25 de abril de 2024 25 / 04 / 2024

Trastornos de ansiedad: la marca del miedo

Eduardo Thomas Téllez

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Foto: Shutterstock

Sentirse atemorizado o aterrado es perfectamente normal en ciertas situaciones, como cuando nuestra vida está en riesgo. Pero si no hay una amenaza que lo justifique podríamos tener un trastorno emocional que es necesario atender.

Es lunes por la mañana. Cuando Javier llega a la escuela ya alumbra el Sol y el bullicio habitual de sus compañeros le parece apagado y lejano. No busca a sus conocidos. Al pie de la escalera tiene un discreto mareo, como cuando sube un elevador. Siente los latidos del corazón y se apresura. El baño más cercano está en el siguiente nivel. Va lo más rápido que puede. El barullo del entorno lo envuelve, pegajoso y asfixiante. Empuja con fuerza la puerta del baño. No llega al excusado. En el primer lavabo, con sólo un arqueo, la saliva deja lugar a un ácido amarillento que pasa como brasas por su garganta. Una vez enjuagada la boca siente alivio. Aún tembloroso, con falta de aire y opresión en el pecho, retoma la dirección de su salón; por su mente pasa fugaz el temor a morir o enloquecer. Se apresura nuevamente. Su examen de química empieza en 10 minutos.

Trastorno de ansiedad social o fobia social
La ansiedad se produce ante la interacción social y situaciones que implican la posibilidad de ser examinado. Quien la sufre siente que puede ser reprobado, rechazado, avergonzado o humillado por los demás.

Inquietudes

Cualquiera diría que Javier es “nervioso” y es normal que un examen difícil le provoque aprensión, vómito y hasta diarrea. O que sentir un gran temor a hablar en público, al grado de no poder articular palabra, es un problema menor aunque interfiera con el desarrollo escolar o laboral. Quien vive con inquietud en casi todas sus actividades, evitando el contacto con otras personas y saliendo lo menos posible de su casa, también podría pensar que eso es normal y justificar su aislamiento con la idea de que la gente es hostil, aburrida o tonta. Si es estudiante, se encerrará en los libros o navegará por horas en internet con tal de no ver a nadie. Pero esa inquietud llega a ser una importante limitación en el desarrollo de capacidades personales; quien la sufre puede perder oportunidades de estudio —hay personas que por ese motivo han dejado opciones de posgrado en el extranjero—, de trabajo, de tener amistades y hasta de establecer relaciones amorosas.

Ver llorar y sufrir a un niño pequeño al separarse de sus padres es bastante común, sobre todo en los primeros días de escuela. Observar esa reacción con intensidad claramente excesiva en un niño mayor, y sobre todo en un adulto, es muy impresionante. Recuerdo haber visto a un hombre de unos 40 años que berreaba sostenido por otras personas que trataban de impedir que cruzara hacia la zona de revisión en un aeropuerto. Del otro lado, su madre se despedía de él con una beatífica sonrisa. Nadie pensaría que eso es normal. Y tampoco lo que le sucedió a Carlos, un adulto joven.

Un día y de manera completamente inesperada —no había ninguna molestia ni señal de que algo pudiera afectarlo y sin estar expuesto a ninguna circunstancia que pudiera explicar lo que sentía—, Carlos tuvo lo que él mismo llamó una “crisis”. Sintió cierta inquietud en el cuerpo y luego le faltó el aire, tenía que inspirar con fuerza y aun así le parecía que se ahogaba; al mismo tiempo su corazón palpitaba fuerte y acelerado. Mareo, temblor, sudor con oleadas de calor que alternaban con frío, una intensa sensación de hormigueo en los labios y brazos… Como un relámpago le surgió la idea de que se estaba muriendo. La crisis no duró más de 30 minutos y en el hospital tras minuciosos estudios de laboratorio y un electrocardiograma, le aseguraron que estaba sano, que “sólo eran sus nervios”.

Las situaciones que hemos descrito pueden parecer muy distintas, unas más preocupantes e incapacitantes que otras, pero tienen algo en común: en todas hay un trastorno de ansiedad. Y no, no es normal sentirse así y hay que buscar ayuda psiquiátrica cuanto antes.

