23 de abril de 2024 23 / 04 / 2024

Nada peor para el humor

Guillermo Murray Tortarolo

Imagen de Nada peor para el humor

ilustración: Richard Zela

El clima afecta cómo nos sentimos y cómo nos comportamos de manera individual y también colectiva. Conforme el planeta se calienta, vivimos estos efectos de maneras cada vez más severas y dramáticas

Nada peor para el humor que el calor. Cuando nos atrapa el sol de las tres de la tarde en el tránsito difícilmente podemos permanecer sonrientes y contentos. El frío no se queda atrás: cuando tenemos que ir a la escuela o el trabajo muy temprano en los meses de invierno, con escarcha en el pasto o el pavimento y vaho saliendo de nuestras bocas, en general nos da una sensación de desasosiego sin importar cuán abrigados vayamos. Y qué decir de la tristeza durante los días nublados, cuando no tenemos ganas de salir a ningún lado y aumenta nuestro antojo de pan dulce. En otras palabras, el tiempo meteorológico tiene un gran impacto sobre el estado de ánimo y las decisiones que toma la gran mayoría de las personas. Tal vez a ti te ha pasado. Este fenómeno, que nos ocurre casi a todos, también produce cambios en el comportamiento de poblaciones enteras, es decir a nivel demográfico. El ejemplo más sencillo es el aumento en el consumo de helado durante el verano o de chocolate y pancito durante el invierno, pero hay patrones mucho menos evidentes. Como te imaginarás, el cambio climático global —y en particular el aumento en la temperatura— se ha asociado con un incremento en los casos de ciertos comportamientos demográficos.

Temperatura y agresión humana

Cuando tenemos calor, en particular si es incómodo y no hay una forma sencilla de aliviarlo, el estado de ánimo se caldea —literalmente se calienta— y nos ponemos irritables, lo que favorece la violencia y la agresión física. Sucede que el incremento en la temperatura ambiental produce un aumento en la presión sanguínea y un cambio en las prioridades del cuerpo: cuando hace calor, el cerebro se concentra en regular la temperatura y la presión corporal, y produce menos neurotransmisores que regulan las emociones, como la serotonina.

Uno de los científicos que más ha estudiado este fenómeno es Craig Anderson, de la Universidad Estatal de Iowa, quien a lo largo de más de 30 años ha investigado los motores de la violencia humana en diferentes situaciones: cuando usamos videojuegos, tras exponernos a medios de comunicación y en particular cuando sufrimos calor. Sus estudios han mostrado que las ondas de calor, los veranos extremos o los años particularmente calientes están relacionados con un aumento en los asaltos violentos y las invasiones de propiedad en Estados Unidos. En particular, él y sus colaboradores encontraron una relación entre la temperatura promedio anual y los asaltos más violentos.

En esta misma línea se encuentra una investigación de Marshall Burke y colegas, de la Universidad de Stanford, que revela una clara relación entre los recientes aumentos de temperatura en África y las probabilidades de conflictos armados. Los autores anticipan que para 2030 en este continente podrían aumentar 54 % los conflictos militares y producirse más de 393 000 muertes violentas como resultado del cambio climático. Los efectos son particularmente fuertes en África subsahariana, donde los autores atribuyen la violencia a una disminución en el rendimiento de los cultivos a causa de los veranos más calientes. Por ejemplo, en 2021 la mayor parte de África se vio impactada por una fuerte sequía y una onda de calor (la peor en 70 años) que derivó en conflictos armados en diversos países, como Chad, Congo y Somalia.

Burke y colegas también encontraron que existe una relación entre las tasas de suicidio en Estados Unidos y México en las décadas de 1990 a 2010 y la frecuencia de las altas temperaturas, y anticiparon lo que puede ocurrir en 2050 en diversos escenarios. Sus resultados muestran que para nuestro país vecino cada grado de aumento en la temperatura significa un incremento de 0.7 % en la frecuencia de este triste suceso; para México, en cambio, aumenta mucho más: 2.1 %. El efecto es similar sin importar si nos encontramos en municipios naturalmente cálidos o templados, y es aún más fuerte durante los aumentos de temperatura en verano. Los autores también analizaron patrones de lenguaje depresivo en más de 600 millones de estados de redes sociales y encontraron un claro aumento durante los periodos calientes. Está claro que en México el calor de primavera y verano tiene un serio impacto en el deterioro de la salud mental de nuestra población.

