18 de mayo de 2024 18 / 05 / 2024

¿Quién es? 298

Andrés Cota Hiriart

Gloria Valek

Foto: Arturo Orta

Cineasta y zoólogo comprometido, amante de los animales y la literatura que se dice afortunado de poder conocer y difundir el mundo silvestre antes de su colapso

Andrés Cota Hiriart es un naturalista, zoólogo y escritor mexicano apasionado por los animales y las letras. Biólogo por la unam, realizó la maestría en comunicación de la ciencia y documental científico en el Imperial College de Londres, Inglaterra, becado por el Conacyt (Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, ahora Consejo Nacional de Humanidades, Ciencias y Tecnologías). Vivió unos años en Berlín, lugar donde comenzó a delinear su veta de escritor y divulgador de la ciencia. Es articulista de varias revistas mexicanas y autor de la novela Cabeza ajena y de los libros de ensayo Faunologías, aproximaciones literarias al estudio de los animales inusuales, El ajolote. Biología del anfibio más sobresaliente del mundo y Fieras familiares, así como compilador de la antología La Sociedad de Científicos Anónimos. Dirigió la Unidad de Conservación de la Vida Silvestre “Vida Fría Reproductores”, dedicada a la reproducción de reptiles en cautiverio; actualmente coordina la Sociedad de Científicos Anónimos y conduce el programa de radio y pódcast Masaje cerebral. Desde niño le fascinaron los insectos, reptiles y anfibios, y convirtió su casa en un zoológico.

Tras leer varios pasajes de Fieras familiares y de reseñar El ajolote mi primera pregunta se refiere a tu infancia. ¿De verdad te llenabas los bolsillos de azotadores y de otros bichos cuando eras niño?

Sí, fui un niño muy inquieto que traía siempre los bolsillos llenos; supongo que tuve una infancia como la de cualquiera, aunque, bueno, mis padres son fisiólogos y ambos investigadores; mi madre trabaja en la unam y mi padre en el Cinvestav. Estudié la primaria primero en un colegio Montessori de Coyoacán y luego en el Colegio Madrid, de donde me corrieron dos veces, pero ahí pude terminar el bachillerato. Soy hijo único y en la primaria la pasé mal. Nada grave; digamos que no era el más buleado del salón, aunque sí lo padecía. En la secundaria me volví más problemático, porque cobré venganza. El Madrid era tan grande, con cinco o seis salones por grado, que tenías que sobrevivir ante la muchedumbre, hacerte el fuerte y ponerte una coraza: “No hay mejor defensa que el ataque”, dicen los ajedrecistas, y eso practiqué durante un tiempo.

Disfruté las travesuras que describes tan vívidamente en tus textos. Se ve que la pasaste muy bien, sobre todo en Estados Unidos, durante los posgrados de tus padres. ¿Qué recuerdas de esa época?

Uf. Me parece acertado eso de que “infancia es destino”, pues definitivamente fue una temporada importante; estuve allá de los 3 a los 8 años de edad y tengo recuerdos imborrables. Estuvimos en Filadelfia, y recuerdo gratamente sobre todo los veranos, la vida campirana, la libertad, el drástico cambio de estaciones, cuando en primavera todo explota y tienes la oportunidad de disfrutar de los animales, los lagos llenos de ranas reproduciéndose, tortugas, muchas aves, un entorno muy fértil y atractivo. Además había (hay) varios institutos de investigación como los de Biología Marina y Oceanografía, que son punta de lanza y cuyos laboratorios en el verano se llenan de científicos y estudiantes de todo el mundo, con un montón de premios Nobel en un ambiente relajado. Creo que eso me marcó porque se hablaba de ciencia todo el tiempo, trabajaban en sus laboratorios y luego se iban a tomar cerveza sin solemnidad y sin separar la ciencia de la vida cotidiana, sin horarios tan rígidos. Para mí fue inspirador descubrir esa manera tan amable de acercarse a la ciencia y a los animales, porque no sólo podíamos interactuar con ellos al aire libre sino también verlos en los bioterios como parte de las actividades de la escuelita donde estudiábamos los hijos de los investigadores.

Tus padres son reconocidos académicos. Supongo que eso te marcó.

Sí, supongo que todo influyó, aunque estoy convencido de que todo es culpa de las madres [sonríe]; la mía es alérgica a las mascotas convencionales, no tuve hermanos ni hermanas y al mudarme muy chico a otro país, con otro idioma, me aislé un poco; pasaba muchas horas solo en mi mundo interior y se arraigaron más mis intereses. Quizás a los hijos de científicos se nos fomenta más desde chicos seguir los pasos de nuestros padres, pero eso depende de cada uno.

En Fieras familiares cuentas que tenías una boa constrictor en tu cuarto, ¿son tu fascinación?

