Pensar en ladridos
Laura V. Cuaya y Raúl Hernández
Foto: cortesía Claudia Fugazza
Los concursos del perro más parecido a su dueño son muy comunes y ver a los ganadores es muy divertido. Pero varios grupos de científicos han mostrado que tales parecidos tienen implicaciones mucho más profundas.
Muchos creemos que nuestro perro realmente no comprende lo que le decimos; hay una idea muy difundida de que los perros sólo son capaces de entender nuestra entonación y no el significado de las palabras. El etólogo Konrad Lorenz, ganador del Premio Nobel en 1973 por sus estudios del comportamiento animal, pensaba sin embargo que el perro es superior a los simios en la comprensión del lenguaje humano e investigaciones recientes corroboran esta idea.
John Pilley y Alliston Reid, de la Universidad Wofford, en Carolina del Sur, Estados Unidos, estudiaron las habilidades lingüísticas de una border collie llamada Chaser. La eligieron porque en otras investigaciones con border collies se había encontrado que estos perros podían desarrollar mucho estas capacidades. Lo primero que los investigadores querían saber era el límite de palabras que Chaser era capaz de aprender; para ello le enseñaron diariamente el nombre de uno o dos juguetes. La forma de hacerlo era mostrarle un juguete y repetir el nombre de éste unas 40 veces; después se escondía el juguete y se le pedía a Chaser que lo encontrara, y al mismo tiempo se volvía a repetir el nombre.
Para probar si recordaba los nombres específicos de los juguetes le ponían 20 cada vez y su entrenador le pedía que llevara uno en particular. A fin de evitar que el entrenador señalara a Chaser de manera no intencionada la respuesta correcta, él no estaba presente cuando ella elegía el juguete. Después de tres años Chaser continuaba aprendiendo los nombres de los juguetes y no parecía estar al límite de su memoria; sorprendidos y agotados, los investigadores decidieron terminar el estudio. En ese momento Chaser conocía el nombre de ¡1 022 juguetes! Los resultados de estos experimentos se publicaron en la revista Behavioural Processes en enero de 2011.
Pero el lenguaje es más que etiquetar objetos por su nombre. Lo que se denomina sentido referencial del lenguaje nos permite usar las palabras de diferentes formas; por ejemplo entendemos que "traer la caja" y "tirar la caja" son cosas diferentes, aunque ambas frases se refieran a la caja. Para probar que Chaser entendía este sentido referencial de las palabras, los investigadores idearon dos experimentos. En el primero enseñaron a Chaser tres formas de tocar objetos: con el hocico, con la pata o con la nariz. Después se le mostraban al mismo tiempo tres objetos distintos y se le pedía que tocara alguno de una de esas tres formas. Esto se repitió con distintas combinaciones entre forma de tocar y objeto, combinaciones que Chaser no conocía de antemano. Y nunca se equivocó; entendía que los nombres se referían a objetos con los que se podían realizar diferentes acciones. En el segundo experimento le pidieron a Chaser que distinguiera entre tres categorías de objetos: pelotas, discos y juguetes. Por ejemplo, ponían estos últimos con pelotas y le pedían que las trajera para ver si entendía la diferencia entre ellas y el resto de los objetos. Tras un breve entrenamiento Chaser fue capaz de llevar los objetos correspondientes a cada categoría, mostrando que era capaz de entender que un objeto tenía su nombre propio y a qué género de objetos pertenecía. Además de haber desarrollado la capacidad de abstracción para formar las categorías, la mente de Chaser estaba resolviendo preguntas, por ejemplo qué tienen en común las pelotas.
Los experimentos realizados con Chaser no se han replicado con otros animales, quizá porque requieren de una gran inversión de tiempo. John Pilley dedicó un promedio de cuatro horas diarias durante tres años para enseñarle a la perra el nombre de los juguetes.
En 2013, otra investigación de John Pilley volvió a sorprender porque mostró que Chaser entendía la sintaxis, es decir el orden de las palabras en una oración. Chaser entiende la diferencia entre oraciones como: "llevar la abeja a la caja" y "llevar la caja a la abeja", y ejecuta la acción correcta en cada caso.
La Dra. Friederike Range, del Instituto de Investigación Messerli en Viena, es especialista en conducta, cooperación y cognición animal; trabaja con perros y lobos (y lobatos, como vemos aquí). Daniel Zupanc/Vetmeduni Vienna.
