19 de abril de 2024 19 / 04 / 2024

Ojo de mosca 137

La ciencia como herramienta

Martín Bonfil Olivera

Una herramienta sólo es útil si sirve eficazmente para cumplir su propósito.

No puede decirse propiamente que la ciencia sea una herramienta, pues no cumple con una función práctica. Sirve sólo para producir conocimiento sobre la naturaleza. Pero este conocimiento puede luego aplicarse, por ejemplo para producir tecnología o para solucionar problemas específicos. ¡Y funciona!

La ciencia, entonces, nos permite, además de entender un problema, construir herramientas para resolverlo. Pero también sirve para detectar falsas soluciones a problemas: herramientas engañosas que en realidad son sólo estafas.

Un ejemplo actual son los “productos milagro”: supuestos tratamientos médicos o nutricionales que ofrecen curar las más diversas enfermedades o corregir problemas corporales, de la diabetes al cáncer, y de las verrugas a la obesidad. Pueden estar basados en herbolaria o en una supuesta “tecnología avanzada”, pero en todos los casos, al someterlos a prueba, resultan completamente inútiles, cuando no perjudiciales. Al prometer algo que no cumplen, su venta constituye un fraude para el público que los compra confiando en su propaganda —siempre exagerada y tramposa— o en la recomendación de alguien a quien le dieron buenos resultados.

¿Cómo podemos asegurar que son fraudes, si hay quien avala su utilidad? Por dos razones. Una es que la ciencia médica ha demostrado que las sustancias que contienen carecen de efecto terapéutico —o bien, que éste nunca ha sido demostrado—. Diríamos que la ciencia “predice” que la probabilidad de que estos productos tengan eficacia es prácticamente nula.

Pero además, la ciencia nos dice que no basta con que alguien afirme haber obtenido resultados para creer en la utilidad de un tratamiento. Exige que su validez se demuestre mediante el método científico: por medio de pruebas controladas, en las que participan dos grupos iguales y suficientemente numerosos de pacientes. A un grupo se le administra el tratamiento, mientras que a otro, el de “control”, se le da una dosis idéntica de una sustancia inocua (un placebo). Si el producto milagro no resulta más efectivo que el placebo, quiere decir que sus efectos son sólo resultado del azar. En otras palabras, que es inútil.

No basta con que algún paciente haya experimentado una mejora al recibir el tratamiento: también en el grupo de control suele haber pacientes que mejoran. Es por eso que en ciencia la evidencia anecdótica no es aceptable: un tratamiento tiene que demostrar su validez en una prueba estadísticamente significativa.

Así que la ciencia es, después de todo, una herramienta confiable que nos permite desenmascarar, de manera clara y comprobable, a las herramientas fraudulentas con las que tantas veces se nos trata de engañar.

comentarios: mbonfil@servidor.unam.mx

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