18 de abril de 2024 18 / 04 / 2024

De letras 218

Conciencia cósmica

Ana María Sánchez

A finales de los años 80 se presentó con gran éxito una exposición fotográfica a lo largo de los túneles que conectan las líneas cinco y tres del Metro de la Ciudad de México en la estación La Raza. Las fotografías se tomaron del libro Potencias de diez, donde una serie de imágenes de tamaño progresivamente creciente o decreciente en órdenes de 10 ilustra lo más grande y lo más pequeño que conforma la actual noción del mundo, noción derivada de la ciencia.

José Luis Díaz Gómez dice, refiriéndose a dicho libro, que el despliegue en potencias de 10 resulta en “una escala de más fácil comprensión para los seres humanos”, y “una noción de las dimensiones del mundo en el que viven”. Esto lo lleva a uno a pensar si realmente puede decirse que haya, fuera de lo evidente, una escala comprensible, humana. ¿Es sólo la que el hombre puede palpar/conocer/intuir? Aparentemente no, pero lo que le interesa más al destacado neurocientífico es, en el lado gigantesco de la escala, indagar por qué la noción de la vastedad del espacio causa en los humanos un estado mental que puede equipararse al éxtasis, al asombro y hasta al miedo.

La película Gravedad de Alfonso Cuarón (2013) tal vez sea, después de 2001 Odisea en el espacio de Stanley Kubrick (1968), la más aclamada dentro del tema “el humano espacial”. Los críticos la han alabado no sólo por su despliegue técnico sino porque gracias a ella “jamás estaremos tan cerca de sentirnos en el espacio”. ¿Y por qué querríamos eso? Ya lo dijo Sagan, el cosmos es nuestro hogar, y José Luis Díaz nos aclara en qué sentido lo es y cómo experimentamos estados de pasmo y asombro ante la vivencia directa o simulada de la perspectiva cósmica.

¿Por qué ante la vista de la Vía Láctea no sólo pensamos “hay muchísimas estrellas” sino también “¿qué soy en medio de este espacio grandioso?” Nadie olvida la primera vez que admiró Venus al atardecer, o con suerte la Vía Láctea, o cuando se asomó a un telescopio o pudo observar un eclipse. ¿Hay alguien inmune a la maravilla de los hechos astronómicos? Se sabe, por ejemplo, que el público de la divulgación se inclina notablemente por los datos y las explicaciones referentes al cosmos. Y con un poco de conocimiento científico, quién no ha sentido el “vértigo del corrimiento al rojo”: el descubrimiento, que nos deja sin aliento, de que todas las galaxias se alejan de nosotros, más rápidamente cuanto más lejanas, al grado de que hablar de los “confines del Universo” es una temeridad cotidiana. A este grandioso tema, la percepción mental de nuestra pertenencia cósmica, se dedica José Luis Díaz en su breve y riquísimo libro Frente al cosmos, recientemente publicado por la editorial Herder. Dice el autor que a lo largo de la historia humana enfrentarse a la vastedad de lo que hay afuera parece ser una marca de la especie, y se pregunta por qué es así, desde la diversidad de perspectivas que están implícitas en la cuestión: ciencias cognitivas, astronomía y astrofísica, matemáticas, arte y filosofía.

Su objeto de curiosidad es el observador del cosmos: el ser dotado del tipo de conciencia, emoción y cognición, surgidas de la función cerebral, que se requiere para maravillarse ante los hechos astronómicos y enfrentar las dificultades de elaborar una “teoría congruente y satisfactoria del Universo”; a estas facultades las denomina conciencia cósmica. En poco más de 100 páginas deliciosamente escritas y bellamente ilustradas, el autor aborda los factores neuropsicológicos de la comprensión del Universo para llegar a describir esa cognición emotiva y conciencia instruida, de la que reconoce una dimensión espiritual (términos por supuesto ajenos a prismas, reencarnaciones, curaciones cuánticas o cualquier culto new age). Al final del libro, el también miembro de la Academia Mexicana de la Lengua reproduce su experiencia al observar un eclipse total de Sol, una objetiva y a la vez emocionada descripción de sus reacciones frente al impactante fenómeno.

Frente al cosmos es un libro que amerita muchas relecturas porque su tema y su amalgama de ciencia y cultura son inagotables. Esto me lleva a recordar lo que decía de la ciencia el escritor inglés D. H. Lawrence, en pleno siglo XX:

El conocimiento ha matado al Sol reduciéndolo
a una bola de gas con manchas;
el conocimiento ha matado a la Luna
diciéndonos que es una pequeña tierra
muerta, llena de cráteres que la hacen
parecer que tuvo viruelas… El mundo
de la razón y la ciencia… es el mundo
seco y estéril en que viven las mentes
abstractas.

Frente al cosmos es un claro ejemplo de que el sentimiento de lo maravilloso no se agota con la ciencia sino que, al contrario, lo enriquece.

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