11 de diciembre de 2024 11 / 12 / 2024

Los límites del planeta

Guillermo N. Murray Tortarolo

Imagen de Los límites del planeta

Lenore Thymallus/Shutterstock

1.- Diversidad biológica. 2.- Clima. 3.- Ciclo del nitrógeno. 4.- Ciclo del fósforo. 5.- Uso de agua dulce. 6.- Cambio de uso de suelo.

El impacto de las actividades humanas en la Tierra ha puesto en riesgo la existencia de numerosas especies, entre ellas la nuestra. Si queremos un espacio seguro para nosotros y las generaciones venideras no hay tiempo que perder.

No creo que tengas la menor duda de que los seres humanos estamos afectando el funcionamiento de la Tierra como ninguna otra especie. Construimos espacios inorgánicos gigantescos a los que llamamos ciudades, generamos toda clase de sustancias químicas antes inexistentes (por ejemplo, los clorofluorocarbonos), movemos materia y energía de un continente a otro: la lista de nuestros impactos es extensa. Nos hemos convertido en el principal motor global, rebasando con mucho la influencia de factores naturales de cambio como las erupciones volcánicas.

No todos nuestros impactos sobre el planeta son igual de graves. Algunos tienen implicaciones más locales, otros causan daños que pueden remediarse. Un buen ejemplo es el agujero de la capa de ozono que tanto preocupó a la humanidad en los años 80 y 90. La capa de ozono lleva casi 20 años en recuperación continua gracias a que, desde la adopción del Protocolo de Montreal en 1987, se han ido dejando de usar paulatinamente las sustancias que destruían el ozono. Otros efectos adversos de las actividades humanas, en cambio, llegan a todos los rincones del globo y son irreversibles. ¿Cómo podemos ponderar todos estos efectos para determinar cuáles son los más perjudiciales y por lo tanto más urgentes de atender?

Esa pregu nta se hicieron Johan Rockström y un numeroso grupo internacional de científicos de la llamada Alianza de la Resiliencia. En un esfuerzo monumental, recopilaron la información científica existente de todos los impactos que los seres humanos tenemos en el planeta para determinar hasta qué grado hemos rebasado los límites en cada caso y cuál es el espacio seguro en que podemos vivir sin consecuencias irreversibles para nuestra generación ni las siguientes. El artículo del grupo, publicado en la revista Nature en 2009, es uno de los más citados en la historia y ha sido fundamental para guiar la política global sobre el desarrollo de la humanidad. A casi 15 años de su publicación, su importancia sigue siendo extraordinaria. Veamos cuáles son los límites que propusieron estos científicos, cómo los establecieron y hacia dónde nos estamos moviendo.

Los diez grandes límites

En el artículo de la Alianza de la Resiliencia se proponen valores límite para 10 variables relacionadas con el buen funcionamiento del planeta: la biodiversidad, el clima, el ciclo del nitrógeno, el ciclo del fósforo, el uso de agua dulce, el cambio de uso de suelo, las emisiones de aerosoles atmosféricos, la contaminación química, la acidificación oceánica y el grosor de la capa de ozono. Ya hemos rebasado el umbral seguro de al menos tres: la biodiversidad, el cambio climático y el uso de fertilizantes nitrogenados. Por si fuera poco, estamos por rebasar la extracción de fósforo y la acidificación del mar. Finalmente, si nuestras acciones siguen como van, también rebasaremos los límites del uso de agua dulce y la disponibilidad de tierra con el cambio de uso de suelo.

Para otros límites, como la contaminación química y la emisión de aerosoles atmosféricos, no hay un umbral claro, porque muchos de estos compuestos no existían antes de los seres humanos, así que la vida jamás tuvo que lidiar con ellos. En estos casos, la recomendación es simplemente dejar de usarlos. Esto nos deja con nueve límites, con una sola historia positiva de recuperación global: el grosor de la capa de ozono, que, por suerte, sigue incrementándose año con año. Veamos de qué se trata cada uno en orden del más al menos grave.

Pérdida de biodiversidad

La diversidad biológica es una cosa maravillosa. Existe toda clase de seres vivos: animales, plantas, bacterias; chiquitos, grandes; que “comen” sol y que se comen unos a otros. Están los que descomponen la materia orgánica y los que facilitan la adquisición de nutrientes de las rocas, por mencionar algunos de los millones de seres que habitan nuestro planeta. Para llegar a esta diversidad de formas y tamaños se han requerido miles de millones de años, y la biodiversidad actual es el resultado de la evolución de toda la vida. Por eso en ninguna otra era geológica existieron las formas de vida que tenemos hoy; por ejemplo, solo en este momento (geológico) podemos disfrutar del rinoceronte blanco. Así también si una especie se extingue, es para siempre.

