28 de marzo de 2024 28 / 03 / 2024

Ojo de mosca 271

Cómo hacer ciencia

Martín Bonfil

Foto: Heiti Paves/Shutterstock

Una de las ideas erróneas más comunes sobre la actividad científica es que para hacer ciencia basta aprender un “método”, entendido como una serie de pasos que, si se siguen en orden, nos llevarán infaliblemente al resultado que buscamos.

Este “método” se suele enseñar en las escuelas, de la primaria al bachillerato, y normalmente consiste en alguna variación de la secuencia “observación, hipótesis, experimentación, análisis (de los resultados), conclusión, teoría, ley”. Como se ve, algo muy parecido a una receta de cocina.

Pero como sabe cualquier buen cocinero, para que un plato salga bien no basta con seguir mecánicamente las instrucciones de la receta. A veces hay que ajustar o modificar las cantidades, a veces se pueden hacer cambios —pequeños o grandes—que mejoren la receta, y a veces no hay más remedio que improvisar.

Pues bien: lo mismo pasa en ciencia. Pero a un nivel mucho más complicado. Para empezar, porque no hay una ciencia, sino muchas, y cada una tiene sus distintos objetos de estudio, instrumentos y metodologías experimentales. Algunas ciencias, como la astrofísica o la biología evolutiva, difícilmente pueden hacer experimentos, pero sacan gran provecho de las observaciones comparadas. Y en muchas ciencias es cada vez más común y útil el uso de simulaciones, es decir, réplicas detalladas construidas en computadoras, que tratan de reproducir lo más fielmente posible el comportamiento de los sistemas reales, y con frecuencia logran predecir acertadamente su comportamiento.

Pero además, aunque los científicos realizan observaciones y experimentos, o formulan hipótesis, teorías y hasta leyes, muchas veces no lo hacen en el orden estipulado en la famosa receta. Es frecuente que las hipótesis se tengan antes de formular siquiera las primeras observaciones, o que los experimentos estén diseñados para confirmar o refutar una teoría que ya existía previamente.

En realidad, y como ya se comentó en este espacio, el verdadero “método científico”, la manera correcta de hacer ciencia, tiene mucho más que ver con el trabajo detallado y sistemático (incluyendo, cuando es posible, la cuantificación de lo que se estudia); con la aplicación del pensamiento crítico para combatir sesgos, errores y autoengaños; con la verificación cuidadosa, no solo individual sino con la ayuda de colegas independientes —la famosa “revisión por pares”— y, finalmente, con la honestidad intelectual para reconocer sin problemas los errores y estar dispuestos a corregirlos sin vacilación, para avanzar en la construcción de conocimiento útil y confiable.

En resumen: ser un investigador científico, hacer ciencia, consiste más en adoptar un enfoque, una forma de hacer las cosas, de abordar los problemas y de ver el mundo, que en aplicar un supuesto “método” que pueda memorizarse y aplicarse de forma rutinaria.

Puede que hacer ciencia, visto así, suene mucho más complicado... pero también es, con toda certeza, mucho más efectivo. Y es —aunque esto rara vez se diga— mucho más disfrutable.

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