Éste sí porque el otro no
El principal antecedente de los experimentos con Chaser es la investigación de Juliane Kaminski, Josep Call y Julia Fisher, del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva, en Leipzig, Alemania. En 2004 ellos publicaron en la revista Science el caso de Rico, también un border collie. Lo que más sorprendió a la comunidad científica fue la habilidad de razonamiento que mostró Rico en uno de los experimentos: en un cuarto pusieron ocho juguetes, Rico conocía siete por su nombre y había uno nuevo. En otro cuarto estaba el propio Rico, a quien le pedían una o dos veces que llevara uno de los juguetes que ya conocía. Después le pedían el juguete nuevo usando la palabra nueva para él. Repitieron esta prueba 10 veces, cada una con juguetes nuevos diferentes. En siete ocasiones Rico llevó el juguete nuevo cuando escuchaba la palabra nueva. Estos resultados son contundentes porque si Rico hubiera elegido al azar sólo habría acertado máximo dos veces.
¿Cómo explicar la conducta de Rico? Además del azar, podemos descartar que haya una simple asociación entre la palabra y el juguete nuevo, pues ambos eran novedad para el perro. Al escuchar la nueva palabra Rico tenía que decidir cuál juguete llevar. Por los nombres que conocía podía ir excluyendo los juguetes conocidos hasta que sólo quedara el nuevo, que debía ser el correcto; este razonamiento se conoce como mapeo rápido. Antes de la publicación de este experimento se creía que el mapeo rápido era exclusivo de los primates; los niños aprenden también así las palabras nuevas, pero esto además indicaba que Rico usaba procesos lógicos para resolver problemas.
Investigaciones en el Instituto Max Planck muestran que los perros no sólo traen los objetos que se les indica por nombre, también pueden hacerlo con objetos que se les muestran en foto o en miniaturas. Asimismo pueden interpretar miradas y gestos humanos, como señalar. (Foto: © MPI for Evolutionary Anthropology, cortesía Dra. Juliane Bräuer).
Hazlo como yo
La imitación nos permite aprender de los otros, pero no imitamos automáticamente cualquier conducta. Estudios con niños de 14 meses muestran que ellos sólo imitan conductas consideradas no eficientes cuando éstas son gratuitas. Un estudio consistió en mostrarles a los niños a un adulto encendiendo la luz con la frente (conducta no eficiente) en vez de con la mano (conducta preferida). Cuando el adulto que hacía esto tenía las manos libres y podía haber encendido con ellas la luz, 69% de los niños imitaron el uso de la cabeza. Pero cuando el adulto tenía las manos ocupadas, sólo 21% de los niños lo imitaron. La interpretación de los investigadores es que si bien pudiera parecerles razonable a los niños que el adulto usara la frente cuando tenía las manos ocupadas, la mayoría no lo imitó porque ellos sí las tenían libres (no era racional hacerlo); cuando el modelo no utilizó las manos a pesar de tenerlas libres pueden haber concluido que usar la frente ofrecía alguna ventaja para encender la luz. Estos resultados sugieren que la imitación que hacen los niños de esa edad es un proceso selectivo, interpretativo.
Se creía que esta habilidad era propia del ser humano, sin embargo se ha encontrado que los perros domésticos tienen una capacidad similar. En 2007, un equipo de investigadores austríacos dirigidos por Friederike Range hicieron con perros un experimento parecido al de los niños. La tarea consistía en jalar un columpio para conseguir un premio. En la primera parte del experimento, más del 80% de los perros jalaron el columpio con el hocico (conducta eficiente) en vez de hacerlo con la pata. En la segunda parte, tenían dos grupos de perros que antes de hacer la tarea observaban a un perro jalar el columpio con su pata. La diferencia entre los dos grupos fue que en uno el perro modelo llevaba una pelota en la boca y en el otro no. Los resultados fueron similares a los observados en niños: los perros solamente imitaron la conducta no eficiente (jalar con la pata) cuando el perro demostrador no tenía buenas razones para hacerlo (tenía el hocico libre). Esto indica que la imitación en los niños de 14 meses y en los perros domésticos va más allá de la mera emulación.
Otra pregunta que ha interesado a quienes investigan las capacidades de los perros es si es posible que éstos imiten la conducta de un ser humano. En un trabajo conjunto realizado en 2006 por grupos de investigación ingleses y húngaros dirigidos por József Topál, se encontró que la respuesta es afirmativa. Los investigadores enseñaron a un perro llamado Philip a imitar la conducta de una persona que ladraba o miraba el interior de una caja. Después de un entrenamiento de poco más de un mes, Philip imitaba lo que le enseñaron. Pero no sólo eso, también había aprendido a imitar conductas que no eran parte del entrenamiento, lo que mostró que había entendido el significado de imitar.