Lluvia, sequía y conflicto

Si el calor nos pone de mal humor, la sequía también dispara enormes conflictos sociales. Pensemos en lo que sucedió en el norte de México a principios de 2022: una sequía, ocasionada por el fenómeno de La Niña, dejó sin agua a varios municipios, y esto llevó a diversos problemas sociales, como manifestaciones, plantones y fuertes críticas políticas. Por suerte la sequía eventualmente disminuyó y la vida ha vuelto más o menos a la normalidad, pero una de las consecuencias que aún vivimos ha sido el aumento inflacionario en los precios de los alimentos de la canasta básica.

Creemos que la sequía ha sido también la causante del colapso de grandes civilizaciones, como la cultura maya clásica, y que es el motor de guerras civiles. Tal es el caso de los conflictos bélicos experimentados recientemente en el creciente fértil, en particular en Siria. Por ejemplo, según una investigación de Colin Kelley y colaboradores, del Imperial College London, en Inglaterra, la sequía que experimentó la región entre 2007 y 2010 fue el motor principal de la guerra que se suscitó en este país y que comenzó en 2011. Durante estos tres años ocurrió la peor sequía registrada en la historia de la región, ocasionada por el cambio climático antropogénico (provocado por los humanos). De acuerdo con los autores, la poca respuesta del gobierno frente a la falta de agua y la caída de la producción agrícola llevaron a que 1.5 millones de personas migraran de las zonas agrarias a la periferia urbana. Estos migrantes climáticos pasaron a representar hasta el 20 % de la población de las ciudades. Esto a su vez provocó un aumento en el estrés social por la falta de recursos y un incremento en el malestar general. LaFtempe suma de estos elementos fue la pólvora que encendió esta terrible guerra.

Pero el mayor efecto de la sequía sobre el comportamiento humano es el desplazamiento. La gente prefiere buscar mejores oportunidades en otros países que enfrentarse a la violencia ocasionada por la falta de agua. Este patrón se repite a nivel internacional, como mostraron Olev Smirnov y colegas, de la Universidad de Oregon. Los autores predijeron lo que ocurriría con la migración internacional en diversos escenarios, y encontraron que si no se contiene la emisión de gases de efecto invernadero, para 2100 podrían hasta quintuplicarse las migraciones provocadas por las sequías. Los principales países afectados son Turquía, Marruecos, Algeria, Brasil, China, Venezuela… y por supuesto, México.

Hablando de nuestro país, varios estudios han relacionado los eventos que hemos experimentado en las últimas décadas con los picos migratorios fuera del país. Por ejemplo, Shuaizhang Feng y colaboradores, de la Universidad de Stanford, mostraron que las sequías que experimentamos en México entre 1990 y 2005 (por ejemplo la terrible sequía de 1994 y la del 2000), llevaron a una disminución en la producción de las cosechas de maíz de temporal, y con ello a un incremento en la tasa migratoria a Estados Unidos. Los autores también mostraron que para 2080 la sequía será la causa de la migración adicional de entre 1.4 y 6.7 millones de mexicano.

Inundaciones y estrés

Como hemos visto hasta aquí, en general los eventos extremos de calor y sequía llevan a malestar social y cambios conductuales, y los ejemplos seleccionados pueden replicarse prácticamente en cada región del mundo. No obstante, ahora quiero contarte los impactos que tienen otros eventos extremos en la conducta humana: las inundaciones.

Una inundación se da a raíz de un periodo de excesivas precipitaciones, un aumento súbito del nivel del mar y, en casos no tan comunes en nuestro país, por un rápido deshielo. En cualquier caso, implica el crecimiento desmedido de un cuerpo de agua —un río, un lago, o hasta el mar— en un periodo muy corto de tiempo, que tiene como resultado que el agua invada una región que normalmente no ocupa. La gente que habita en las cercanías suele verse atrapada sin previo aviso, y esto provoca enormes pérdidas: mueren personas y animales, y se pierden electrodomésticos, muebles, papeles esenciales de identificación y también las reservas de alimentos y medicinas de los hogares.