Trastorno de ansiedad por separación
Se caracteriza por temor o ansiedad ante la separación de aquellas personas por las que se siente apego en un grado inapropiado que limita el desarrollo. Hay un persistente miedo o ansiedad por los posibles daños que ellas pudieran sufrir, como una enfermedad, calamidades o muerte, o por las situaciones que las alejen en forma temporal o definitiva. Este trastorno es propio de la infancia, pero se puede manifestar también en la adolescencia y en la edad adulta.

Agorafobia
Las personas con este tipo de ansiedad se sienten temerosas ante dos o más de las siguientes situaciones: uso del transporte público, estar en espacios tanto abiertos como cerrados, en una multitud, formados en fila, o estar solos fuera de casa. Temen estas situaciones debido a suponer que podrían desarrollar síntomas similares a la crisis de pánico u otros síntomas incapacitantes o humillantes en circunstancias en las que escapar sería difícil, o donde no podrían disponer de ayuda. Dichas situaciones pueden ser toleradas si disponen de compañía confiable.

La necesidad del miedo

Ansiedad, angustia y miedo son prácticamente lo mismo, aunque algunos autores establecen diferencias a partir de la manera en que se manifiestan. Se dice que ansiedad son las manifestaciones físicas del temor y se considera una respuesta anticipada a una probable amenaza, y que angustia es el miedo sin una causa evidente que lo provoque.

Todos hemos conocido el miedo, no hay quien no lo haya sentido. Podemos definirlo como una sensación de peligro inminente y se acompaña de cambios físicos que nos preparan para la huida o la lucha. Así, el miedo es una respuesta adaptativa y su intensidad depende de la magnitud de la amenaza y el contexto en que se percibe. ¿Cómo pasamos de estar tranquilos, incluso muy relajados, a sentir miedo?

La relajación, una sensación de placidez, se pierde ante un acontecimiento nimio en el entorno, un estímulo que al principio es casi imperceptible pero que va llamando nuestra atención y generándonos estrés; entonces el placer se torna en curiosidad. Si la curiosidad no es satisfecha se genera más tensión y el miedo se hace perceptible: un buen ejemplo es el ruido extraño en una noche oscura que continúa sin que alcancemos a explicarlo. En cambio, el mundo conocido, familiar, cuyo funcionamiento se entiende, genera paz. Si lo conocemos a satisfacción no representa amenaza alguna.

El miedo extremo, el terror, es consecuencia de una incertidumbre que presagia el máximo dolor ligado a la muerte, como le sucedió a Carlos y en forma menos intensa a Javier, cuando sintió fugazmente el miedo a morir. El terror o pánico se manifiesta con la máxima tensión física y psicológica de que somos capaces, y puede llegar incluso a paralizarnos.

Las funciones orgánicas que se modifican durante el miedo, como presión arterial, respiración, frecuencia cardiaca, tensión muscular y movimiento del sistema digestivo, son autónomas; es decir, tienen un centro neurológico regulador automático, no dependen de la voluntad del individuo. Ese centro es una región cerebral llamada hipotálamo, la cual también participa en el control de las emociones.

Como sabemos que el miedo puede hacernos sufrir intensamente, tratamos de evitarlo o luchamos contra él. De ahí que a veces se le considere una enfermedad, aunque sea un fenómeno natural. Más todavía, el miedo es indispensable para la supervivencia. Nos avisa de los peligros y nos da herramientas para protegernos. Sin miedo, en la selva o la ciudad, tendríamos muy pocas posibilidades de sobrevivir. Pero el sufrimiento que produce difumina los límites entre salud y enfermedad. Cuando el miedo que se siente es desproporcionado, excesivo, para la situación que lo produce, como en el caso de Javier, o no tiene causa aparente como le sucedió a Carlos, estamos frente a un trastorno de ansiedad.

