3 de mayo de 2024 3 / 05 / 2024

Ojo de mosca 277

El año en que la ciencia siguió importando

Martín Bonfil

En diciembre de 2020 se publicó en esta columna un texto titulado “El año en que la ciencia importó”. Hoy, 12 meses después, es evidente que la ciencia sigue importando.

Mucho ha cambiado desde entonces. Seguimos viviendo una pandemia causada por el ya no tan nuevo coronavirus SARS-CoV-2. Hemos pasado varias olas de aumento y posterior disminución del número de contagios y de muertes causadas por esa enfermedad que llamamos COVID-19. Hemos sufrido cuarentenas, limitaciones, aislamiento, miedo... y pérdidas de seres queridos.

Pero algunas cosas también han mejorado. Hoy conocemos mucho mejor al virus causante de esta plaga: su estructura molecular, su genética, su evolución y cómo esta da origen a distintas variantes, algunas de ellas más contagiosas o mortales (ya ocurrió, por ejemplo, con la variante delta). También entendemos mucho más detalladamente los distintos aspectos de la enfermedad. Hoy sabemos que puede afectar a múltiples sistemas del cuerpo humano, no sólo al respiratorio, y también que más allá de los síntomas agudos, puede dejar diversas secuelas en quienes la han padecido. Y estamos también avanzando en el tratamiento de estas.

Hace un año el mundo vivía esperanzado en que las vacunas recién disponibles comenzaran a fabricarse y distribuirse masivamente. Vacunas, no hay que olvidarlo, que se desarrollaron en forma heroica: en tiempo récord y en algunos casos usando tecnologías novedosas, cuya maduración coincidió afortunadamente con la necesidad.

El número de personas contagiadas, y de fallecimientos, seguía siendo escalofriante. Y la incertidumbre seguía reinando.

Hoy podemos vislumbrar el fin de la pandemia. No necesitamos soñar con la vacuna; un porcentaje importante de la población mundial está ya vacunada. Las medidas de prevención de contagios, aunque no siempre se siguieron a cabalidad y muchos las abandonaron antes de lo debido, han cumplido su cometido de limitar el número de infecciones. Y el ciclo natural de la enfermedad parece estar cerrándose, para convertirse probablemente en un padecimiento estacional contra el que tendremos que vacunarnos regularmente, como la influenza.

Todo esto: las vacunas, las medidas de prevención, las técnicas para detectar variantes del virus, identificar sus estragos en el cuerpo y hallar formas de combatirlos, así como seguir la evolución de la epidemia en la población, son productos de la ciencia. Sin sus métodos, instrumentos y el conocimiento que produce, estaríamos mucho más desprotegidos frente a eventos como esta pandemia, que inevitablemente surgen a lo largo de la historia. Y gracias a ella estamos también entendiendo qué podemos hacer —a nivel social y, sobre todo, ambiental— para disminuir la posibilidad de que se repitan.

La realidad es que la ciencia siempre importa. Siempre ha importado. Ojalá esta gran pandemia nos enseñe, como humanidad, que debemos valorarla y apoyarla no solo por las ventajas que nos proporciona, sino porque la necesitamos para sobrevivir.

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