27 de abril de 2024 27 / 04 / 2024

Ojo de mosca 304

Confiar en la ciencia

Martín Bonfil

Robert Hooke/Wellcome Collection

Una duda frecuente con respecto a la ciencia es por qué deberíamos confiar en ella. Se inquiere también, en relación con temas concretos como epidemias, vacunas, cambio climático, energía nuclear, cultivos genéticamente modificados y tantas otras cuestiones, si las afirmaciones basadas en el conocimiento científico son más confiables que otras sustentadas en puntos de vista políticos, económicos, ideológicos, religiosos, etcétera.

Y aunque para muchos la respuesta parecería obvia, en realidad no lo es tanto: la verdad es que la confianza que podemos tener en la ciencia no es ni debe ser absoluta: está siempre sujeta a revisión. Cierto: el conocimiento científico se basa en una forma de estudiar el mundo que se caracteriza por ser sistemática, rigurosa, lógica y —necesariamente— honesta. Se basa en evidencia comprobable y comprobada, y en cadenas válidas de razonamiento.

Pero también es cierto que no siempre los investigadores científicos logran cumplir con todos estos requisitos de forma ideal, ya sea por sesgos inconscientes, defectos y errores en su metodología, limitaciones individuales y, en algunos casos, incluso por deshonestidad. Es por ello que existe el mecanismo de “evaluación por pares”, mediante el que los resultados obtenidos por un investigador son sometidos a un riguroso examen de control de calidad por sus propios colegas expertos en el campo del que se trate. Se logra así que, además de los cerebros de los propios expertos que realizaron la investigación, se sumen los de otros expertos —los árbitros del trabajo, que lo revisan antes de ser publicado— para tratar de detectar errores y garantizar que los resultados sean confiables.

Aun así, este mecanismo de arbitraje tampoco es perfecto, y tiene sus propios sesgos y fallas. Por ello, no es raro que se descubran y denuncien investigaciones ya publicadas y “aprobadas” por la comunidad científica que más tarde resultan ser incorrectas o hasta fraudulentas. Porque el control de calidad de la ciencia no termina cuando un artículo es publicado. Siempre es posible refutar una investigación mal hecha. El conocimiento científico siempre está sujeto a revisión y corrección.

Pues bien: esta capacidad de ser constantemente cuestionado y mejorado no sólo es una de sus más grandes virtudes, sino probablemente la razón por la que la ciencia puede aspirar a producir conocimiento más digno de confianza que el obtenido por otros medios como el sentido común, la revelación divina, las tradiciones antiguas o las ideologías diversas. Al menos en lo que respecta al mundo natural. Pocas formas de conocer el mundo pueden ofrecer tal nivel de rigor y control de calidad del conocimiento que producen. (Sin contar, además, con la prueba de la praxis: los descubrimientos científicos tienen que funcionar cuando son aplicados, por ejemplo en forma de tecnología.)

Al final, la ciencia no revela verdades, sino que construye explicaciones y modelos que constantemente cambian y se corrigen, y que nos permiten entender, predecir y manipular, al menos por el momento, el mundo que nos rodea.

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