Trastorno de pánico o crisis de ansiedad
Se manifiesta por la aparición súbita de síntomas de miedo, o malestares intensos relacionados con este que alcanzan su máximo nivel en cuestión de minutos. Son característicos la opresión del pecho y sensación de falta de aire, palpitaciones, temblor y sudor, entre otros. La crisis de pánico puede ser esperada, en respuesta a objetos o situaciones típicamente temidas, o inesperada, cuando no hay razón aparente. Las crisis suelen ser recurrentes, y entre una y otra se produce una intranquilidad y preocupación continua por tener nuevas crisis. Puede inducir cambios en el comportamiento que impiden la adaptación natural, por ejemplo se evitan actividades como el ejercicio o cualquier situación desconocida.

La fobia específica
Es un miedo irracional a situaciones u objetos precisos, en consecuencia se les evita de manera persistente y desproporcionada. Hay varios tipos de fobias específicas: por ejemplo, a las alturas, a ciertos animales, a la administración de una inyección o a ver sangre. Pero es posible desarrollar fobia a cualquier cosa.

Trastornos de ansiedad: la marca del miedo

Control de emociones

Puesto que el miedo es una función normal, contamos con un mecanismo fisiológico que lo regula. Para fines prácticos, lo podemos considerar como una alarma. Pero es una alarma muy especial, pues además de que nos avisa del peligro, nos prepara automáticamente, sin la intervención de nuestra voluntad o conciencia, para defendernos o huir. Esta alarma es un conjunto de circuitos neuronales: neuronas de diferentes estructuras anatómicas, como el hipocampo, la amígdala, el hipotálamo y la corteza cerebral, que se unen para cumplir su función. Las neuronas son células especializadas, pero células al fin y por ello pueden enfermar o fallar de alguna manera, igual que cualquier organización biológica, dando lugar a diversos padecimientos, entre ellos los trastornos de ansiedad.

Las distintas estructuras cerebrales que regulan las emociones humanas y sus manifestaciones fisiológicas, incluido el miedo, constituyen el llamado sistema límbico.

Desde las primeras descripciones que se hicieron de este, hacia finales del siglo XIX y principios del XX, se pensaba que el hipotálamo era el centro coordinador de las emociones. Su importancia es fundamental, pues ahí se modulan las respuestas físicas mediadas, sobre todo, por el sistema nervioso autónomo. Hoy se considera que la pieza central en el control de las emociones es la amígdala. Esta recibe información de la corteza dorso-lateral, así como del hipocampo, estructura clave en el funcionamiento de la memoria, e indispensable en la variación de las emociones. A su vez, la amígdala envía información al hipotálamo, corteza prefrontal y un sistema hormonal denominado hipotálamo-hipófisis-corticosuprarrenal.

La diversidad de las respuestas emocionales del ser humano ha impedido su comprensión sistematizada. Ahora, después de un siglo de investigaciones, el sistema límbico empieza a develar sus secretos. En buena medida su acción está programada genéticamente, de ahí que algunos de sus trastornos se consideren hereditarios, o por lo menos producto de una fuerte carga genética. Sin embargo, como la mayoría de las funciones neuronales, el sistema límbico debe configurarse para funcionar en el ambiente físico, social y familiar de cada individuo, de manera que las experiencias del desarrollo temprano moldean nuestras respuestas emocionales. Como todo el sistema nervioso, esos circuitos tienen una gran plasticidad para adecuar su función a diversas condiciones. Debido a que la evaluación del ambiente y la toma de decisiones conscientes son un proceso largo, si sólo dependiéramos de ellas estaríamos expuestos a demasiados peligros. Imagínate que para alejar la mano del fuego que la quema o para apartarnos del camino de un auto que está a punto de embestirnos a toda velocidad hubiera que tomar la decisión consciente de hacerlo; nuestra reacción se tardaría demasiado. Por ello la alarma y las primeras medidas para defendernos son automáticas; estímulos sutiles, que no somos capaces de percibir conscientemente, pueden activar su funcionamiento de manera repentina, provocando además asombro y temor.

