28 de marzo de 2024 28 / 03 / 2024

Ojo de mosca 295

¿Inteligencia? ¿Artificial?

Martín Bonfil

Shutterstock

La Real Academia Española define la inteligencia como la capacidad de “entender o comprender” y de “resolver problemas”.

Desde hace siglos los ingenieros han buscado construir máquinas “inteligentes”, que puedan realizar algunas de las funciones que le atribuimos exclusivamente a la inteligencia humana. Y aunque ha habido algunos fraudes a lo largo de la historia —como aquel legendario “turco” mecánico que jugaba perfectamente al ajedrez—, ciertamente se ha logrado construir aparatos que podrían merecer el adjetivo de “inteligentes”, aunque, por supuesto, es cuestión de grados. Difícilmente llamaríamos “inteligentes” a una puerta automática o un aparato de aire acondicionado que mantiene la temperatura justo en el punto deseado. Pero tampoco carece de mérito que estos aparatos sean capaces de realizar correctamente esas funciones: tienen que ser capaces de detectar determinados cambios en su entorno y su estado interno y tomar la decisión de realizar o no ciertas acciones de manera oportuna. ¿”Entienden” algo? Ciertamente no. ¿Resuelven un problema? Puede argumentarse que sí.

En 1950 el matemático inglés Alan Turing, uno de los padres de la computación moderna, propuso la prueba que lleva su nombre —totalmente teórica en su época pero hoy posible de realizar incluso con chats en línea—: una persona, en una habitación, dialoga indirectamente (por ejemplo, mediante una pantalla) con otro ser humano y con la máquina a evaluar. Si el evaluador es incapaz de distinguir cuál de sus interlocutores es humano y cuál no, podría decirse que la máquina exhibe una inteligencia comparable a la humana.

Ya desde los años 60 había programas sencillos de computadora como eliza, que podían dar a los usuarios la ilusión de dialogar con un terapeuta humano. Pero se trataba de meros simulacros, basados en frases y rutinas ingeniosamente preprogramadas. Hoy estamos ante algo distinto. Presenciamos una revolución de “inteligencias artificiales” muchísimo más complejas, capaces de aprender y procesar información y generar resultados que no sólo nos sorprenden sino que resultan tremendamente útiles en muchos campos. Y lo hacen mediante procesos, con múltiples niveles internos de complejidad tal que incluso sus diseñadores distan de comprender precisamente cómo lo logran. Es claro que muchas de ellas podrían superar fácilmente la prueba de Turing, al menos en una primera instancia. ¿Se trata entonces realmente de inteligencia? La pregunta parece necia… sobre todo si recordamos que se trata de una cuestión de grados.

Aunque las computadoras ya jueguen ajedrez o lleguen a escribir mejor que nosotros habrá quien insista en despreciarlas, objetando que “se trata, pese a todo, de inteligencias artificiales”. Al respecto, el filósofo de la mente Daniel Dennett se pregunta si importa realmente que una inteligencia esté hecha de circuitos integrados o bien de neuronas: para él, inteligencia es inteligencia. Quizá lo importante no es si estas nuevas tecnologías son “realmente” inteligentes o no, ni si son “artificiales”. Lo que importa es cómo las vamos a aprovechar de forma que sean benéficas para el género humano.

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