16 de abril de 2024 16 / 04 / 2024

¿Quién es? 74

Bernardo Villa Ramírez

Concepción Salcedo Meza

Foto: Adrián Bodek

El señor de los murciélagos

“Los campesinos tienen cierto temor a los murciélagos. En algunas regiones de México se piensa que si un murciélago toca el cabello de una joven, ésta no se casa”. También les llaman “ratones viejos” pues creen que cuando estos roedores se vuelven viejos les salen alas”, recuerda el doctor Bernardo Villa Ramírez, pionero del estudio biogeográfico y taxonómico de estos mamíferos e investigador emérito del Instituto de Biología de la UNAM.

Alrededor de la década de los 30 esos mitos y muchos otros estaban muy arraigados entre la población. Villa Ramírez, campesino y maestro rural de Teloloapan, Veracruz, deseaba ayudar para que esas creencias fueran sustituidas por conocimiento científico. Además, quería evitar que las cosechas y el ganado fueran atacados por murciélagos. Ese afán y su curiosidad científica lo llevaron en 1940 a estudiar biología en la Facultad de Ciencias de la UNAM y en 1945 una maestría en la Universidad de Kansas, Estados Unidos. A su regreso inició una larga y fructífera labor de investigación en la UNAM y cursó el doctorado; creó el primer laboratorio de mastozoología de México y la colección mastozoológica del Instituto de Biología de la UNAM (con alrededor de 50 mil ejemplares representativos de toda la República Mexicana).

El doctor Villa nos recibe acompañado de sus hijos Beatriz y Bernardo, en su casa ubicada en el corazón empedrado de Coyoacán. Con impresionante calidez reconstruye e hilvana su quehacer científico, sus historias de viajes y sus andanzas por las cuevas en busca de murciélagos: “La primera cueva que visité fue la de Quintero, camino a Tamazunchale, en San Luis Potosí. Me metí con precaución para colectarlos y cual sería mi sorpresa: ¡aparecían por aquí y por allá como racimos de uva! Nunca les tuve miedo pues siempre los he visto como animales útiles para dispersar las semillas en la naturaleza, a los que hay que controlar para que no destruyan animales y plantas, y no sean vectores de la rabia”.

Su hija Beatriz, también investigadora del Instituto de Biología, interviene: “Desde niños acompañábamos a papá a sus viajes científicos, mis hermanos y yo visitamos verdaderos paraísos. Alimentábamos a los murciélagos. Hace algunos años, mi hija y yo lo acompañamos a Baja California cuando estudiaba las ballenas y los lobos de mar, gozamos en forma increíble”. En efecto, al doctor Villa realizó también los primeros estudios sobre mamíferos marinos de México y ha sido el promotor de criaderos de fauna en el país; es autor de diversas publicaciones, entre ellas, Los murciélagos de México y Los mamíferos de México.

“Soy un hombre luchador y soñador, jamás me doy por vencido en lo que me propongo”, y enseguida cuenta cuando él y el eminente biólogo Enrique Beltrán fueron las primeras voces que se alzaron a favor de la protección de la fauna silvestre. De maestro rural a tutor de varias generaciones de mastozoólogos mexicanos y extranjeros, el doctor Villa fundó la cátedra de anatomía animal comparada, en la Facultad de Ciencias de la UNAM, y ha tenido tiempo de amenizar sus ratos de esparcimiento con los compases de las obras de Agustín Lara y Guty Cárdenas, y escribir versos y las anécdotas de viaje en su diario.

Desde 1938, año en el que ingresó al Instituto de Biología, su labor ha sido reconocida con más de 50 premios; fue distinguido dos veces como investigador emérito —por la UNAM, en 1985, y por el Sistema Nacional de Investigadores, en 1993—y la Universidad de Nebraska le otorgó el premio “Gerrit R. Miller Jr”. A manera de homenaje, su apellido se ha usado para asignar nombres científicos o taxas a algunas especies.

Hace tiempo que el doctor Villa no va al Instituto de Biología, ya que a sus 93 años se le dificulta caminar, sin embargo, su mente y su espíritu pertenecen por entero a ese recinto donde colegas y alumnos lo recuerdan con gran cariño por su trascendental obra y su incansable tesón.

Personalmente

La vida. Para mí vivir ha sido pasar haciendo algo que sirva a los demás y al futuro.

Su labor científica. Sueño que dejo una obra que otros recordarán y continuarán.

Pasar casi 60 años en la UNAM. Un orgullo inmenso. A la UNAM la llevo en la sangre.

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