Lo que es peor, las inundaciones suelen producir una serie de dañinos efectos secundarios.El agua estancada y la intrusión de aguas negras induce el aumento de enfermedades como el cólera y la disentería, y las transmitidas por mosquitos, como la malaria. También favorecen que crezcan hongos en las casas, y esto lleva a enfermedades respiratorias. En fin, toda una serie de eventos desafortunados. No es de extrañarse que la gente que sufre una inundación tenga niveles extraordinariamente altos de estrés.

Es justamente ese estrés el que modifica la conducta de las víctimas de inundaciones. Pero que en este caso en particular no se trata sólo de la generación actual, sino de la siguiente: está muy bien documentado que el estrés que sufren las mujeres embarazadas impacta el crecimiento fetal, de modo que tras una catástrofe de este tipo es común que sus bebés nazcan con bajo peso. Los niños que ya habían nacido y que sufrieron los efectos de la inundación sufren con frecuencia problemas de conducta y desórdenes psiquiátricos —en particular desorden de estrés postraumático, depresión y otros— como mostraron Lea Mallet y Ruth Etzel, de la Universidad de Wisconsin, en Estados Unidos. Ellos encontraron que los niños que vivieron el desastre también presentan menor rendimiento escolar y en general mayor inestabilidad emocional. Uno de los resultados más interesantes de esta investigación es que los mismos patrones se observan en todo el mundo, desde los niños afectados por el tsunami en Sri Lanka en 2004 hasta los que vivieron el huracán Floyd en Estados Unidos en 1999 o las fuertes inundaciones en Japón en 2018.

Clima, cambio climático y conducta humana

Estos casos revelan claramente la estrecha relación entre clima y conducta. Las alteraciones en nuestro comportamiento por el frío, el calor, la lluvia o la sequía las experimentan también todos nuestros vecinos, amigos y conciudadanos. Cuando nos enfrentamos a un evento extremo este efecto acumulativo en todos nosotros lleva a importantes patrones de conducta poblacional con implicaciones serias como guerras, migraciones e incluso impactos en las generaciones futuras.

Aquí entra un nuevo factor de riesgo: el cambio climático. En la actualidad no tenemos duda de que el clima está cambiando, la Tierra se está calentando y las lluvias están cambiando en cantidad y tiempo. Nos enfrentamos también cada vez más a un número creciente de eventos climáticos extremos, como intensas sequías y ondas de calor, heladas y huracanes más violentos que afectan a un número mayor de personas cada año. Hasta ahora la investigación científica se ha centrado en las causas del cambio y los impactos que tiene en cosas como la producción de alimentos, los daños materiales y las pérdidas económicas, pero cada vez tenemos más evidencias de los serios impactos sobre la conducta humana.

En el caso de México y toda América Latina la psicología y demografía del cambio climático son ciencias que se encuentran en sus inicios, pero desempeñarán un papel esencial para entender las relaciones entre las personas y el clima, en especial para poder informar a aquellos que toman decisiones qué mecanismos de adaptación pueden evitarnos mayores problemas sociales. Algunas soluciones son tan sencillas como poner más árboles en las ciudades (para regular el clima, en particular las temperaturas extremas), refrigerar el transporte público o evitar, desde el gobierno, las actividades físicas a las horas máximas de calor. Éstos son apenas unos pocos ejemplos, pero quién sabe, a lo mejor tú que me estás leyendo puedes ir planteando algunas soluciones. ¿Qué se te ocurre?

Guillermo Murray Tortarolo es investigador en el Instituto de Investigaciones en Ecosistemas y Sustentabilidad, donde estudia los diferentes motores e impactos del cambio climático en México y el mundo. Es fanático de la enseñanza y la divulgación de la ciencia a todos los niveles.

Guillermo Murray Tortarolo

Richard Zela es ilustrador y narrador gráfico, autor del cómic Cosas que nunca cambian.

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