Trastornos de ansiedad: la marca del miedo

Mutismo selectivo
Consiste en la incapacidad de hablar cuando hay una expectativa social de hacerlo, por ejemplo en la escuela. Quien lo sufre habla sin problema en otras situaciones. Este bloqueo del lenguaje tiene consecuencias significativas en los logros académicos o laborales, o bien altera la comunicación social normal. Los niños con mutismo selectivo hablan en su casa en presencia de sus familiares inmediatos, pero a menudo no hablan ni siquiera ante sus amigos más cercanos o familiares de segundo grado, como abuelos o primos. El trastorno suele estar marcado por una elevada ansiedad social.

Trastorno de ansiedad generalizada
Sus características principales son ansiedad persistente y excesiva, centrada en aspectos como el trabajo o el rendimiento escolar, que se perciben difíciles de controlar. Además, se experimentan síntomas físicos como inquietud o sensación de excitación, nerviosismo, fatiga, dificultad para concentrarse o mente en blanco, irritabilidad, tensión muscular y alteraciones del sueño.

Plasticidad cerebral

La plasticidad con la que se configuran los circuitos que regulan el miedo da cuenta de cómo las experiencias vividas durante las primeras etapas del desarrollo individual organizan modelos de reacción para enfrentar amenazas e incertidumbre a partir de la memoria y la imaginación; esta última podría entenderse como proyecciones de la memoria hacia el futuro. Por ejemplo, un niño que fue golpeado por un maestro temerá encontrarse con otros maestros en el futuro imaginando que podría volver a sufrir una agresión a partir de su recuerdo.

Recordar todos los detalles amenazantes y la infinidad de condiciones peligrosas que rodean a la frágil condición humana probablemente haría imposible el funcionamiento de esos circuitos; pero condensando y amalgamando situaciones de peligro y condiciones de tranquilidad, se consolida un sistema de simbolización —la paloma que simboliza paz, o el color rojo que en cierto contexto simboliza peligro— que representa al mundo en elementos psicológicos y sus correspondientes emociones, haciendo manejable la incertidumbre que de otra manera sería intolerable. Por otro lado, aunque las primeras experiencias de la vida definen las bases con que empezaremos a enfrentar nuestra realidad, la plasticidad de las neuronas se mantiene y lo aprendido, en cierta medida, se puede modificar. Pasado el desarrollo inicial, acontecimientos traumáticos en los que se ha expuesto la vida, por ejemplo, pueden provocar en el sistema de alarma una “calibración” diferente, más sensible. Así, cambios repentinos que se vivían habitualmente sin sobresalto se sienten como amenazas mayores y se produce un estado de alerta más intenso que facilita la ansiedad, y se evoca con frecuencia el suceso traumático que aparece incluso en sueños. Esta condición se considera un estado patológico por el sufrimiento que produce.

En los circuitos que regulan el miedo se puede generar una función anómala por diversas causas, por ejemplo consumir sustancias tóxicas como cocaína y anfetaminas; por enfermedades sistémicas, como las metabólicas, las endócrinas y el cáncer; y por padecimientos de origen genético. Todas ellas alteran específicamente los mecanismos íntimos de las neuronas de dichos circuitos.

Los trastornos de ansiedad

No siempre es fácil entender la ansiedad. Podemos considerarla como un síntoma semejante al dolor. Los dos están presentes en muchas enfermedades y representan una señal de alarma que requiere atención inmediata. Pero identificar cuándo se trata de una afección del sistema que regula la propia alarma entraña una especial dificultad. De hecho, no ha sido sino hasta muy recientemente que se consideran los trastornos de ansiedad como padecimientos en sí mismos. Podemos encontrar descripciones de ansiedad desde los textos hipocráticos de la Grecia clásica, pero durante muchos siglos se pensó que era algo que acompañaba a otras enfermedades. Es hasta 1952 cuando la Asociación Psiquiátrica de Estados Unidos, en su manual de diagnóstico estadístico (DSM-II), incluyó la categoría Neurosis de ansiedad, que comprendía prácticamente todas las formas de ansiedad. Hoy la investigación clínica y el reciente desarrollo de las neurociencias permiten reconocer diferentes trastornos de ansiedad. (véase ¿Cómo ves? Núm. 220). El de Javier se conoce como trastorno por estrés agudo, mientras que lo sucedido a Carlos fue un ataque de pánico o crisis de angustia; la condición de una persona que se aísla se llama fobia social, la de un adulto como el que berreaba en el aeropuerto es un trastorno de ansiedad por separación, y la de una persona que enmudece cuando tiene que hablar en público se llama mutismo selectivo.