Compartí mi habitación con una boa de 20 kilos y 3 metros de largo por más de 15 años; me atrapan muchos animales, pero las serpientes son el mejor ejemplo de seres que te gustan simplemente porque sí. Supongo que mi primer interés por las serpientes fue estético, y luego fui observando a otros animales venenosos, como algunos arácnidos, uno que otro anfibio… y eso de niño era para mí muy llamativo, igual que pensar en los reptiles como dinosaurios modernos, aunque luego aprendería que esas son las aves.

En tus textos de divulgación de la ciencia combinas ciencia y literatura. ¿Cómo lo logras?

Bueno, no ha sido fácil, pues al tener una intención científica y literaria mis textos no encajan en las colecciones editoriales ni en los concursos. Por ejemplo, en el Premio Ruy Pérez Tamayo de Divulgación de la Ciencia del Fondo de Cultura Económica Fieras familiares no entra porque no es puramente divulgativo ni tampoco es aceptado en convocatorias para premios literarios por tener su buena dosis de ciencia. En México he vivido el conflicto no sólo entre las llamadas dos culturas sino también con los periodistas científicos, porque escribo sobre todo ensayos, no textos de actualidad. Por eso al final este libro se publicó en España, donde tienen una visión un poco más abierta.

En Fieras familiares mezclas ciencia, literatura, imaginación y realismo. ¿Esa es tu aspiración como divulgador de la ciencia?

Sí. Llevo años intentando este cruce, y hasta ahora fue posible gracias a una beca del Sistema Nacional de Creadores de Arte que me permitió sobrevivir en pandemia y hacer algo más ambicioso. Fue complicado, pues primero intenté obtener el apoyo para creadores jóvenes del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca) siete veces; al tratarse de divulgación de la ciencia me sugerían dirigirme al Conahcyt, que tampoco es buena idea si quieres publicar un libro más literario. Me parece que ahora lo estoy logrando.

Eres un alma libre, poco institucional. ¿Qué pasa con la UNAM?

Incluso en la unam alguna vez quise hacer un doctorado práctico; no un tratado sobre la divulgación, sino divulgación en sí misma: unirme a algún instituto durante el doctorado y escribir textos científicos y otros materiales de divulgación. Las instituciones me sacan ronchas y cuando intenté entrar a la unam a un proyecto de biología les sorprendió que quisiera hacer divulgación de la ciencia dirigida al público externo a la universidad: por ejemplo un pódcast sobre parásitos con las colecciones del Instituto de Biología o una columna en el periódico El País sobre el montón de investigaciones de la unam. Me dijeron que si entraba a trabajar ahí debía dejar de escribir. Tengo amigos que han dejado la divulgación por el trabajo administrativo y eso a mí no me interesa.

¿Cómo seleccionas tus temas de divulgación, qué te preocupa?

Siempre me han interesado las cuestiones neurológicas, las patologías mentales, pero también la extinción masiva de las especies, la velocidad con la que están desapareciendo los insectos, que son la base de las redes tróficas terrestres y los principales polinizadores. Hay que divulgar eso, recordar que somos los últimos consumidores y debemos cuidar a todos los anteriores; si te vas a las escalas más chiquitas, los problemas son mayores, los hongos y las bacterias son los cimientos.

¿Documental a realizar?

Haría un registro para futuras generaciones sobre los cenotes y la fauna endémica que desaparecerán con el Tren Maya, pues también será el golpe de gracia para el sistema arrecifal centroamericano. A nivel global, dejaría de promover la naturaleza prístina inexistente que ensalzan programas como los de Obama, pues volteas la cámara y descubres un hotel altamente contaminante.

¿Qué recomiendas a los jóvenes divulgadores de la ciencia?

Que cursen talleres de escritura creativa, cultiven una vida emocional, exploten su sensibilidad, trabajen su red de contactos, comprendan los temas y practiquen sus habilidades comunicativas para cubrir los conceptos necesarios para divulgar. Importantísimo aprender inglés, pues al inglés se traduce todo. Salirse de su contexto, no sólo a otras ciudades o países. Tener en cuenta que la ciencia no es sólo de los científicos, que es un proceso dinámico de producción, interacción e hibridación de muchas de las actividades que nos rodean y en el que participamos todos.

En corto

Documental científico preferido
Cualquiera de Werner Herzog.

Animal predilecto
El pitón verde arborícola de Indonesia y, de los extintos, el Neandertal, subespecie del género Homo cuyo estudio permitirá entendernos mejor.

Científicos admirados
Oliver Sacks, porque también es escritor, y Gerald Durell, que además creó su propio zoológico y a quien le sigo los pasos.

País por visitar
Madagascar, por su biodiversidad, que en diez años habrá desaparecido.

Virtudes y defectos. La creatividad y la disciplina. Hablo de más y soy terco.

Deporte
Andar en bicicleta, pues es mi medio de transporte.

Comida favorita
La japonesa, sin duda.

Amores
Tres mujeres: mi madre Marcia, mi pareja Ana Jacoba y mi hija Damiana.

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