las fibras parasimpáticas son las que tienes activas cuando te sientes tranquilo y tu cuerpo está relajado. Pero nuestro organismo está preparado para reaccionar de inmediato si en plena sabana de repente nos ataca un león. Esto se consigue activando las fibras simpáticas, que provocan tensión muscular, aumentan el metabolismo de la glucosa, generan sudoración, segregan adrenalina, aumentan el ritmo cardiaco y la presión sanguínea para activar la respuesta y dilatan los bronquios y las pupilas para respirar y ver mejor. Por extraño que parezca, durante el orgasmo también se activa el sistema nervioso simpático, y "por eso las pupilas se dilatan en el momento del orgasmo", me dijo Jim Pfaus. "Es un dato curioso, pero tiene importantes implicaciones", añadió.

A muchos chicos les habrá ocurrido algo paradójico: estar con una chica que les gusta y mentalmente muy excitados, pero al mismo tiempo muy nerviosos e incapaces de tener una erección. En España a eso le llamamos "gatillazo", y en realidad ocurre porque el estrés ha activado las fibras simpáticas antes de tiempo. Esta activación implica que se retire sangre de las funciones corporales no imprescindibles para enviarla a los músculos. Pues bien, si una situación de estrés activa el sistema simpático, por muy excitado que esté un hombre, su cuerpo retirará sangre del pene y la enviará a los músculos y no podrá tener una erección. En estas circunstancias el sistema nervioso no es precisamente tan "simpático". Pero también hay otra implicación: una vez empezada una relación sexual, para llegar al orgasmo se requiere la activación de esas fibras simpáticas. Es por esto que en algunas mujeres a las que les cuesta llegar al orgasmo, el estrés o la tensión puede facilitarlo. No obstante, hombres y mujeres no somos tan diferentes; eso fue lo que me dijo Jim en tono provocador, y añadió: "Sí lo somos en cuanto a educación y condicionantes sociales, y algo a nivel psicológico, pero neurofisiológicamente somos muy parecidos". Eso que puede sorprenderte se ve claramente si miras la estructura de los genitales. Pene y clítoris parecen muy distintos, pero en realidad son muy semejantes: el clítoris es como un pene más pequeño pero cuyo cuerpo se ha quedado interno y al exterior sólo sale el glande. De hecho en estado embrionario los óvulos y los testículos vienen de las mismas estructuras, y el pene y el clítoris también. Los mismos nervios pudendo y pélvico llegan a los genitales masculinos y femeninos.

Una aventura de sexo y ciencia

Masculino y femenino. Hasta la semana seis de embarazo los genitales de una futura niña y un futuro niño son idénticos. A partir de entonces, si hay cromosoma Y y se libera testosterona, las gónadas empiezan a descender formando testículos y el tubérculo genital crece hacia fuera hasta convertirse en pene. Si no se libera testosterona las gónadas se quedarán internas formando ovarios y se constituirá un clítoris de estructura similar al pene, pero cuya única parte externa será el glande. El clítoris también crece internamente durante la excitación sexual, y eso explicaría el famoso punto G, una zona del interior de la vagina desde donde se pueden presionar los cuerpos cavernosos.

Vida sexual satisfactoria

Algunas recomendaciones de los sexólogos son:

1. Eliminar traumas y presiones: sean de origen religioso o por experiencias dolorosas en el pasado, muchas personas —especialmente mujeres— sienten una resistencia interna al sexo. Un primer paso es trabajar con un sexólogo o terapeuta para eliminar estos frenos. Esto es válido tanto para individuos como para parejas.

2. Estar saludable: el sexo no sólo está en la cabeza, también en tu flujo sanguíneo, músculos y niveles hormonales. Hay trastornos físicos que afectan de manera específica la sexualidad y otras enfermedades como la diabetes que también la limitan. Pero más allá de ellas, estar y sentirte en buena forma es necesario si quieres alcanzar una sexualidad excepcional.

3. Conocerse a sí mismo: eso implica asimilar tus fantasías, deseos y preferencias, pero también conocer cómo funciona tu cuerpo por dentro. Conocer la estructura de tus genitales, el funcionamiento de tu sistema nervioso, y las características de tu organismo y tu mente es básico para aprender a sacarle todo su potencial. En el caso de las parejas, también deben esforzarse en conocerse a sí mismas, para lo cual la comunicación es imprescindible.

4. Abrir tu mente: el primer paso es quitar negatividades, y una vez que eso se consigue, hay que contemplar la sexualidad como algo bonito, positivo y que puede aportar mucho bienestar individual y a la pareja. Nadie obliga a nada, ni dice que se es más feliz con mucho sexo, porque no es cierto. Pero sí es bueno ser más flexibles con nuestros pensamientos, meditar, y no considerar como "extraños" algunos comportamientos diferentes a los nuestros.

Multiorgasmia

Con Jim hablamos de muchas cosas, como la predisposición genética a la multiorgasmia, las personas asexuales —que nunca sienten deseo ni atracción hacia otras personas—, y la posibilidad de que evolutivamente estemos predispuestos a la infidelidad. Para entonces ya estaba plenamente convencido de que quería escribir un libro sobre la ciencia del sexo. En las siguientes semanas empecé a leer muy diversos estudios científicos.

Sobre los orgasmos múltiples encontré estudios realizados con gemelos, que son una de las herramientas que tienen los investigadores para saber si un rasgo tiene mayor o menor componente genético. Si se compara la frecuencia del rasgo a estudiar (por ejemplo hiperactividad, personalidad adictiva, o presión sanguínea alta) en gemelos idénticos, que tienen el 100% de genes en común, y en mellizos, con 50% de genes en común, y resulta que ese rasgo está mucho más correlacionado en los gemelos idénticos, esto indica que la influencia genética es mayor en ese rasgo.

