25 de abril de 2024 25 / 04 / 2024

Ojo de mosca 65

Todos somos zombis

Martín Bonfil Olivera

La ciencia ha comenzado a estudiar la mente. Durante siglos la única manera de abordarla fue la introspección: la reflexión interna sobre lo que uno piensa y cómo lo piensa. Desgraciadamente, este método tiene el defecto de no ser confirmable: no hay manera de demostrar si uno se engaña a sí mismo.

Hoy tenemos nuevas herramientas que nos permiten estudiar el cerebro y su funcionamiento en vivo: se trata de técnicas como la visualización por resonancia magnética y otras, que nos muestran imágenes funcionales del cerebro en acción.

Pero, ¡alto!: ¿no estábamos hablando de la mente? Sustituir el estudio de la mente por el del cerebro parece tramposo, a menos que se acepte una premisa fundamental: que la mente es producto del funcionamiento del cerebro y nada más.

Pero si un cerebro vivo y funcionando es todo lo que en principio se necesita para tener una mente, ¿qué pasa con eso tan especial que nos hace humanos? ¿Es el “yo”, la mente, la conciencia, sólo consecuencia del funcionamiento de unos cuantos millones de células nerviosas intrincadamente conectadas?

La suposición contraria, la de que para que exista el “yo” se requiere del cerebro y algo más, que “habita” en el cerebro pero es inmaterial (un alma o espíritu) se conoce como “dualismo”. Es una idea tan simple que ha sido adoptada a todo lo largo de la historia humana.

Sin embargo, el estudio científico actual de la mente y la conciencia tiende a rechazar el dualismo: parte de la suposición de que la mente humana es producto de un proceso de evolución natural que produjo primero vida, luego organismos cada vez más complejos y finalmente sistemas nerviosos y cerebros capaces de ser conscientes. Todo ello sin requerir —pues se trata de ciencia— milagros ni componentes espirituales.

Pero si nuestra conciencia, nuestro “yo”, es sólo producto del funcionamiento de un cerebro compuesto por materia y nada más, ¿no podría parecer que no hay diferencia fundamental entre un ser humano y, digamos, una computadora suficientemente compleja como para ser consciente?

Efectivamente.

Quizá lo milagroso no esté en la necesidad de entidades espirituales o sobrenaturales para explicar fenómenos como la vida o la conciencia, sino en la asombrosa capacidad de la materia organizada, gracias a un proceso de evolución, de dar pie a fenómenos emergentes de tal complejidad que le permiten a esa misma materia reflexionar sobre sus orígenes y maravillarse de su propia conciencia.

Comentarios: mbonfil@servidor.unam.mx

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