1 de mayo de 2025 1 / 05 / 2025

Bajo tierra

Nohemí Sánchez Sandoval

Imagen de Bajo tierra

Foto: Shutterstock

Don Tacho nos vendía nopales. Lo recuerdo caminando por los pasillos del Instituto de Investigaciones Antropológicas (iia) de la unam, en Ciudad Universitaria, con su vieja cubeta de pintura llena de nopales, cocoles, mole y crema para manos a base de nopal. Cuando venía nos arremolinábamos en torno a él. Sabemos que no se permite vender cosas en las instalaciones de la universidad, pero también sabemos que es una práctica común: artículos de oro y plata, zapatos, galletas, productos de catálogo y hasta pollo y huevo llegan a la comodidad de la oficina.

Los nopales de don Tacho eran frescos y más baratos que en cualquier súper. Los cosechaba en sus tierras, en una zona de la alcaldía Milpa Alta, en el sur de la Ciudad de México, porque además de ser vigilante en el Instituto era agricultor. Poco se imaginaban don Tacho y sus vecinos que esas tierras, cerca del poblado de Santa Ana Tlacotenco, darían más que nopales.

En invierno de 2011 unos agricultores de Santa Ana encontraron unas “piedras raras” mientras cavaban para construir una barda. El chisme corrió por el pueblo y más allá, hasta que llegó al Laboratorio de Prospección Arqueológica (lpa) del iia. Sabiendo que don Tacho vivía por el lugar, el doctor Luis Barba, coordinador del laboratorio, le pidió que tomara algunas fotos. Por desgracia, como a veces sucede (ver “500 flores en un caparazón”, en ¿Cómo ves?, núm. 307), las supuestas piedras ya no estaban. Se organizó una inspección del lugar en la que participaron el Instituto Nacional de Antropología e Historia (inah), el lpa y don Tacho. Por fin convencieron a las personas que se habían llevado las piedras de que al menos les permitieran echarles un ojo. Resultó que no eran piedras.

Eran muelas de mamut.

Bajo tierraNopales de Milpa Alta. Octavio Hoyos/Shutterstock.

Una extraña podadora

Para decidir si vale la pena realizar una excavación arqueológica o paleontológica —y por lo tanto destruir lo que hay encima— se requieren muy buenos argumentos. Para empezar, hay que tener alguna idea de lo que oculta la tierra, porque de otro modo sería como practicar una cirugía sin hacer antes tomografías, rayos x, ultrasonidos y análisis de sangre, según una analogía de Luis Barba.

Desde la década de 1970 estos indicios se reúnen por medio de técnicas geofísicas de prospección a gran escala, pero adaptadas a aplicaciones de pequeña escala. A gran escala se buscan petróleo, agua, fallas geológicas y cosas así, y tanto la profundidad como el perímetro de estudio se miden en kilómetros. A pequeña escala, en cambio, se buscan alteraciones del terreno de máximo cinco metros de profundidad y en un perímetro de decenas de metros. Estas técnicas son el levantamiento magnético, la tomografía de resistividad eléctrica y el radar de penetración terrestre o georradar. Juntas ofrecen una imagen de lo que hay en el subsuelo sin alterar el terreno, en menos tiempo y a menor costo que con la técnica tradicional de perforar pozos de sondeo con máquinas que pueden dañar lo que se encuentre ahí enterrado.

Bajo tierraCartografía de los antiguos lagos de la Ciudad de México. Jacques-Nicolas Bellin, 1754.

En abril de 2012, tras obtener la autorización de la familia Arellano Flores, propietaria del terreno de Milpa Alta, el equipo científico coordinado por el arqueólogo Agustín Ortiz y el geofísico Jorge Blancas, realizó un levantamiento topográfico a partir de imágenes satelitales y mediciones con gps para obtener la posición geográfica y cartografiar los accidentes de superficie. Los resultados de un estudio de prospección magnética (que mide pequeñas diferencias en el campo magnético a lo largo del terreno) sugirió que había material volcánico. Los huesos, por su aridez, tienen propiedades eléctricas distintas a las de la tierra que los rodea. La tomografía de resistividad eléctrica mostró que, en efecto, ahí abajo había algo más que tierra y piedras.

Pero la técnica principal fue la prospección con georradar, que tiene la capacidad de determinar lo que hay bajo la superficie a distintas profundidades. El del lpa es un aparato montado en un carrito que se empuja por todo el terreno como si fuera una podadora. El estudio sugería que ahí, un metro bajo tierra, se hallaba enterrado un esqueleto de mamut completo.

Y sí. El ejemplar resultó ser un mamut adulto joven, de aproximadamente 40 años de edad, de cuatro metros de largo por cuatro de alto, recostado sobre su lado izquierdo. Los huesos estaban cubiertos de ceniza volcánica (a 800 metros del terreno se encuentra el volcán San Miguel, en cuyo cráter hoy se juega futbol llanero). Es muy común encontrar restos de mamut en la región del antiguo lago de Texcoco; al construir el aeropuerto Felipe Ángeles se encontraron muchos. Pero éste es especial por estar tan completo, y por la altitud (2 800 metros sobre el nivel del mar) y las circunstancias en las que murió. Como los demás, pertenece a la especie Mammuthus columbi, la única especie de mamut que vivió en México y que se extinguió hace más de 10 000 años.

