19 de abril de 2024 19 / 04 / 2024

Ráfagas 100

Martha Duhne

El siglo que vivimos en peligro

Glaciares que se derriten, elevaciones de varios metros del nivel del mar con la consecuente inundación de las costas, inundaciones, sequías, huracanes devastadores, nuevas regiones desertificadas de miles de kilómetros, ondas cálidas insoportables. Esto es el futuro que se describe como muy probable en el 4º Informe de Evaluación del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés), presentado a principios de febrero de este año. El documento titulado “Cambio climático: la evidencia científica” afirma de manera categórica que “está ocurriendo un calentamiento en el clima de la Tierra” y añade que es “muy probable” que se deba en buena medida a actividades humanas. Si seguimos arrojando gases a la atmósfera, es muy probable que el clima en este siglo sufra cambios mucho más drásticos que los que ocurrieron durante el siglo XX, concluye el reporte.

El lenguaje puede sonar excesivamente cauteloso, pero es necesario recordar que así funciona la ciencia, es decir, los científicos no aseguran nada sin tener antes suficientes datos que sustenten sus predicciones.

Y no se puede decir que las conclusiones del reporte se hayan redactado a la ligera: en él trabajaron 600 expertos de 40 países y les tomó seis años escribir cientos de páginas, que después fueron revisadas por diferentes grupos de científicos. Posteriormente 300 delegados de 113 países hicieron un resumen de 21 páginas. Así, cuando el panel de expertos concluye que en una situación moderada la temperatura podría elevarse entre dos y 4°C para finales de siglo es para tomarlo en serio, en especial si pensamos que nuestro planeta se calentó solamente 0.6°C durante el siglo pasado, calentamiento que tuvo efectos considerables.

Previamente, el IPCC había publicado tres informes de evaluación del cambio climático, en los años 1990, 1995 y 2001. En el primero, el panel encontró evidencias de calentamiento global, pero afirmó que las causas podían ser tanto fenómenos naturales como actividades humanas. En el reporte de 1995 concluyó que “la evidencia sugiere que las acciones humanas están afectando el clima”. Y en 2001 cuantificó en el intervalo de 66 a 90% la probabilidad de que el calentamiento observado en la última mitad del siglo se debiera a nuestras actividades. En el reporte de este año la probabilidad de que las emisiones de gases de efecto invernadero sean la causa principal del calentamiento observado en las últimas cinco décadas se elevó a un intervalo que va de 90 a 99%.

En el reporte se enumeran los efectos que el calentamiento ha tenido en la Tierra. En las zonas templadas la frecuencia de días y noches fríos ha disminuido, mientras que la de días y noches calientes se ha incrementado. Las sequías son más intensas y prolongadas en algunas partes del mundo. Las lluvias han disminuido en la región de los subtrópicos y en las mayor parte de los trópicos, pero han aumentado en otras regiones. Se ha incrementado la frecuencia de lluvias intensas, aún en zonas donde la época de lluvias se ha acortado. Es decir, en muchos lugares caen chaparrones que ocasionan inundaciones y deslaves, y después deja de llover por semanas o meses.

El panel reportó también que continuará la tendencia a que se produzcan huracanes más fuertes, con mayores precipitaciones. Las ondas cálidas, como la que afectó al sur de Europa en el verano de 2003, podrán ser más intensas, más largas y más frecuentes.

Las proyecciones incluyen la elevación del nivel del mar, que en algunas regiones inundará muchos kilómetros cuadrados de costa.

No hace falta ser un genio para darse cuenta de que el planeta podría llegar a convertirse en un sitio, si no totalmente hostil a la vida, sí bastante incómodo.