Por supuesto que la extinción es natural en el planeta. No obstante, los seres humanos hemos acelerado el ritmo de extinción global de especies. Ya sea por la destrucción de hábitats, la caza selectiva, la introducción de especies invasoras o la contaminación, las tasas de extinción actuales son al menos 10 veces mayores que las registradas en los peores momentos del pasado, como muestra claramente Elizabeth Kolbert en su libro La sexta extinción: una historia nada natural. Lamentablemente, en los 13 años desde la publicación del artículo de Rockström y sus colaboradores las tasas de extinción siguen en aumento con una pérdida estimada de entre 10 000 y 100 000 especies cada año, de acuerdo con el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF, por sus siglas en inglés). Nuestro reto como humanidad es crear espacios protegidos para que otras especies puedan vivir en paz, así como encontrar formas de manejo ambiental más amigables con todas las criaturas.

El cambio climático antropogénico

Así como las extinciones han sido parte de los procesos naturales de la Tierra, también lo han sido los cambios en el clima. Desde la hipotética congelación casi absoluta del planeta durante la glaciación del periodo Criogénico hasta un mundo sin hielo y con cocodrilos nadando en los polos en el Cretácico, los enfriamientos y calentamientos globales no son ninguna novedad. Lo que nunca se había experimentado es un cambio a la velocidad que vemos hoy. En un artículo publicado por Jessica Tierney de la Universidad de Tucson, Arizona, y sus colaboradores en la revista Science en 2020, se muestran los cambios en el clima planetario de los últimos 100 millones de años para contextualizar el cambio actual. Los resultados muestran que estamos calentando el planeta a un ritmo entre cuatro y 10 veces mayor que en los periodos más rápidos de calentamiento en el pasado. Las consecuencias ya se están presentando: pérdida de cultivos, huracanes más intensos, mayor incidencia de enfermedades infecciosas y migración por clima, por mencionar algunos de los muchos ejemplos que enumera el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático en su último reporte. Nuestro reto es producir energía y bienes sin emitir carbono, metano y óxido nitroso (principales gases de efecto invernadero), algo que hasta ahora no hemos logrado.

Uso excesivo de fertilizantes

Somos casi 8 000 millones de seres humanos en el planeta en este momento y todos necesitamos comer. Para mantener semejante producción de alimentos hemos recurrido a un producto esencial para la agricultura moderna: los fertilizantes sintéticos. Hechos a base de nitrógeno y fósforo, estos fertilizantes inorgánicos permiten mantener rendimientos agrícolas elevados y producir así suficiente comida para el mundo. No obstante, su producción, uso y desecho tienen consecuencias graves para los ecosistemas y los seres humanos (véase ¿Cómo ves?, Núms. 170 y 195). El uso excesivo de fertilizantes sintéticos ha derivado en una cascada de impactos medioambientales que van desde la pérdida de especies, la emisión de gases de efecto invernadero y la eutrofización (exceso de nutrientes) de cuerpos de agua, hasta la generación de zonas “muertas” en el océano. Tenemos que encontrar la manera de mantener una producción de alimentos para todos reduciendo la dependencia de los fertilizantes inorgánicos.

El despilfarro de agua dulce

La agricultura consume la mayor cantidad de agua dulce en el mundo. Las últimas cifras muestran que el porcentaje varía entre 35 % en Europa y 91 % en el sudeste asiático, con un promedio global de 70 %. En nuestro país la situación no es distinta: 76.5 % de toda el agua dulce se va a nuestros cultivos y el resto a los hogares y la industria. De los 4 000 km3 de agua dulce que circulan anualmente en la Tierra, usamos 2 600 km3, o el equivalente al 65 %, en las actividades agropecuarias. Claro que dicha cifra varía de manera importante entre regiones. Algunas partes del mundo, como Israel, usan más del 100 % del agua disponible, lo que es posible gracias a sistemas de reciclado y reutilización sumamente eficientes. En Colombia, en cambio, no se consume ni la mitad del agua disponible, dado el excedente hídrico anual de ese país. Independientemente de las circunstancias de cada región, lo cierto es que los seres humanos hemos modificado la disponibilidad de agua dulce a nivel global. Este problema se ha acelerado cada año, con una creciente población que exige más alimentos conforme pasa el tiempo. Y nuestros sistemas de riego actuales son muy poco eficientes, el reto es mejorarlos de manera significativa.

