19 de mayo de 2024 19 / 05 / 2024

Ojo de mosca 297

Ciencia, tecnología y fobia

Martín Bonfil

El ser humano es una especie complicada. Tenemos una inmensa fe en el poder de la ciencia y la tecnología. Pero les tenemos también un inmenso temor.

Los desarrollos científico-tecnológicos nos han permitido entender (ciencia) y controlar (tecnología) el mundo que nos rodea, y modificarlo para mejorar nuestra existencia. Hoy los humanos dependemos de la tecnología para prácticamente cualquier actividad.

Pero la tecnociencia nos ha mostrado también su enorme poder destructor. Armas atómicas o químicas; desarrollos tecnológicos con efectos inesperados y dañinos para la salud humana o el ambiente (como el cambio climático, fruto de la tecnología de combustión de hidrocarburos). Los productos de la ciencia y la tecnología distan mucho de ser siempre benéficos o siquiera inocuos.

Ante esta ambivalencia, una postura razonable sería aprovechar sin temor los beneficios del conocimiento aplicado, pero eso sí, hacerlo con precaución y bajo supervisión. Primero, por el uso irresponsable o poco ético que siempre se puede hacer de una tecnología. Y segundo, por los efectos nocivos insospechados que pudieran tener.

Desgraciadamente, la respuesta de la sociedad ante los riesgos de la tecnología suele ser un rechazo tajante y más bien irracional. Prácticamente una fobia.

Hay quien, pese a estar enfermo, se rehúsa a tomar los medicamentos que pueden ayudarlo porque “desconfía de las pastillas”. Un caso extremo es el movimiento antivacunas: por temor a los supuestos riesgos de la vacunación —pese a haber sido debidamente refutados—, un porcentaje significativo de la población prefiere correr el riesgo de enfermedades como sarampión, polio o covid-19 con tal de no recibir las satanizadas vacunas.

Otro ejemplo de fobia tecnológica son los rumores sobre los presuntos —e inexistentes— daños causados por las ondas electromagnéticas provenientes de teléfonos celulares o líneas de transmisión eléctrica. ¡Y ni hablar de la angustia que producen en muchos los últimos adelantos en inteligencia artificial!

En realidad, estos temores resultan casi siempre exagerados, y hasta dañinos. Los cultivos genéticamente modificados —o transgénicos— son un buen ejemplo: se dice que la introducción de genes foráneos en una planta para mejorar sus características nutritivas o de resistencia a plagas es “antinatural” y por tanto, riesgosa. Pese a décadas de consumo mundial de dichos vegetales sin ningún incidente de efectos dañinos, en muchos países se sigue prohibiendo su cultivo.

Se pierde así la oportunidad de mejorar los rendimientos agrícolas y combatir crisis alimentarias presentes o futuras. Todo en nombre de una fobia de base ideológica: los productos del progreso, de la técnica derivada del conocimiento científico, son necesariamente “malos” o peligrosos.

Mientras mantengamos el rechazo irracional a las nuevas tecnologías y a la ciencia misma será difícil que las sociedades modernas lleguen a ser verdaderas democracias que aprovechen todo el potencial del conocimiento y sus aplicaciones en beneficio de sus ciudadanos.

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