Memes. Ideas que se contagian
Sergio de Régules
Ilustración The Burak/Shutterstock
¿Qué serían las redes sociales sin memes, esos formatos de texto e imagen que sirven como comentario tierno o sarcástico lo mismo a nuestras más profundas inquietudes que a los temas de moda? Sergio de Régules profundiza sobre su historia, su funcionamiento y su curiosa, aunque hasta ahora inexplicable, capacidad para saltar de una mente a otra casi como un virus
Entre 2020 y 2022 vimos propagarse por el mundo un organismo conocido como sars-CoV-2, el virus que causa la enfermedad covid-19. Al paso de los meses fueron apareciendo variantes. Las variantes sucesivas eran más contagiosas (aunque no necesariamente más mortíf eras) porque venían con modificaciones de las “espículas”, las llaves proteínicas que le sirven al virus para entrar en una célula humana (y que forman la “corona” del virus). Las espículas iban mejorando en su capacidad de invadir nuestras células.
¿Cómo supo el virus qué hacer para adaptarse mejor al organismo humano y propagarse más eficientemente? Respuesta: no lo supo. Los virus no saben nada. Sólo invaden células y les inyectan su arn, la cadena de genes que contiene las instrucciones para hacer nuevas partículas virales. La célula responde como una máquina y empieza a hacer copias del virus como loca. Ocasionalmente salen copias mal hechas, virus con modificaciones que por lo general serán defectos. Pero de vez en cuando, por pura casualidad, la modificación será benéfica para los nuevos virus: por ejemplo, si se altera el gen que contiene las instrucciones para hacer la espícula, ésta podría ser un poco más apta para invadir células humanas. Los virus que contengan esta modificación al azar (o mutación) tendrán más probabilidades de reproducirse que la versión original y al cabo de un tiempo habrán desplazado a los anteriores: una nueva variante se ha adueñado del mundo. Podríamos decir también que un nuevo gen de la espícula se ha adueñado del mundo.
En el principio era el mem
Al tiempo que se propagaba el virus también vimos difundirse información acerca de cómo protegerse de esa enfermedad, así como desinformación, con muchas variantes.
El parecido entre la propagación de un virus y la propagación de información o desinformación es más profundo de lo que salta a la vista. En un libro escrito en 1976, el celebérrimo El gen egoísta, que lo catapultó a la fama, el etólogo Richard Dawkins comparó la propagación de variantes de un organismo con la propagación de ideas en la cultura. En la naturaleza, la información de los organismos se propaga y se modifica en unidades químicas llamadas genes; los genes que le permiten a su portador sobrevivir y reproducirse con éxito se transmiten más que los que no, y este mecanismo se llama selección natural. En su libro Dawkins alegó que en la cultura se propagan ideas que se van modificando y dando lugar a nuevas variantes, y también sufren una forma de selección. El autor buscó un nombre para bautizar estas hipotéticas unidades de información que se transmiten de un cerebro a otro como los genes de un organismo a sus descendientes. Quería que sonara breve y contundente como “gen” y que tuviera una raíz griega relacionada con la copia o la imitación. Tomó la palabra griega mimeme (“imitación”) y acuñó la palabra “mem” (meme, originalmente en inglés).
Para Dawkins un mem era una unidad de información capaz de comunicarse de un cerebro a otro. Un mem en el sentido de Dawkins podía ser una tonadita pegajosa; la quinta sinfonía de Beethoven; las cuatro primeras notas de esa sinfonía (“chacachacháaaan”), que son más famosas que la propia sinfonía. Un mem puede ser el cuento de Caperucita Roja, o la idea de Dios, la última canción de Shakira, la técnica para construir un molino.
Como se ve, los memes que pegan no son necesariamente “buenos” para nosotros: sólo son buenos para contagiarse de un cerebro a otro. Es decir, son eficientes porque la gente los transmite. Por ejemplo, ideas como la técnica para construir una casa de adobe es evidentemente útil, pero también se transmite la idea de vestirse de rosa para ir a ver Barbie, cuyo valor es de otra índole. En la concepción de Dawkins, los memes que cunden —buenos, malos, útiles, nobles, tontos— son ni más ni menos que los constructores de la cultura.