Aun si tuviéramos una varita mágica y dejáramos de producir gases de efecto invernadero en este instante, el planeta seguiría calentándose durante décadas. Pero lo peor es que la concentración de gases sigue en aumento. Estados Unidos es el país que más emite —y por un amplio margen— gases que contribuyen al efecto invernadero. Cuando se firmó en 1997 el Protocolo de Kyoto (acuerdo internacional que busca frenar la emisión de estos gases), Washington se comprometió a reducir sus emisiones en un 6%. Pero poco después se retractó y hoy en día sus emisiones de dióxido de carbono han aumentado en un 15% con respecto a los niveles de 1990. El presidente George Bush explicó que firmar el protocolo perjudicaría la economía de su país. Si eso es lo que le preocupa, a lo mejor el huracán Katrina y sus devastadores efectos, que también afectaron la economía, le ayudarán a cambiar de opinión.

Pero ya no se trata de un problema que deba preocupar a unos países y no a otros. El calentamiento global nos concierne a todos, porque a todos nos llegará, literalmente, el agua al cuello. Y de todos es la responsabilidad de luchar porque se tomen acciones para mitigar sus efectos.

Esperanza en la lucha contra el cáncer

Parece demasiado bello para ser verdad: un grupo de investigadores de la Universidad de Alberta, Canadá, dirigidos por Evangelos Michelakis, reportó recientemente que un fármaco destruye diferentes tipos de células cancerosas. Se trata del dicloroacetato, o DCA, por sus siglas en inglés, una molécula compuesta por dos átomos de oxígeno, dos de cloro y dos de carbono, que se usa hace tiempo para tratar trastornos metabólicos relacionados con el funcionamiento de las mitocondrias y que no produce efectos secundarios importantes. Además, es fácil de producir y, a diferencia de otras medicinas, no tiene patente, por lo que su fabricación podría resultar muy barata.

Desde los años 30 sabemos que las células cancerosas tienen una característica que las distingue de las normales: sus mitocondrias, pequeñas estructuras celulares, dejan de funcionar. En condiciones normales, las mitocondrias transforman la glucosa en energía para la célula. Cuando dejan de funcionar, como sucede en los tumores, las células siguen una ruta metabólica diferente y transforman la glucosa fuera de las mitocondrias. Este proceso es menos eficiente, por lo que las células necesitan cantidades mucho mayores de glucosa para funcionar.

Pero las mitocondrias desempeñan otro papel fundamental: activan un proceso conocido como apoptosis, o muerte celular programada. Cuando las células “apagan” sus mitocondrias, se hacen prácticamente inmortales. Evangelos Michelakis, especialista en cardiología y en metabolismo celular, se preguntó qué pasaría si pudiera restaurar la actividad de las mitocondrias en las células cancerosas.

Cuando los investigadores inyectaron DCA en ratones infectados previamente con células cancerosas de pulmón, el tumor disminuyó significativamente. Pruebas bioquímicas mostraron que las mitocondrias de las células cancerosas funcionaban normalmente y que sufrían el proceso de apoptosis. El fármaco se ha utilizado en células cancerosas de pulmón, cerebro y mama cultivadas en laboratorio y en ratones infectados con éstas. Los resultados han sido los mismos: el tumor disminuye dramáticamente en presencia de DCA.

El siguiente paso es realizar pruebas en seres humanos. Este fármaco podría tener ventajas significativas sobre otras medicinas que se usan para tratar el cáncer: se trata de una molécula sencilla, por lo que su fabricación es barata, puede ser ingerida y los más de 30 años en que ha sido utilizada demuestran que sus efectos secundarios son mínimos.

Encuentran ciudad con influencia olmeca en Morelos

Arqueólogos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) dieron a conocer recientemente el resultado de las excavaciones que han realizado durante cerca de un año en el sur de Cuernavaca. Allí encontraron los restos de Zazacatla, ciudad prehispánica con clara influencia olmeca, de cerca de 2.5 kilómetros cuadrados. Hasta el momento se han descubierto seis edificaciones, dos de ellas pirámides. Los edificios fueron construidos a semejanza de los de la región nuclear olmeca, localizada a más de 500 kilómetros, en los estados de Veracruz y Tabasco.