Bajo tierraFoto cortesía de Óscar R. Solís-Torres.

Ventanas

Conforme se pasea por el terreno el georradar emite pulsos de ondas de radio de distintas frecuencias que penetran el subsuelo. Al toparse con materiales de propiedades electromagnéticas diversas las ondas de radio pueden rebotar, desviarse o dispersarse, y se atenúan mientras mayor sea la distancia a la que se encuentra el material que las afecta. Un receptor capta las señales que regresan a la superficie, y a partir de éstas una computadora construye radargramas, que representan información de anomalías en el subsuelo (por ejemplo, objetos enterrados, cavidades, excavaciones vueltas a tapar). Es como un estudio de ultrasonido para ver dentro del cuerpo o el increíble sentido de ecolocación de animales como delfines y murciélagos, pero en vez de con ondas mecánicas como el sonido se usan ondas de radio.

Si visitas el Centro Histórico de la Ciudad de México te encontrarás con unas “ventanas arqueológicas” perforadas en muchas aceras, por ejemplo en la calle de Guatemala y frente a la catedral. Si te asomas verás rastros del basamento mexica que subyace a los edificios, negocios y restaurantes contemporáneos: los restos de la plaza principal de Tenochtitlan. El georradar sirvió para determinar dónde abrir estas ventanas, porque evidentemente no se podía excavar todo el Centro Histórico de la Ciudad de México, aunque sabemos que la capital entera del antiguo imperio mexica está allí abajo: casas, mercados, calzadas y todo.

Bajo tierraExcavación del mamut de Milpa Alta. Cortesía del Laboratorio de Prospección Arqueológica del iia, unam

La tierra en la Luna

A principios del siglo xx Christian Hülsmeyer, considerado el padre del radar, obtuvo la patente de un dispositivo, que llamó telemobiloscopio, el cual usaba ondas electromagnéticas para detectar objetos metálicos lejanos. Así detectó la proximidad de barcos en la niebla con el objetivo de mejorar la seguridad en la navegación. El radar moderno, desarrollado en las primeras décadas de ese siglo, fue de gran utilidad en la Segunda Guerra Mundial y hoy sigue usándose en la guerra, la navegación aérea y para detectar coches que rebasan el límite de velocidad.

Curiosamente, la primera vez que se usó un radar para estudiar lo que había bajo la tierra no fue en la tierra de la Tierra sino en la tierra de la Luna. En la misión espacial Apolo 17, de 1972, se utilizó un instrumento llamado Lunar Surface Penetrometer para estudiar la estructura del suelo lunar. No es exactamente como el georradar moderno, pero funcionaba de una manera muy parecida, enviando ondas electromagnéticas a la superficie y midiendo sus reflejos. El experimento, dirigido por el geofísico Paul D. Lowman, de la nasa, también buscó indicios de agua. No la encontró (el agua lunar está en otra parte), pero demostró que el principio funcionaba.

Bajo tierraTelemobiloscopio. Museo Alemán, Múnich, cc 4.0.

Su carpeta se está trabajando

La superficie de México mide casi dos millones de kilómetros cuadrados. Somos el tercer país más grande de América Latina y el quinto del continente americano. Por aquí pasaron los primeros pobladores de América hace al menos 14 000 años. Mucho antes de que fuera México, lo poblaron dinosaurios y luego la megafauna de la última glaciación. Alguna vez estuvo sumergido casi por completo bajo el mar de Tetis. Fue hogar de decenas de civilizaciones e imperios. ¡Lo que debe haber bajo esta superficie!

Pero este enorme territorio no sólo guarda vestigios de vida y civilizaciones antiguas. Igual que en Santa Ana Tlacotenco, a veces un perrito que rasca la tierra, una niña que juega a cavar un pozo o una persona en su trayecto cotidiano encuentran enterrados objetos insólitos que resultan ser huesos, pero no de la megafauna del Pleistoceno.

Hace poco recibí una de esas noticias que te dejan muda porque no hay nada que puedas decir para mitigar el horror: una persona cercana a mí tiene un familiar desaparecido. México se encuentra entre los seis países del mundo con el mayor número de personas desaparecidas. “México es una enorme fosa clandestina”, dijo en 2019 Alejandro Encinas, a la sazón subsecretario de derechos humanos.

Impacta escuchar las historias que cuentan los colectivos de madres y familias buscadoras: los años que llevan buscando —a veces más de diez—, los lugares donde duermen, la organización para comer e hidratarse durante la búsqueda y la transformación de sus dinámicas sociales, económicas y familiares (a veces renuncian a sus trabajos y también dejan en casa a hijas e hijos más pequeños mientras salen a buscar). Buscan personas vivas en hospitales, reclusorios, centros de salud mental, centros nocturnos, pero también muertos en el Servicio Médico Forense y en el campo, excavando. Se organizan en colectivos porque saben que solas no son escuchadas. Pueden pasar meses o años sin que sus expedientes sean atendidos. “Su carpeta se está trabajando. Cuando tengamos algo le llamamos.” Lo escuchan con frecuencia.