Los límites del planeta

Destrucción de hábitats y cambio de uso de suelo

Quizá la huella visual más extensa de los seres humanos en el mundo sea el cambio de uso de suelo. La Tierra pasó de estar cubierta de bosques a llenarse de grandes extensiones de cultivo. De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés) nuestro planeta tiene una superficie de tierra de 150 millones de km2, de los cuales solo 100 millones son habitables (el resto es desierto y hielos). Los cultivos ocupan 51 millones de km2, divididos en 40 millones de km2 para el ganado (pastizales y cultivos de forraje) y el resto para cultivos directos de consumo humano. Parecería que más que transformar un planeta para las personas, lo que hemos hecho es un mundo muy agradable para nuestras vacas.

Claramente, el alimentar a una población en aumento implicará una destrucción aún mayor de bosques y otros ecosistemas, sobre todo si sigue creciendo nuestro gusto por la carne roja. El reto es reducir el área global de cultivos por medio de estrategias alternativas, pero sobre todo cambiando nuestra dieta a una que incluya muchos menos productos animales (particularmente carne roja).

Contaminación química

La química nos permite crear toda clase de sustancias novedosas para el bien de la humanidad: antibióticos, medicinas, plásticos, telas, repelentes, fertilizantes... No obstante, la mayoría de estos productos son extraordinariamente nocivos para el medio ambiente, pues no existen seres vivos capaces de procesarlos, transformarlos o simplemente destruirlos. Tomemos el caso de los plásticos, que se han ido acumulando en los rellenos sanitarios, en nuestros océanos y hasta en los seres vivos. Claro que son un producto fabuloso de empaque y transporte, pero si los seguimos usando como hasta ahora acabaremos tapizados de plástico, como en la película Wall-e. Lo más preocupante es que en este renglón es difícil evaluar cuál es el límite del planeta; así que debemos ser muy cuidadosos y buscar alternativas.

Los límites del planeta

Ozono: el único límite en recuperación

Dejé el último límite para el final, para cerrar con una historia de éxito: el ozono atmosférico. Durante décadas se usaron compuestos químicos conocidos como gases clorofluorocarbonados en refrigeradores, sistemas de aire acondicionado y productos en aerosol. Sin que nadie lo supiera, al escapar estos gases ascendían a la estratósfera y destruían las moléculas de ozono que funcionan como filtro de rayos ultravioletas que representan un peligro para la vida. La capa de ozono empezó a adelgazarse, lo que se observó por primera vez como un “agujero de ozono” sobre la Antártida.

En los años 70, las investigaciones del químico mexicano Mario Molina y el estadounidense Sherwood Rowland los llevaron a predecir este efecto de los gases clorofluorocarbonados antes de que se observara, lo cual sucedió poco después. Ambos fueron galardonados con el Premio Nobel de Química en 1995 por esa predicción. Molina falleció en 2020, apenas unos meses después de que él y varios de sus colegas plantearan que la COVID-19 se puede transmitir por aerosoles que exhalan personas infectadas y que se quedan en el aire durante horas; de ahí la necesidad de usar cubrebocas.

Gracias a la contribución de Molina y Rowland la humanidad dejó de emitir los gases que destruían el ozono y desde entonces la capa de ozono se está recuperando lentamente. En los últimos 30 años el tamaño del agujero en la capa ha ido disminuyendo. A ese ritmo, de acuerdo con la NASA, para 2085 se habrá cerrado totalmente. Este es el mejor ejemplo de que sí podemos revertir nuestros impactos en el planeta si todos nos ponemos de acuerdo.

¿Hasta dónde queremos llegar?

Me parece que esta pregunta es particularmente importante ahora que la pandemia por COVID-19 parece estar cediendo y empezamos a volver a la normalidad. Estos dos años en pausa permitieron un respiro en algunos de los daños al planeta que causan nuestras actividades. Se trata de un experimento involuntario que nos ha dado nueva perspectiva. Johan Rockström y colaboradores nos lo dejaron muy claro: la Tierra tiene límites, si los rebasamos ponemos en peligro la vida humana. Hasta qué grado los queremos forzar dependerá de nosotros. Al menos con estos esfuerzos sabemos dónde están esos límites y lo que podemos hacer para no cruzarlos, buscando el equilibrio entre la existencia de la humanidad y el funcionamiento de nuestro hermoso planeta.

Guillermo N. Murray Tortarolo trabaja en el Instituto de Investigaciones en Ecosistemas y Sustentabilidad de la UNAM en Morelia, donde investiga la dinámica socioecológica global y cómo la hemos alterado los seres humanos.

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