19 de abril de 2024 19 / 04 / 2024

Ojo de mosca 194

Negacionismo

Martín Bonfil Olivera

Se llama negacionismo a la tendencia, cada vez más extendida, a negar hechos bien establecidos científica o históricamente, debido a que van en contra de ciertas ideologías.

Entre los negacionismos más conocidos están el del cambio climático, que afirma que este grave fenómeno no existe, o bien que no es causado por el tremendo aumento en la concentración de dióxido de carbono y otros gases de invernadero en la atmósfera, producto de nuestro acelerado consumo de combustibles fósiles en los últimos dos siglos. Plantea en cambio que el aumento en las temperaturas promedio globales sería producto de ciertos “ciclos naturales” a pesar de los datos, obtenidos cuidadosamente durante décadas y exhaustivamente confirmados por distintos métodos, que permiten afirmar que se trata de un fenómeno real. Los negacionistas del cambio climático tampoco consideran que en los modelos para estudiarlo ya se ha tomado en cuenta el efecto de los ciclos naturales del Sol y de la Tierra, ni que el hecho del cambio climático global causado por el ser humano es aceptado por la inmensa mayoría de expertos mundiales en el tema.

Está también el negacionismo del sida, que afirma que no existe el virus que causa esta grave enfermedad, el VIH, o bien que el virus existe, pero no es el causante del sida. Nuevamente, afirmaciones basadas en ideas hoy claramente refutadas, como que la causa del sida es el uso de drogas o la desnutrición.

¿Por qué son peligrosos estos negacionismos? En primer lugar, porque son falsos a la luz de todo el conocimiento científico actual. En segundo, porque pueden objetivamente causar daño: si no aceptamos la realidad del cambio climático y sus causas, será todavía más difícil lograr que los gobiernos y empresas del mundo emprendan las costosas acciones que se requerirán ya no para evitarlo, pero sí para mitigar sus efectos. En el caso del sida, negar que es una infección viral contagiosa puede ocasionar nuevos e innecesarios contagios, al fomentar que la gente deje de protegerse.

Pero hay una tercera razón: los negacionismos son nocivos porque, al descalificar el conocimiento científico y los métodos, datos y argumentos que lo sustentan, y al presentar ideas absurdas basadas en datos falsos o sesgados como si fueran “teorías” válidas que deben discutirse en igualdad de condiciones con la ciencia legítima, socavan la confianza de los ciudadanos en la ciencia y el pensamiento crítico, y promueven la charlatanería, la creencia en conspiraciones y la credulidad.

Hay muchos otros tipos de negacionismo: el que niega que el ser humano haya llegado a la Luna; el que afirma que las vacunas son dañinas o inútiles; el que insiste en que nunca ocurrió el holocausto judío, o que la evolución es una ficción… Todos comparten una característica: se rehúsan a aceptar los datos que no concuerdan con sus ideas. La posibilidad de cambiar de idea, de ajustar sus convicciones a la luz de la evidencia, les es simplemente inconcebible, quizá porque los negacionistas basan gran parte su autoestima y su personalidad en las ideologías que defienden.

A diferencia de la ciencia, que avanza reconociendo sus errores y ajustando sus teorías, el negacionismo exige que el mundo se ajuste a sus creencias, pésele a quien le pese. En el fondo, el pensamiento negacionista es profundamente anticientífico.

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