Una manera simple, aunque no definitiva, para determinar si la ansiedad requiere tratamiento consiste en observar el sufrimiento que sus manifestaciones producen y, sobre todo, si limitan o inhiben la capacidad para adaptarse al ambiente. Un diagnóstico más certero se logra aplicando los criterios de los manuales que para ese fin han elaborado la Organización Mundial de la Salud, el ICD10, y la Asociación Psiquiátrica de Estados Unidos, el DSM-V.

Los trastornos de ansiedad son la principal razón de consulta psiquiátrica en México y el mundo, con cifras que en nuestro país, de acuerdo con la Encuesta Nacional de Epidemiologia Psiquiátrica, alcanzan hasta 14 % de la población adulta a lo largo de su vida. Lamentablemente hay quienes lo sufren hasta por nueve años antes de buscar ayuda.

Tratamiento

Buena parte de los trastornos de ansiedad requieren una intervención inmediata que contemple los aspectos biológicos, las influencias sociales y culturales (estas nos permiten entender los mecanismos que desencadenan el miedo), y los aspectos psicológicos (reacciones emocionales con las que cada quien enfrenta sus temores). Los medicamentos ansiolíticos y los antidepresivos son herramientas muy efectivas en estos casos, pero además es necesario echar mano de formas de psicoterapia específicas para cada caso.

Los ansiolíticos son sustancias que actúan favoreciendo la acción de un neurotransmisor llamado ácido gama amino butírico (gaba); este inhibe la sobre-excitación de las neuronas que provocan los síntomas de ansiedad. Su actividad es rápida; en pocos minutos puede controlar un ataque agudo de pánico, pero no impide que vuelva a ocurrir. Los antidepresivos en cambio, aunque tardan de dos a tres semanas en empezar a tener efecto, pueden lograr, con un uso prolongado, que los síntomas no se repitan.

La psicoterapia siempre está indicada y su modalidad depende del tipo de trastorno de ansiedad del paciente. Por ejemplo, la desensibilización progresiva, que consiste en acercarse lenta y progresivamente al objeto que causa la angustia, es la más recomendada para la fobia específica. En otros casos se recomienda la terapia cognitivo-conductual, en la que se exploran los procesos de pensamiento que puedan estar relacionados con el desarrollo de los síntomas.

Es necesario tener siempre presente que el miedo forma parte normal de la vida y si bien es cierto que su funcionamiento puede alterarse y provocar sufrimiento, siempre hay forma de arreglarlo. Los trastornos de ansiedad pueden mejorarse mucho, e incluso curarse, con el tratamiento adecuado.

Trastorno de ansiedad inducido por sustancias
Engloba la ansiedad debida al abuso, intoxicación o retiro de sustancias o tratamientos médicos. Por ejemplo estimulantes como el café, las anfetaminas y la cocaína. Suprimir de manera repentina el uso de ansiolíticos (tranquilizantes) y alcohol es también una causa frecuente de este trastorno.

Trastorno de ansiedad debido a una enfermedad médica
Los síntomas de ansiedad son la consecuencia fisiológica de una enfermedad médica, por ejemplo hiper o hipotiroidismo.

Más información

  • Hernández Pacheco, Manuel, Apego y psicopatología: la ansiedad y su origen, Desclée de Brouwer, Bilbao, 2018.
  • Andreoli, Stefania, ¿Qué me está pasando?: cómo combatir la ansiedad de nuestros hijos en un mundo cada vez más estresante, Grijalbo, Barcelona, 2017.

Eduardo Thomas es médico especialista en psiquiatría por la UNAM y el Hospital Español de México, certificado por el Consejo Mexicano de Psiquiatría. Es colaborador habitual de ¿Cómo ves?

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