25 de abril de 2024 25 / 04 / 2024

Ojo de mosca 263

Esperanza

Martín Bonfil

Foto: Cherdchai Chaivimol/Shutterstock

Normalmente la idea de esperanza se asocia más con los ámbitos de la religión o la espiritualidad.

La ciencia, en cambio, a pesar de la enorme influencia que tiene, junto con la tecnología, en prácticamente todos los ámbitos de la vida contemporánea, es constantemente vista como la gran aguafiestas. No solo recalca con insistencia lo difícil o imposible que es cumplir muchos de nuestros grandes anhelos, como viajar en el tiempo, tener energía infinita, vivir para siempre, poseer salud absoluta. Tampoco ha sido capaz de lograr metas menos ambiciosas como darnos autos voladores, una cura para el VIH/sida o siquiera para el resfriado común.

Quizá esta imagen pesimista de la ciencia se relacione con que hay dos maneras de tener esperanza. Una es la que se basa en la idea de que desear algo con suficiente intensidad, o bien “merecerlo” en un sentido ético, debería bastar para que la vida, el Universo, el karma o alguna deidad nos lo conceda. Es una manera de pensar que puede resultar enormemente reconfortante, incluso terapéutica: a nadie ayuda, en situaciones, difíciles, pensar que las cosas no mejorarán.

Pero hay que reconocer que es frecuente que aun nuestras más hondas ilusiones queden frustradas. La esperanza concebida como una forma de “pensamiento mágico” (wishful thinking, en inglés) no es muy eficaz para enfrentar los problemas prácticos, aunque pueda hacernos sentir mejor momentáneamente.

La ciencia, en cambio, se enfoca en afrontar los problemas de manera racional, y sobre todo, basándose en evidencia y datos concretos. Es por eso que muchas veces, cuando se les pregunta cómo resolver un problema nuevo, los expertos se vean forzados a responder “no sabemos”.

Y aún peor: es común que, cuando la información necesaria ya está disponible, la respuesta de la ciencia sea negativa. Hay retos que, con el conocimiento y la técnica actuales, no pueden ser resueltos como desearíamos. La ciencia parece ser experta en decir “no”.

¿Es esto malo? No si lo que queremos es resolver problemas del mundo real. Pero sí puede ser extremadamente frustrante. A nadie le gusta que le digan que tendrá que seguir soportando un problema que lo agobia; saberlo puede incluso provocar desesperación, depresión, enojo. Pero siempre es mejor conocer nuestras limitaciones que recibir falsas esperanzas. Si de algo peca en todo caso la ciencia es de ser demasiado honesta: cuando algo es imposible, nos lo dirá con toda claridad, incluso con crudeza.

Y sin embargo, a lo largo de la historia humana, es la ciencia, con el conocimiento que produce, y sus aplicaciones, la que ha satisfecho muchas enormes esperanzas de la humanidad: curar numerosas enfermedades antes implacables, permitirnos realizar viajes antes inimaginables, comunicarnos de maneras que antes solo eran fantasía, y mejorar el nivel de vida y salud de una fracción creciente de la población humana.

Al final, es la ciencia la que, ante desafíos como la actual pandemia de coronavirus, nos ofrece las esperanzas más confiables, más honestas. Y, en este caso, más plausibles. No desesperemos.

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