18 de mayo de 2024 18 / 05 / 2024

Ojo de mosca 296

Libertad de investigación

Martín Bonfil

En un mundo ideal la investigación científica podría avanzar por cualquier rumbo que atrajera la curiosidad de los expertos… sin rebasar, por supuesto, los límites éticos.

Pero nuestro mundo no es ideal. Muchos países llevan a cabo investigaciones científico-tecnológicas —en general financiadas por sus respectivos gobiernos— que violan los límites éticos generalmente aceptados. No porque realicen experimentos con humanos, sino porque buscan producir armas —de fuego, nucleares, químicas y hasta biológicas— diseñadas básicamente para matar.

¿Por qué? Porque las guerras existen, y porque los países necesitan estar protegidos contra posibles agresiones. Tal es, nos guste o no, la realidad de la política global.

Pero, por otro lado, existen también razones que llevan a muchos países a limitar el tipo de investigación científica que puede llevarse a cabo en sus territorios. Y básicamente hay dos razones para esta restricción de la libertad de investigación: la economía y la política.

Recordemos que, en todo el mundo, la mayor parte de la investigación científica es financiada con fondos públicos. Y como en ningún país sobra el dinero, éste se convierte en uno de los principales factores limitantes para el desarrollo de la ciencia y la tecnología. Si no hay dinero para apoyar este tipo de investigación hay que tomar decisiones sobre qué áreas deberán ser más favorecidas, y cuáles no tanto; es indispensable establecer prioridades.

Pero hay dos maneras de establecer prioridades: una, la positiva, lo hace incentivando lo deseado. La otra, que suele ser tremendamente negativa, busca prohibir, o al menos dificultar lo más posible, toda investigación que caiga fuera de las prioridades establecidas por el gobierno.

Y ahí es donde entra la política: porque quienes toman las decisiones en un gobierno suelen ser los políticos. En algunos casos, si se trata de un gobierno progresista, éste se asesora con científicos y busca establecer prioridades para apoyar investigaciones que busquen beneficiar a sus ciudadanos, sin por ello descuidar la libertad para investigar otros temas en los temas más diversos.

Porque, no hay que olvidarlo, la investigación científica es una actividad darwiniana, que sólo puede avanzar si se le permite explorar más o menos azarosamente en todas las direcciones posibles para encontrar esos hallazgos inesperados que abren nuevas rutas de investigación que no podían haber sido predichas. Por eso, los gobiernos de corte autoritario, que deciden imponer prioridades de investigación que prohíben o cancelan fondos para cierto tipo de investigaciones, terminan sofocando las raíces del árbol de la ciencia, y dañando a sus ciudadanos. A veces gravemente, como ocurrió con las terribles hambrunas en la Unión Soviética en los años 30 del siglo pasado, producidas por el rechazo ideológico de su gobierno a la genética “occidental”.

Por ello, lo peor que le puede pasar a la ciencia es que sean sólo los políticos, sin la colaboración de los científicos, quienes definan el rumbo que debe seguir.

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