La cultura olmeca floreció durante el periodo formativo, entre 1 200 y 400 a.C., y está considerada como la primera civilización avanzada de Mesoamérica, región que abarca desde el centro de México hasta Honduras. Según descubrimientos recientes, parece ser la primera cultura mesoamericana que desarrolló un sistema de escritura. Los arqueólogos no creen que los habitantes de Zazacatla pertenecieran a la cultura olmeca, sino que tuvieron con tacto con ella y recibieron su influencia. Y es que los olmecas necesitaban diferentes materiales, en especial jade, por lo que desarrollaron una amplia red de comercio.

Las fachadas de las pirámides están divididas en secciones en las que se encontraron cuatro nichos con 23 esculturas de sacerdotes. Dos de ellas, de 46 y 58 centímetros de altura, tienen los rasgos del denominado “dragón olmeca”, la deidad más importante del panteón olmeca: un ser mítico producto de la mezcla de muchos seres, con labios gruesos, nariz chata, ojos achinados y un tocado con orejas de jaguar. También encontraron una ofrenda mortuoria con los esqueletos de 12 personas, algunas de ellas descuartizadas.

Giselle Canto Aguilar, responsable de la investigación en Zazacatla, afirma que éste es uno de los hallazgos más importantes en el estado de Morelos. Esta zona estaba identificada en el registro del patrimonio arqueológico de Morelos desde 1983, pero fue hasta 2006 cuando los arqueólogos contaron con los recursos necesarios para empezar las excavaciones. En poco más de 20 años, el sitio fue prácticamente asolado por la creciente mancha urbana de la ciudad de Cuernavaca. De hecho, el sitio de Zazacatla está ubicado en un predio privado por el que pasa la Autopista del Sol.

Zazacatla es un ejemplo más de la imperiosa necesidad de que los institutos, universidades y centros de investigación de nuestro país cuenten con los recursos suficientes para llevar a cabo sus responsabilidades, en este caso rescatar y preservar nuestro pasado.

Nueva supercomputadora en la UNAM

Juan Ramón de la Fuente, rector de la Universidad Nacional Autónoma de México, presentó en enero pasado la computadora Kan Balam, y aseguró que su presencia en el campus universitario dará excelentes frutos académicos. Se trata de una supercomputadora instalada recientemente en la Dirección General de Cómputo Académico (DGSCA), bautizada en honor a un matemático maya que vivió del año 635 al 702 de nuestra era y fue reconocido por la exactitud de sus cálculos.

Kan Balam, la computadora, es capaz de realizar 7.1 billones de operaciones matemáticas por segundo, cuenta con 1 368 procesadores, una memoria RAM total de 3 016 gigabytes y un sistema de almacenamiento de 160 terabytes (es decir, billones de bytes). De acuerdo con Alejandro Pisanty Baruch, director de DGSCA, la nueva máquina marca un salto cualitativo para el supercómputo desarrollado en los últimos 15 años en la UNAM y ofrecerá a la comunidad académica y de investigación nacional una capacidad de cálculo sin precedentes en el país.

En el ámbito internacional, Kan Balam es la número 126 en la clasificación de las 500 supercomputadoras más rápidas del mundo y la 28 de las que han sido instaladas en universidades. Será utilizada para investigaciones en áreas como astrofísica, física de partículas, química cuántica, los estudios del clima y la contaminación, ingeniería sísmica, geología, ciencias biológicas y ciencias de materiales, y estará a disposición tanto de personal de la UNAM como de otras universidades, institutos, centros de investigación y la iniciativa privada.

Alejandro Pisanty resaltó que otra tarea de esta nueva supercomputadora será “repatriar cerebros”, es decir, atraer a México a los investigadores que se fueron a estudiar o trabajar en otras naciones, a veces por falta de herramientas para desarrollar sus proyectos.

Kan Balam pertenece a una nueva generación de supercomputadoras. Cuando en 1991 llegó a la UNAM la primera supercomputadora, la CRAY-YMP, fue recibida con bombos y platillos. Poco más de 15 años después, su sucesora Kan Balam es 7 000 veces más potente.

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