Bajo tierraEjemplo de radargrama de una pirámide.
Fuente: “Ground Penetrating Radar Transect Image”, Pyramid geophysics, en: https://pyramidgeophysics.com/ground-penetrating-radar/gpr-transect/.

Hay colectivos en distintos estados y algunos están conectados en redes nacionales. A veces, buscando a su familiar encuentran el de otra madre o familia buscadora de la red. Hay predios en donde los cuerpos y restos óseos provienen de otros estados. “Sabemos dónde los levantan o desaparecen, pero no sabemos adónde los van a llevar”, atestigua una madre buscadora.

En una plática organizada por el seminario permanente “Trata de personas en un nuevo contexto de riesgos globales, regionales y nacionales”, de la Cátedra Extraordinaria “Trata de Personas” y el Laboratorio de Antropología Forense del iia, se habló de las brigadas de búsqueda en campo. Su duración es de varios días o incluso semanas. Ubican fosas, escarban y limpian tramo por tramo con picoletas de distintos tamaños usando guantes de jardinería. Suben cerros, bajan a sótanos, laderas y pendientes. Buscan desde el amor, como ellas lo dicen, amor y esperanza. Y los predios donde buscan son conocidos. Al parecer autoridades, instituciones y colectivos buscadores saben que son fosas clandestinas. “El Ajusco es una enorme fosa clandestina, y todos lo sabemos”. (Puedes ver la plática en YouTube.)

Ahora bien, si el georradar resultó muy eficiente para ubicar la profundidad y ubicación de los huesos de un mamut del Pleistoceno, y al parecer todos saben dónde hay fosas clandestinas, ¿no podría esta herramienta ubicar cuerpos y restos óseos en el subsuelo? ¿Esto ayudaría a reducir los tiempos de respuesta de las fiscalías a familiares de personas desaparecidas?

Bajo tierraRadar de penetración terrestre (gpr)

Cerdos y vikingos

En un artículo publicado en 2012 en la revista Journal of Archaelogical Science se explica cómo un grupo de investigación de Estados Unidos e Islandia probó la capacidad de detección de restos humanos del georradar. El equipo recorrió de arriba abajo con el aparato un cementerio vikingo del siglo xi y un cementerio medieval (del siglo xiii) en Islandia. Los cuerpos enterrados en el cementerio vikingo arrojaron una señal clara que permitió deducir incluso su orientación; cuando los exhumaron los investigadores observaron que se trataba de esqueletos muy bien conservados. En cambio, los cuerpos del cementerio medieval, sepultados en suelos más húmedos, estaban muy deteriorados y no produjeron buenas señales.

Algo similar encontró un equipo indonesio que en 2016 inspeccionó con georradar un cementerio moderno: los cadáveres más recientes (que al momento del estudio tenían dos semanas de sepultados) arrojaron las señales más claras y fáciles de interpretar. En otro estudio (publicado en 2015 en la revista Forensic Science International) un equipo italiano enterró 11 cuerpos de cerdo en áreas boscosas y las desenterró periódicamente (entre dos y 111 semanas después), y pasó lo mismo: mientras más recientes los restos, más fácil era encontrarlos con georradar. A las 111 semanas de la sepultura el georradar ya no detectaba nada.

Bajo tierractbto Preparatory Commission cc 2.0)

Todo esto sugiere que el georradar es útil como técnica para encontrar fosas clandestinas recientes, y también que las búsquedas tienen que complementarse con técnicas geofísicas diferentes.

En otros países se ha profesionalizado la geofísica forense, mientras que en México, a pesar de nuestras circunstancias, aún hay pocas personas especializadas en la aplicación de esta técnica a la resolución de crímenes. Hay informes de que algunas fiscalías ya cuentan con georradares, pero están guardados porque no hay especialistas que los operen e interpreten los registros. ¿Es por falta de garantías de seguridad? ¿Hay instituciones que genuinamente les respalden? ¿Cuánta historia encontraríamos bajo nuestro suelo?

Nohemí Sánchez Sandoval

Nohemí Sánchez Sandoval estudió diseño gráfico en la unam y la maestría en comunicación y humanidades digitales en la Universidad del Claustro de Sor Juana. Forma parte del colectivo Ruta cpcera, viaje a la ciencia, y co-coordina los seminarios Entornos y Narrativas Digitales en la Academia y de Divulgación Antropológica, ambos del iia, donde labora desde hace 20 años en el área de comunicación digital.

Logotipo Facebook
Logotipo Twitter
Logotipo YouTube
Logotipo Instagram
Logotipo Spotify
Logotipo tiktok

Síguenos en nuestras redes sociales

Imagen de Ciencia a domicilio
Imagen de Suscripción a la revista
Imagen de Universum
Imagen de Ciencia UNAM