Utilizando la base de gemelos TwinsUK, los investigadores Kate Dunn y Tim Spector, enviaron un cuestionario a 3 654 parejas de hermanas gemelas en el Reino Unido de entre 19 y 83 años. Les preguntaban cuántas veces alcanzaban el orgasmo sólo con penetración, cuántas en pareja pero con otro tipo de estimulación física y cuántas mediante masturbación. Sus resultados, publicados en la revista Biology Letters en septiembre de 2005, mostraron que la capacidad de alcanzar el orgasmo tanto en el coito como mediante masturbación sí tenía un claro componente genético. En concreto, sugirieron que los genes podían explicar entre un 34 y 45% de las diferencias en la población. ¿En qué afectan estos genes? Todavía no se ha investigado con tanto detalle, pero parece que podría estar relacionado con la predisposición a la depresión o a la ansiedad, con diferencias anatómicas, o incluso con los niveles de prolactina (la hormona que influye en la saciedad sexual y es liberada tras el orgasmo).

En ciencia los estudios aislados siempre se toman con precaución, pero otra investigación realizada en Australia con 3 080 hermanas gemelas ofreció resultados muy parecidos: la frecuencia de orgasmos estaba significativamente más correlacionada en gemelas idénticas que en mellizas, incluso controlando factores como número de parejas, divorcios y aspectos socioeconómicos y culturales. Khytam Dawood y sus colaboradores, autores del estudio, que se publicó en la revista Twin Research and Human Genetics en 2005, también especulaban que este carácter genético podría estar asociado con otros rasgos de carácter como extroversión o desinhibición. Hay investigaciones en marcha que analizan genes implicados en el metabolismo de la serotonina, la vasopresina, los estrógenos y otras hormonas. Nadie está sugiriendo que la genética tenga un papel determinante, pero la conclusión es obvia: una mujer puede no alcanzar el orgasmo durante el coito por ansiedad, estrés, inhibición cultural o malestar con su pareja, pero también porque tenga una fisiología diferente a la de otra que sí tiene orgasmos con facilidad.

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Cuando la emoción gana

El trabajo para el libro era un no parar de anécdotas y hallazgos, y más cuando empecé a visitar centros de investigación como el Instituto Kinsey de la Universidad de Indiana, posiblemente el principal en materia de sexualidad. Allí por ejemplo investigan la parte más psicológica e irracional del sexo. Digo irracional en el sentido de que, cuando tomamos decisiones sobre sexualidad, nos solemos guiar más por la emoción que por la razón. Un ejemplo: participé en un estudio en el que me mostraron fotografías de rostros femeninos con un número que indicaba cuántas relaciones sin protección habían tenido esas chicas en los últimos dos meses. Yo tenía que decir qué tan probable sería, en una escala de 1 a 5, que tuviera relaciones sexuales con ellas. Antes de empezar el experimento, estaba convencido de que por guapa que fuera la chica no me acostaría con ella si había tenido muchas relaciones sin protección. Pero una vez que vi sus rostros, cuando alguna me gustaba mucho ya estaba pensando en pretextos para dejar de lado ese convencimiento. Y es que el deseo sexual cambia toda nuestra toma de decisiones, y reconocerlo es básico para entender nuestras acciones. Este poder de las emociones es lo mismo que demuestran infinidad de experimentos en psicología social.

Pero no podía escribir un libro completo sobre la ciencia del sexo sin incluir el enfoque sociocultural. Entrevisté antropólogos que investigan relaciones poliamorosas y han concluido que no somos monógamos sexuales pero sí emocionales; a investigadores que estudian si la pornografía genera adicción o no y que han encontrado que en la inmensa mayoría de las personas no. También entrevisté a expertos que comparan los cánones de belleza facial y corporal de diferentes culturas y entornos socioeconómicos; un resultado muy curioso es que cuando se tiene hambre nos atraen las personas un poco más rellenitas que si estamos saciados. Pero también quise conocer de primera mano qué pensaban actores y actrices porno, ver con mis propios ojos qué ocurría en clubs de sadomasoquismo, conocer cómo es la sexualidad de personas con lesión medular, entrevistarme con asexuales, con personas que han sufrido mucho por el injustificado rechazo social debido a su homosexualidad, visitar clubs de swingers sin avisar a nadie de que estaba tomando notas para un libro y talleres de sexo tántrico donde una mujer nos enseñaba a llegar al orgasmo con la respiración.

Esta aventura, que empezó de manera casual frente a un cartel científico en un congreso de neurociencia, me llevó a descubrir que la sexualidad humana es algo mucho más estimulante física e intelectualmente de lo que nunca había imaginado. Duró 18 meses lo que me tomó investigar para el libro y escribirlo. Se titula S = EX2. La ciencia del sexo.

Si me quedo con una moraleja es que la ciencia nos permite ver un mundo mucho más amplio del que nos muestran nuestros sentidos limitados. Gracias a ella vemos mucho más que estrellas en el Universo, sabemos cómo se comunican nuestras células y empezamos a comprender cómo funciona nuestro cerebro. Es un viaje fascinante, que te incito a no dejar escapar. Una vida sin ciencia es como una vida sin música: puede ser igual de maravillosa, pero nos perdemos una de sus mayores ofrendas.

Una aventura de sexo y ciencia

Más información

Pere Estupinyà es periodista científico. Ha trabajado para los Institutos Nacionales de Salud, Estados Unidos, y el programa español de televisión Redes. Escribe para el diario El País y es autor del Rastreador científico en español del programa Knight del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT).

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