19 de abril de 2024 19 / 04 / 2024

Ojo de mosca 278

Confianza

Martín Bonfil

Foto: Browyn L. Macks/Shutterstock

¿Quién es más confiable? ¿La persona que nunca se equivoca, o la que se equivoca a veces pero es capaz de corregir sus errores y aprender de ellos?

La pregunta parece tonta: obviamente sería mejor confiar en una persona que jamás se equivoca... pero hay un problema: esa persona no existe. Nadie está exento de cometer errores.

Eso nos deja solo con la segunda, e imperfecta, alternativa. Bienvenidos al mundo real.

Y sin embargo el ser humano, con todas sus fallas y falta de perfección, cuenta con una facultad que lo redime: precisamente la capacidad de, primero, darse cuenta de sus errores, y segundo, corregirlos. Se trata de un proceso de prueba y error: ante un problema, se ensaya una respuesta; si esta no resuelve el problema, o lo empeora, se prueba con otra respuesta distinta. El ciclo se repite hasta hallar una solución, si no ideal, al menos adecuada.

Esta capacidad de detectar y corregir errores por medio de la prueba y el error no es un invento de la humanidad, y ni siquiera de los animales con sistema nervioso complejo: estaba presente ya en las primeras células vivas, y forma parte del proceso mismo de la evolución.

Los primeros organismos unicelulares que tuvieron cierta complejidad podían percibir las condiciones de su ambiente por medio de sensores químicos, de luz y otros. Y podían también ensayar comportamientos en respuesta a esas condiciones: por ejemplo, acercándose a una región que pudiera contener alimento, o bien alejándose de un compuesto tóxico o un posible depredador.

Esta capacidad de aprender de la experiencia se ha ido refinando y mejorando a través del proceso evolutivo, durante millones de años. Hoy todo niño, durante su desarrollo, va descubriendo, entendiendo y aprendiendo a predecir el mundo que lo rodea, primero a través del proceso de prueba y error que es natural a todo animal, y luego gracias a su educación. Adquiere así lo que llamamos “sentido común”. Pero la humanidad, a través de la historia y mediante la cultura, ha pulido y mejorado este sentido común hasta obtener esa joya que hoy conocemos como método científico... que aun así, claro, es falible –como toda creación humana– y por tanto continúa corrigiéndose y perfeccionándose.

La ciencia es una actividad que busca obtener conocimiento confiable sobre el mundo que nos rodea. A veces se la critica porque llega a desmentir algún conocimiento que antes había dado por bueno. Se ve esto como un defecto, una muestra de que la ciencia no es tan confiable como creíamos.

Pero este juicio es injusto, y es producto quizá de la imagen idealizada que tenemos de la ciencia. Porque es precisamente su capacidad para autocorregirse cuando comete errores la que justifica la enorme confianza que tenemos en el conocimiento que produce. Lejos de ser un defecto, es quizá su más grande virtud: le permite avanzar, profundizar y sobrevivir.

La capacidad de detectar errores, corregirlos y aprender de ellos es una cualidad central de la ciencia. Está en el corazón mismo del método científico. Y también de nuestra supervivencia.

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