Claudia Fugazza y Ádám Miklósi de la Universidad Loránd Eötvös, en Hungría, encontraron en 2013 que los perros muestran imitación diferida; es decir, imitan una conducta después de un tiempo de haberla observado. En el experimento que llevaron a cabo participaron ocho perros que aprendieron a imitar con el mismo método utilizado con Philip. Los perros podían imitar una conducta que habían observado hasta 10 minutos antes, incluso si en ese tiempo se les había distraído con juegos. Este tipo de imitación sólo se presenta en los niños hasta que tienen casi dos años de edad. Encontrar que los perros tienen la capacidad de imitar a otros perros y humanos, además de imitar selectiva y diferidamente, ha sido inesperado, pues por mucho tiempo se creyó que estas capacidades eran exclusivas de especies "superiores". Fugazza y Miklósi publicaron sus resultados en la revista Applied Animal Behavior Science.
Claudia Fugazza y Ádám Miklósi encontraron que los perros muestran imitación diferida (es decir, imitar una conducta después de al menos un minuto de haberla observado). Foto: cortesía Claudia Fugazza.
Tú lo ves, yo lo veo
Señalar dónde están las galletas parece fácil, pero llegar a entender o hacer entender el gesto es difícil. Los niños aprenden a hacerlo hasta después del año y medio de edad. Supongamos que un chimpancé quiere un trozo de fruta que está escondido en uno de dos contenedores y su tarea consiste en elegir sólo uno de ellos. En 2002 un grupo de investigadores encabezado por Michael Tomasello del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva reportó en la revista Science que los chimpancés son capaces de encontrar la fruta escondida si el experimentador agita el contenedor vacío, pues al hacerlo no se oye nada y esto indica que el otro contenedor esconde la fruta. Pero los chimpancés fracasaron rotundamente cuando el experimentador en vez de agitar les señalaba el contenedor correcto. En comparación, los perros fueron excepcionalmente eficientes en un experimento equivalente, realizado por los mismos investigadores. Los cachorros de tan sólo seis semanas elegían lo que se les señalaba y los adultos elegían la opción señalada aunque tuvieran información olfativa o visual que la contradijera. Los lobos no hacen esto, ni siquiera los que han pasado por un entrenamiento de socialización. Éste y otros comportamientos apuntan a que los perros adquirieron la habilidad de entender gestos comunicativos humanos durante la domesticación (ver ¿Cómo ves? Núm. 57). Tal vez en ningún otro caso se apliquen mejor las palabras del zorro en la célebre novela de Antoine de Saint-Exupéry, El principito: "Domesticar es formar lazos".
Actualmente Ádám Miklósi, del Departamento de Etología de la Universidad Eötvös en Hungría, encabeza un proyecto dedicado a investigar las bases evolutivas y etológicas de la relación perro-hombre, por lo cual su investigación se centra en los perros, los lobos y los niños. Foto: cortesía Ádám Miklósi/Family Dog Project.
¡Mírame!
En 2003 un equipo de investigadores encabezados por el ya mencionado Ádám Miklósi publicaron un artículo en la revista Current Biology con el título "Un simple motivo para una gran diferencia: los lobos no miran a los humanos, los perros sí". Ahí refieren que para descartar que la experiencia con humanos provocara diferencias entre perros y lobos, utilizaron lobos socializados. Estudiantes de doctorado de este grupo de investigación cuidaron a los lobos desde que tenían cuatro días de nacidos hasta que cumplieron tres meses para socializarlos y se encargaron de que los lobos tuvieran contacto con humanos todo el tiempo, incluso los llevaban a la Universidad en transporte público. Los investigadores compararon la conducta de siete perros con la de siete lobos socializados en una tarea sin solución: abrir una caja trabada por dentro. En esta situación los perros miraron antes y por más tiempo a los humanos que los lobos. De hecho sólo dos lobos miraron a los humanos. De acuerdo con los autores, esto podría significar que los perros son los únicos con una predisposición genética a mirar a los humanos. Que los perros nos miren cuando tienen un problema significa además que consideran que podemos cooperar con ellos.
En otro trabajo, el mismo grupo de investigación encontró que los perros informan a los humanos sobre dónde hay comida escondida alternando la mirada entre el lugar y el humano. Es decir, usan la alternancia de la mirada como una clave comunicativa para conseguir la atención humana. Para los investigadores este tipo de señales comunicativas pueden ser el punto de partida para interacciones comunicativas complejas como la del pastoreo.
¿Cómo nos ven?
