15 de abril de 2024 15 / 04 / 2024

De letras 237

Las musas matutinas

Ana María Sánchez

A mi hermana Carmen

Este texto debe mucho al Metro y al Pumabús, mas no porque lleven a quien lo escribe a su destino mañanero, sino por la inspiración que le significan.

En ambos sistemas de transporte pueden encontrarse los estereotipos más clasistas y antimulticulturales (es decir, en contra de lo que hoy día se pregona como políticamente correcto): si se quiere advertir contra un posible violador o narcovendedor, no hay alternativa: un hombre entre los 30 y los 40 años, moreno, pobre, despeinado y sudoroso, de mirada huidiza, en el Metro; en el Pumabús, un perfil que obedece a la representación tópica de un neandertal. Este último es un estereotipo que se remonta a finales del siglo XIX, cuando el Homo neanderthalensis fue descubierto y se le describió como un subhumano jorobado. No en vano, y de acuerdo con lo anterior, en un museo alemán se exhibe una figura de un neandertal trajeado; al pie de la figura se dice que “puede pasar casi desapercibido por la normalidad de su aspecto”. ¿Normalidad respecto a qué?

Cuando se representa a los seres humanos se suelen usar estereotipos. Esto ha entorpecido la interpretación de los fósiles de los homininos. Un ejemplo es el Australophitecus africanus, de alrededor de tres millones de años de antigüedad, descubierto en 1924 por Dart, quien al declarar que se trataba de un homínido enfrentó la burla y el enojo general, pues no era posible entonces aceptar en el linaje humano a un fósil con rasgos simiescos. Cincuenta años después, cuando apareció Lucy, australopiteca también, ya había más apertura y casi de inmediato se reconoció su hominidad. Así, el estudio de la evolución humana se ha dificultado por lo complicado que es encontrar fósiles, en efecto, pero más que nada por la dificultad epistemológica de reconocer rasgos diferentes al estereotipo humano.

Como dice Stephen Jay Gould, las representaciones estereotipadas de los humanos han generado una idea incorrecta de una tendencia evolutiva hacia una supuesta belleza. Dicho de otro modo, “mejorar la raza” es alejarse de la “fealdad simiesca” para aspirar a los rasgos arios, privilegiados en los anuncios típicos y programas de televisión populares de nuestra nación mestiza. La nacionalidad y la etnia de origen tienen mucho que ver en la consideración de humanidad y de belleza. El hombre de los Alpes (de unos 3 000 a. C.) es representado pictóricamente como un superhéroe por sus descubridores franceses y como un hombre escuálido por los suizos. Los pobres ingleses se tragaron el engaño del hombre de Piltdown porque este fósil “hechizo” les garantizaba que el origen de la humanidad se ubicaba en el ombligo del mundo, es decir, Inglaterra. La cinematografía no está, por supuesto, exenta de tales tendencias: a menudo muestra la fuerza de los estereotipos al representar “latinos” u otros grupos humanos diferentes. Solo hay que ver películas donde aparecen empleadas domésticas o mafiosos: papeles destinados a actores generalmente de origen italiano o mexicano.

Los estereotipos se aplican a las cosas que nos dan miedo porque no las conocemos. Guy de Maupassant (1850-1893), uno de los cuentistas más admirados de la literatura mundial, escribió un cuento bellísimo: “Boitelle”. Antonio Boitelle, joven soldado, queda prendado de una joven negra que atiende una taberna en el puerto de El Havre. La va conociendo poco a poco y descubre sus muchas cualidades; se enamora de ella, y es correspondido. Deciden casarse, pero él tiene que pedirle permiso a sus padres, a quienes anticipa que la prometida es “un poco negra”. Cuando la lleva a conocerlos a su pueblo campesino, pareciera que la joven no es un ser humano sino un animal de circo al que todos examinan con miedo o asombro. Los padres quedan estupefactos. Aunque la joven es educada, servicial, buena cocinera y trabajadora, la madre no la acepta muy a su pesar: “es una buena chica, lástima que sea tan negra”.

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