El gusto de compartir
Aún recuerdo la primera vez que compartí un buen chiste por correo electrónico, en 1996. La red existía desde los años 70, pero sólo tenían acceso las universidades con supercomputadoras y las grandes corporaciones, y su función principal era el correo electrónico (exclusivamente texto). A mediados de los años 90 internet llegó a los hogares, primero en Estados Unidos y Europa y poco a poco en otros países. Cuando contraté mi primer servicio de acceso a internet tenía amigos estudiando en universidades en el extranjero. Esos amigos tenían cuentas de correo electrónico desde hacía tiempo y fueron los primeros conocidos con los que establecí contacto por este nuevo medio. Para pasarnos nuestras direcciones de email tuvimos que mandarnos cartas por correo tradicional.
Un día mi amigo Luis me mandó un correo que contenía una ventana de Windows con un botón. El botón decía “Haga clic para conocer el sentido de la vida”, pero cuando tratabas de apretarlo, la ventana se movía. El movimiento era tan rápido que ni con práctica podías apretar el mouse a tiempo. Después de perseguir la ventana por toda la pantalla te dabas cuenta de que el sentido de la vida seguía irremediablemente oculto para ti. El programita de la ventana esquiva era al mismo tiempo un chiste y un agudo comentario sobre la condición humana, absolutamente irresistible. Por supuesto, le reenvié el correo a todos mis contactos electrónicos de esa época (que eran como tres).
Otras personas, de mi edad y mayores, recuerdan en cambio cuando se enviaban chistes por fax, un aparato para transmitir el contenido de una hoja impresa a través de las líneas telefónicas fijas que tuvo su auge en los años 80 y 90. Aún antes del fax hay quien recuerda haber reproducido chistes con fotocopias. Y, por supuesto, antes de todo esto los chistes y las ideas en general circulaban por medio de los periódicos, los libros, la radio y la televisión, los panfletos, los anuncios y los muros de la ciudad.
El placer de compartir chistes, comentarios ingeniosos e información de interés con nuestros allegados no es nada nuevo. Lo que ha cambiado es el medio de transmisión, la rapidez de propagación y el alcance al que podemos aspirar.
El mem y los memes
El primero que usó el término “memes” para referirse a información propagada por internet fue el tecnólogo Mike Godwin, habitante de la red desde antes de que ésta llegara a las casas. En 1990 Godwin observó que en los grupos de discusión Usenet, que eran como un Facebook pero de texto únicamente, las discusiones no tardaban en degenerar en acusaciones de nazismo y comparaciones con Hitler (nada nuevo ahí). Para contrarrestar esa tendencia nociva Godwin difundió en los grupos más beligerantes su “Ley de Godwin”, que dice que toda discusión en internet está condenada a degenerar en comparaciones con Hitler y los nazis si se le da tiempo. Para sorpresa de Godwin la gente adoptó la idea y la compartió, reformulada como enunciados alternativos y corolarios jocosos, como el “Corolario de Van der Leun”: conforme aumente la conectividad, la probabilidad de encontrar nazis de verdad en la red se volverá certeza (lo que, en efecto, pasó). En un artículo publicado en 1994 en la revista Wired, Godwin se refirió a las comparaciones con Hitler y a la Ley de Godwin como memes en el sentido de Dawkins y explicó: “Un mem es una idea que opera en la mente de la misma manera que un gen o un virus operan en el cuerpo. Y una idea contagiosa (digamos, un ‘mem viral’) puede saltar de una mente a otra como un virus salta de un cuerpo a otro”.
Complicidad
Las imágenes y videos breves con comentarios que hoy llamamos memes y que compartimos alegremente en las redes sociales se parecen a los memes de Dawkins, claro, pero han adquirido suficientes características propias (¡han mutado!) para distinguirlos como “memes de internet” y concederles su propia forma del singular: “meme” —forma que es por sí misma un meme muy difundido (¿quién que haya llegado hasta aquí no respingó cada vez que escribí “mem” en los párrafos anteriores?)—.
De hecho los memes de internet son tan particulares que hoy el propio Dawkins duda de que se parezcan tanto a su idea original. A diferencia de los genes, los memes de internet no mutan al azar, observa Dawkins en un artículo publicado en 2013, sino que “son alterados deliberadamente por la creatividad humana”. Esta diferencia basta para disipar la analogía con la evolución por selección natural, en la que el azar es un ingrediente indispensable.