Con sólo mirar una cara conseguimos información de su dueño: edad, género, humor, incluso saber si nos está poniendo atención. En un artículo publicado en 2013 en la revista Learning and Motivation, un grupo de investigadores encabezados por Ludwig Huber, de la Universidad de Viena, reportó un experimento donde encontraron que los perros podían distinguir entre la cara del dueño y la de una persona que lo visitaba al menos una hora por semana. Formaron dos grupos de perros y a cada uno le enseñaron a ir sólo con una de esas dos personas; cuando los perros elegían correctamente recibían un premio. Para eliminar la posibilidad de que los perros al elegir la cara pudieran estar usando otras pistas como el olor, en otra fase del experimento remplazaron a las personas por fotografías. ¿Has oído que los perros tienen mala vista?, pues no tanto: con una fotografía a una distancia de metro y medio, la mayoría de los perros eligió correctamente. En otros estudios se ha encontrado que los perros también pueden diferenciar los estados de ánimo en fotografías de personas. Este tipo de experimentos muestra que los perros pueden utilizar nuestras caras como fuente de información.
También es ilustrativo preguntarse qué hacen los perros si piensan que no los estamos viendo. Por ejemplo, ¿qué pasaría si le dices a tu perro que no se coma la salchicha que tiene enfrente y te vas a dormir? Investigadores alemanes realizaron un experimento similar y encontraron que cuando los perros creen que no los vemos —ya sea porque no estemos presentes o por traer un antifaz o simplemente cerrar los ojos— es más probable que se roben la comida que cuando saben que los observamos. Esto concuerda con la idea de que los perros son capaces de extraer información relevante de nuestras caras y utilizarla en su beneficio.
Más niños que lobos
Muchas de las capacidades de los perros recuerdan a las observadas en niños pequeños y se ha encontrado que ambos cometen errores similares. Los errores que cometemos enseñan mucho acerca de cómo funciona nuestra mente. El error A-no-B lo suelen cometer los niños cercanos al año de edad y se muestra con un procedimiento común con dos contenedores A y B y un juguete que le interesa al niño. Se esconde el juguete frente al niño en el A, se le deja que lo busque y normalmente lo encuentra sin problemas. Se repite lo mismo al menos una vez. Después se esconde el juguete en el contenedor B frente al niño y lo que suele ocurrir es que éste lo busca en el contenedor A aunque haya visto que lo escondieron en el B. En 2009, un equipo de investigadores dirigido por József Topál publicó un artículo en la revista Science donde muestra que el error A-no-B también podía encontrarse en perros. Los autores creen que este error se produce porque la primera fase se toma como un aprendizaje; es decir, tanto los niños como los perros interpretan que el humano les está enseñando cómo buscar el juguete escondido y no sólo dónde hallarlo, lo que indica lo mucho que ambos toman a los humanos como fuente de información. Cuando los investigadores hicieron el mismo experimento con lobos, encontraron que éstos no cometen el error A-no-B y que siempre encuentran lo que buscan. Por este tipo de resultados se ha propuesto que los perros son más parecidos a los niños que a los lobos.
Evolución convergente
La pregunta que surge a la luz de todas las investigaciones aquí presentadas es por qué en ciertos aspectos los humanos y los perros somos tan parecidos si evolutivamente somos tan distantes. Los perros usan, por ejemplo, el señalamiento, pero no los chimpancés, nuestros parientes más cercanos, ni los lobos, los parientes más cercanos de los perros. Que dos especies distanciadas evolutivamente muestren una conducta similar se debe a una evolución convergente donde hay adaptación al ambiente. En este caso el ambiente fueron las comunidades humanas donde se llevó a cabo el proceso de domesticación de los perros y en las que no vivieron ni otros primates ni los lobos. Esto también nos dice algo sobre la infl uencia del ambiente en la conformación de nuestra mente.
La mayoría de las investigaciones sobre la cognición en los perros se basan en juegos con premios. Los participantes suelen ser perros de la comunidad que viven con sus familias humanas, que a diferencia de otras especies utilizadas en los laboratorios siempre tienen la opción de dejar de participar (ver ¿Cómo ves? Núm. 179). Algunos como Chaser y Rico se han convertido en celebridades y grandes referentes en el estudio de la cognición animal. Además de la oportunidad de estudiar una especie sin lastimarla, este tipo de investigaciones podrían fomentar el respeto por los perros.
Los científicos seguirán encontrado maneras ingeniosas e incluso divertidas de ir descubriendo la mente de los perros. Lo cierto es que en la ciencia canina aún no se ha dado el último ladrido.
Más información
- Konrad, Lorenz, Cuando el hombre encontró al perro, Tusquets Editores, España, 1999
- Correa, Julio et al., "La compañía del perro y sus beneficios para el ser humano":
www.aces.edu/pubs/docs/U/UNP-0058/UNP-0058.pdf
Laura V. Cuaya y Raúl Hernández son psicólogos y Maestros en Ciencias (neurobiología); actualmente estudian el doctorado en Ciencias Biomédicas en el Instituto de Neurobiología de la UNAM. Las líneas de investigación que más les interesan son la cognición animal, la toma de decisiones y la interacción entre humanos e inteligencia artificial