25 de abril de 2024 25 / 04 / 2024

Ojo de mosca 61

La vida eterna de Henrietta Lacks

Martín Bonfil Olivera

Aunque las concebimos como opuestas, a veces la vida y la muerte se entrelazan. Al hablar de cáncer, por ejemplo, lo primero que viene a la mente es la muerte. Y sin embargo, es a través del cáncer que una mujer estadounidense llamada Henrietta Lacks alcanzó, literalmente, la inmortalidad.

Todo comenzó en 1951, cuando llegó al hospital de la universidad Johns Hopkins, en Baltimore, para examinarse un punto rojo en el cuello de su matriz que resultó ser canceroso. O quizá en realidad la historia comenzó un poco antes, cuando una de sus células sufrió una alteración que hizo que dejara de obedecer su programa genético.

Las células de un organismo están programadas para seguir un ritmo ordenado de crecimiento y división: el ciclo celular. La célula crece, duplica su material genético, y luego se divide en dos. Pero este proceso no es continuo: la mayoría de las células reposan durante algún tiempo antes de dividirse a toda velocidad, lo más rápido que pueden. Es por eso que los tumores pueden crecer tan aceleradamente.

El cáncer de Henrietta avanzó con tal velocidad que los médicos pudieron hacer poco por ella. Le colocaron una cápsula del elemento radio, con la esperanza de que la radiación matara a las células cancerosas, pero fue inútil. Ocho meses después había muerto. Tenía sólo 31 años.

Paradójicamente, fue ese cáncer lo que le permitió a Henrietta volverse inmortal. Sin saberlo ella, el ginecólogo que la atendió tomó una muestra de su tumor y se la dió al doctor George Gey, quien desde hacía 30 años había estado tratando de cultivar células humanas en el laboratorio, cosa hasta entonces imposible. Si pudiera lograrlo, las células en cultivo podrían usarse para todo tipo de estudios: sobre cáncer, infecciones virales, toxicidad de nuevos medicamentos...

Las células del tumor de Henrietta se reproducían tan rápidamente que le ocasionaron la muerte; pero gracias precisamente a ese vigor, se multiplicaron de maravilla en la caja de Petri del doctor Gey. Se duplicaban una y otra vez: eran inmortales. Gracias a ello pudieron ser utilizadas para desarrollar la vacuna contra la poliomielitis, primero y luego para muchas otras investigaciones.

Hoy, laboratorios en todo el mundo usan las células de Henrietta —llamadas HeLa, por sus inicaiales— como una herramienta básica. El peso de las células HeLa que existen hoy en el mundo supera varias veces el del cuerpo de Henrietta, y siguen multiplicándose. En cierta forma, ella sigue viva y ayudando a la ciencia médica, más de 50 años después de haber muerto.

Comentarios: mbonfil@servidor.unam.mx

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