La lingüista canadiense Gretchen McCulloch escribió un libro sobre la influencia de internet en el lenguaje informal (titulado Because Internet, algo así como Pues porque Internet) que contiene un capítulo dedicado a los memes. “Un meme en el sentido de internet”, escribe McCulloch, “no es sólo una cosa popular, un video o imagen o frase que se vuelve viral. Es algo retrabajado y recombinado, que se propaga como un átomo de cultura digital”. Esta descripción destaca el carácter de creación colectiva de los memes que ya sugería Dawkins en 2013. Un meme no es sólo una idea, sino una idea reelaborada que contiene alguna aportación original del creador y que invita a participar, aunque la mayor parte de la gente se limita a compartir los memes sin modificarlos.
Muchos memes están hechos con imágenes mal recortadas a propósito y con ortografía no estándar (“Ola k ase”). Según McCulloch, este aspecto desaliñado e incompleto de los memes facilita que otros los intervengan: la informalidad baja barreras. Pero antes de que los memes se adueñaran de internet había que derribar barreras de otro tipo: las de las habilidades técnicas que eran necesarias para producir memes en los primeros tiempos. Los memes en el sentido actual datan de la década de 2000, y quizá la primera oleada de memes virales hayan sido los lolcats, imágenes de gatos chistosos acompañados por textos con una ortografía idiosincrática que imitaba el habla infantil, con el efecto de provocar ternura o servir como contrapunto irónico al mensaje del meme, a partir de 2005. Elaborarlos no era fácil: había que saber usar programas de edición de imagen como Photoshop. Todo se hacía, digamos, a mano. Luego empezaron a aparecer páginas web y programas que ofrecían plantillas que facilitaban la creación y alteración de memes. Podemos decir que “democratizaron” los memes: ya no había que ser experto en edición de imágenes para participar en la última moda de la cultura digital. Como señala McCulloch en su libro, esto no tenía nada contentos a los memificadores originales: cuando “cualquiera” puede hacer un meme, tu habilidad deja de ser especial. Los lolcats quedaron en manos de los nuevos bárbaros y los creadores originales, muy dignos, pasaron a otra cosa.
Hoy cualquiera puede hacer un meme, pero no cualquiera puede hacer un meme de, pongamos, Harry Potter, Star Wars o física cuántica. Es difícil captar los memes sobre quesadillas con o sin queso si no eres mexicano, igual que es difícil entender memes sobre la degradación de Plutón a planeta enano si no sabes algo de astronomía. Los memes especializados (dirigidos a una profesión, nacionalidad, lengua, grupo de edad…) tienen para sus públicos la función de discernir quién pertenece al grupo selecto y quién no. Y justamente parte del placer de los memes está en la sensación de complicidad que provoca entenderlos; son como un guiño entre conspiradores. “Hay que ver la entrega de los óscares para entender los memes mañana”, dice mi esposa. Lo que impulsa la propagación de memes son esas ganas de pertenecer y también el temor a perderte algo bueno (el “fomo”, fear of missing out).
En el caso de los jóvenes el impulso de pertenecer a un grupo es más fuerte. Para ellos, además, los memes pueden ser un dispositivo para amortiguar asuntos más serios, como la angustia existencial, las enfermedades mentales, la soledad. El humor es un arma eficaz para enfrentar la adversidad.
En febrero de 2020, unas semanas antes de declararse la emergencia sanitaria de covid-19, Jennifer L. W. Fink publicó en el periódico The New York Times un artículo sobre los adolescentes y las noticias. Empezaba señalando que los jóvenes se enteran de los acontecimientos por medio de memes, es decir, con un sesgo irónico o humorístico. Cuando el acontecimiento es una pandemia o una guerra, el ángulo chusco puede no ser el más adecuado para responder bien. Fink cuenta que los primeros memes sobre el coronavirus invitaban a prepararse para la enfermedad cortando limones (por aquello de la cerveza Corona). Otros memes relacionados con un grave acontecimiento internacional que pudo haber precipitado una guerra entre Estados Unidos e Irán les sugerían a los adolescentes que no necesitaban más preparación para combatir que la que habían podido darles los videojuegos. Con su tono despreocupado, los memes también sugerían que el asunto no merecía tratarse en serio. Fink proponía a los padres conocer los memes que ven sus hijos y discutirlos con ellos, aprovechando así la oportunidad para enseñarles a los jóvenes “ciudadanía digital”: discutir si un meme promueve la desinformación o el odio y cómo responder en ese caso; en general, enseñarles normas éticas para sus acciones en internet.
