18 de mayo de 2024 18 / 05 / 2024

Ojo de mosca 298

Titán. El desprecio por el conocimiento

Martín Bonfil

El 18 de junio de este año los titulares de todos los diarios y noticieros del mundo pregonaron la noticia: un pequeño sumergible llamado Titán, propiedad de la compañía OceanGate, que se utilizaba para hacer tours submarinos alrededor de las ruinas del famoso trasatlántico Titanic, hundido en 1912, había desaparecido.

A los pocos días, el 22 de junio, se descubrieron sus restos, lo que confirmó una de las hipótesis sobre su desaparición: el sumergible había implosionado debido a una falla catastrófica en su estructura, bajo la tremenda presión —cientos de atmósferas— a la que estuvo sometido en su expedición submarina. La implosión —literalmente, una explosión hacia dentro— ocurrió en unos cuantos milisegundos, matando de manera instantánea, sin que pudieran siquiera darse cuenta de lo que pasaba ni sentir dolor alguno, a sus cinco tripulantes: cuatro pasajeros, que habían pagado cada uno alrededor de 250 mil dólares por la aventura, y el piloto, que era también cofundador de OceanGate.

La causa directa de la desgracia fue rápidamente identificada: el diseño del sumergible. A diferencia de otros muchos, éste no estaba hecho de metal de alta resistencia como acero o titanio. Constaba de un cuerpo cilíndrico central de fibra de carbono, un material mucho menos robusto, rematado en cada extremo por domos, esos sí, de titanio. Fue precisamente el cuerpo central de fibra de carbono el que sufrió la falla catastrófica que destruyó el sumergible.

Pero detrás de esa causa inmediata se halla otro factor: el desprecio por el conocimiento. En una declaración previa Stockton Rush, el cofundador de OceanGate que colaboró en el diseño del Titán y falleció en el desastre, había afirmado que “la seguridad era un desperdicio”, añadiendo “si lo que quieres es estar seguro, no salgas de la cama”. Como consecuencia de esta visión, el Titán no cumplía con muchos requisitos mínimos de seguridad que cualquier técnico experto hubiera exigido, y tampoco contaba con ninguna certificación oficial de seguridad. Aparte de su cuerpo de fibra de carbono, varios de sus componentes habían sido improvisados, y para pilotarlo se usaba nada menos que el control de un videojuego. Un experto en seguridad que denunció los riesgos del vehículo fue despedido y demandado por la compañía.

La ciencia y la técnica son actividades colectivas por muy buenas razones. El conocimiento experto que respalda la construcción y la seguridad de productos tecnológicos como un sumergible es producto del trabajo cooperativo de miles de miembros de la comunidad científica y tecnológica. De millones de horas de investigación, diseño, modelado, prototipos, pruebas, discusión y corrección de errores. Y finalmente está sujeto al control de calidad del mecanismo de revisión por pares. Es por ello que resulta confiable.

Pensar que se puede ignorar este conocimiento experto y que se puede diseñar y usar una tecnología tan riesgosa con base sólo en la propia inteligencia constituye un riesgo muy elevado. Stockton Rush y los demás pasajeros del Titán lo pagaron con su vida.

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