25 de abril de 2024 25 / 04 / 2024

Ojo de mosca 97

Ciencia y magia

Martín Bonfil Olivera

¿A quién no le gustaría que existiera la magia? A diferencia de los milagros, que consistirían —si existieran— en la suspensión temporal de las leyes de la naturaleza por causa de la voluntad divina, la magia lograría el mismo efecto pero por voluntad de un mago o hechicero.

Desgraciadamente, más allá de prestidigitadores y magos de farándula, que viven de su capacidad de asombrar a su público escenificando trucos que aparentan ser magia verdadera (y que muchas veces son prodigios de la ingeniería), la verdad es que nadie ha logrado jamás mostrar en forma comprobable que existan los poderes mágicos.

La ciencia, en cambio, lejos de tratar de escapar a las leyes naturales, busca entenderlas y aprovecharlas en beneficio de la humanidad. Debido a esto, la investigación científica se topa constantemente con los límites de lo posible, lo cual puede resultar frustrante.

Y sin embargo, en la imagen popular, los científicos son vistos como una especie de magos de la modernidad. En cine, televisión y literatura se los presenta como inventores geniales, capaces de armar, con sólo un poco de chatarra y unas pinzas, máquinas del tiempo, teletransportadores o generadores de energía nuclear no contaminantes (o bien, medicinas milagrosas que curan cualquier enfermedad).

En realidad, lo normal es que los investigadores científicos tengan que trabajar arduamente durante meses o años para lograr pequeños avances en la comprensión de algún aspecto mínimo de la naturaleza. Si hay suerte, poco a poco la acumulación de respuestas parciales, en forma parecida al proceso de prueba y error que se sigue para armar un rompecabezas, va construyendo una explicación lo suficientemente confiable y poderosa como para poderla aplicar a la solución de algún problema práctico.

¿Aburrido? Probablemente. ¿Laborioso? Sin duda. Pero de vez en cuando el tedioso y arduo trabajo del investigador científico, sostenido durante años, logra producir el momento verdaderamente milagroso en que un problema logra ser resuelto. En que se entiende por fin algún aspecto de la naturaleza que hasta entonces había sido un misterio.

Es entonces cuando se manifiesta la verdadera magia de la ciencia: la de explicar lo que antes era incomprensible; transformar la incógnita en conocimiento.

Cierto: la ciencia no es magia. Pero a cambio es real. Sus resultados son efectivos y confiables; funcionan. Y lo más importante: aunque no puede lograr lo imposible, ensancha constantemente la frontera de lo posible. ¿Se podría pedir algo más?

Comentarios: mbonfil@servidor.unam.mx

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