Pandemias digitales
Cuando cunde un meme, o una familia de memes con variaciones, decimos que se viraliza: que se propaga como un virus, en concordancia con la idea biológica original de Dawkins. Y según algunos no es sólo una metáfora. Hay investigadores que han comparado cuantitativamente la propagación de un meme con la de un virus.
En un artículo publicado en la revista Applied Mathematical Modelling en 2011, Lin Wang y Brendan Wood, de la Universidad de Nueva Brunswick, Canadá, graficaron los cambios en la popularidad de varios memes famosos usando datos de Google y luego tomaron un conjunto de ecuaciones que sirven para predecir la propagación de enfermedades infecciosas, el modelo sir (por “susceptibles, infectados y recuperados”) que se usó, en particular, durante la pandemia de covid-19. En el caso de los memes, los “infectados” son las personas que comparten el meme y los “recuperados” las que lo dejan de compartir. Wang y Wood usan las ecuaciones del modelo para trazar gráficas sobre lo que se esperaría y observan que las curvas teóricas y las experimentales se ajustan bastante bien. Los autores escriben: “Los memes virales muestran un pico de actividad típico en la primera parte de la etapa infecciosa y después una disminución gradual del número de personas infectadas. Este comportamiento se parece mucho a la dinámica del clásico modelo sir.”
No todo el mundo está convencido de la comparación entre la propagación de memes y la propagación de enfermedades infecciosas. En el libro El poder discursivo de los memes en la cultura digital Bradley E. Wiggins opina que las explicaciones de los brotes meméticos en términos epidemiológicos son una falsa analogía por razones parecidas a las que ya había señalado Dawkins en 2013: en la propagación de memes hay voluntad y deliberación por parte de los infectados, cosa que no ocurre con la propagación de un virus. Pero claro, para esto hay que suponer que las personas que comparten los memes disfrutan de un libre albedrío total y desdeñar su inmersión en la cultura y los procesos inconscientes que los llevan a compartir, dos fuerzas que tal vez podrían resultar equivalentes a una forma de selección natural.
El sentido de la vida
¿Por qué unos memes se viralizan y otros no? Hay muchas personas investigando al respecto.
En un trabajo publicado en 2021 un grupo de investigadores de Estados Unidos, Reino Unido y Alemania toman 100 memes de la página 4chan (donde nacen la mayoría de los memes, incluyendo los lolcats hace 20 años) y analizan las imágenes (no el texto) desde varias perspectivas: teoría del arte, psicología, márketing y neurociencias. El objetivo es descubrir patrones en los memes que más se viralizan, para lo cual emplean la ayuda de modelos de inteligencia artificial. En la búsqueda de elementos en común toman en cuenta aspectos de la composición de la imagen, el personaje que figura en el meme y sus emociones, y el público meta. Entre sus hallazgos está que las imágenes en las que hay un personaje tienen más probabilidades de viralizarse, sobre todo si éste ocupa la mayor parte del espacio y expresa emociones positivas (lo cual parece raro si pensamos en los memes famosos, que son de carácter más bien sarcástico). El asunto del público meta no afectó las probabilidades de viralidad de un meme; es decir, un meme para ingenieros puede popularizarse entre jóvenes de bachillerato. Estos hallazgos les permitieron a los investigadores “predecir 19 de los 20 memes más populares en Twitter y Reddit entre 2016 y 2018”.
Otros análisis se centran en el texto de los memes, con conclusiones mucho menos claras. Los autores admiten que no hay consenso, e incluso hay quien opina que el asunto de la viralidad es puro azar, malas noticias para quien esté buscando la fórmula para elaborar memes virales.
Igual que el sentido de la vida, el secreto de la popularidad de un meme aún se mueve más rápido que el mouse.
Bueno Olivera, Esther, "Los memes y su función en la propagación de la información", adComunica. Revista Científica de Estrategias, Tendencias e Innovación en Comunicación, núm. 23, en:
https://www.e-revistes.uji.es/index.php/adcomunica/article/download/5706/6880/.
Sergio de Régules es coordinador científico de ¿Cómo ves? y ganador de varios reconocimientos en divulgación de la ciencia. Su libro más reciente es El mapa es el mensaje (fce, 2022).