19 de mayo de 2024 19 / 05 / 2024

¿Quién es? 301

Jaime Eduardo Calixto González

Gloria Valek

Foto: Arturo Orta

Destacado neurocientífico, funcionario, profesor universitario, divulgador de la ciencia y exitoso bloguero

Eduardo es médico cirujano y doctor en neurociencias por la unam, con un posdoctorado en fisiología cerebral en la Universidad de Pittsburgh. Hoy es jefe de Neurofisiología del Instituto Nacional de Psiquiatría Juan Ramón de la Fuente e investiga las neuronas, hormonas y neurotransmisores que intervienen en la adicción a diversas drogas, así como la modulación de la conducta sexual, la ansiedad y la depresión, entre otros temas.

Ha sido profesor del Departamento de Neurociencias de la Universidad de Pittsburgh y del Departamento de Neurofarmacología del Centro Paul Broca en París, Francia. Ahora enseña en las facultades de Medicina y Psicología de la unam. Es autor de decenas de publicaciones internacionales en revistas especializadas y de cinco libros de divulgación sobre el cerebro de hombres y mujeres, las adicciones, el amor, los celos y el comportamiento tóxico, respectivamente. Cada semana reflexiona sobre esos temas en las redes con sus miles de seguidores.

Además de reconocido científico y funcionario eres divulgador de temas muy populares. ¿Qué te llevó a dedicarte a las neurociencias y a compartir tus conocimientos?

Creo que influyeron dos situaciones. La principal fue la presencia continua de la enfermedad en mi casa: mi madre padeció varias enfermedades y yo quería cuidarla, curarla. Ésa fue mi principal motivación y la relación complicada con ella me llevó a las neurociencias. Otro aspecto que cambió mi vida fue haber entrado al Colegio de Ciencias y Humanidades (cch) de la unam. Siempre me interesó la investigación y particularmente la médica: indagar, descubrir, aprender cómo funciona el organismo humano. Del cch pasé a la licenciatura en medicina en Ciudad Universitaria; sabía sobre los desvelos que me esperaban pero tenía (tengo) la idea romántica de ser médico para servir. Durante la carrera fui un tiempo ayudante de investigador y si acabé en ese mundo fue porque el doctor Enrique Piña me dio la oportunidad de entrar. También leí en aquel entonces El cerebro averiado: plasticidad cerebral y recuperación funcional, un libro que me marcó, pero lo interesante fue que uno de sus autores, el doctor Simón Brailowsky, trabajaba en la unam. Lo busqué y le pedí que me permitiera colaborar con él… y pasé unos seis años en su laboratorio, hasta que murió en un accidente. Lo demás es historia, pues heredé muchos de sus conocimientos y aprendí a no darme por vencido; cada vez que descubro algo, doy un seminario, tengo un logro, le agradezco. Después de los posgrados en el Instituto de Fisiología Celular hice un posdoctorado en Estados Unidos sobre lo que yo pensaba que era la parte esencial de la memoria y las diferencias entre los cerebros de mamíferos machos y hembras… eso me motivó a tratar de encontrar más respuestas y a compartirlas.

¿Qué te dejó el cch? ¿Te enseñó a pensar?

Primero me dejó todo lo que aprendí, la libertad, las opciones técnicas, las materias optativas en otros planteles. Antes de ser médico fui técnico en análisis clínicos y bancos de sangre; el cch me dejó la sensación de aprovechar el tiempo, una rutina de estudio que sigo practicando. Y, sí, me enseñaron a pensar, a ser disciplinado, a disfrutar lo que hago y a obtener resultados en tiempos cortos. Fui muy feliz: cuando me invitan a dar conferencias viajo en el tiempo… Es una emoción fantástica regresar, pues recuerdo a los profesores de psicología, ciencias de la salud y estadística. Lo que aprendí de ellos me sirvió en los estudios y me sigue sirviendo profesionalmente; hoy como profesor trato de imitarlos.

¿Y la Facultad de Medicina y Pittsburgh?

En la licenciatura son dos años en la Facultad y otros más en prácticas y hospitales, un tiempo que no cambiaría porque, además del aprendizaje, la convivencia con compañeros es única. Y aunque sacrificas la vida personal, al final encuentras a quién amar; hoy tengo una hija maravillosa que no quiere saber nada de medicina [sonríe] y es mi contrapeso.

A la Universidad de Pittsburgh llegué a principios de los años 2000, a una sociedad complicada en la que vi racismo y clasismo, aunque mi formación en México fue tan sólida que me quedé por cuatro años. Ahí viví una dura separación, pues mi pareja regresó a México. Para tratar de entender lo ocurrido me documenté sobre lo que pasa en un cerebro enamorado y la ciencia me ayudó porque, cuando entiendes fisiológicamente lo que ocurre, el dolor disminuye. Eso le debo, entre otras cosas, a mi estancia en Pittsburgh.

Y te das cuenta de que no te vas a morir de amor ni se acabará el mundo y que casi todo tiene una explicación científica, y eso derivó en cursos, artículos, libros…

Exacto [sonríe]. Tu cerebro responde de diversas formas ante un coctel de oxitocina, adrenalina, dopamina, endorfinas. En eso estaba cuando ocurrió algo inesperado: en el año 2000 Eric Kandel compartió con otros dos científicos el Premio Nobel por dilucidar el mecanismo de transducción [transferencia] de señales en el sistema nervioso, y luego, en 2003, en Pittsburgh, publicamos un artículo que lo contradecía en parte. Asistí entonces a un congreso donde lo descubro rodeado de periodistas, pero él se acerca y me pregunta: “¿Por qué usted afirma que estoy equivocado?” Nervioso, le explico que para nosotros la síntesis de proteínas es importante para el proceso de aprendizaje y que debía tomarse en cuenta para la memoria. En ese momento me increpa: “Es usted de la India, ¿verdad?” “No, doctor, soy mexicano”, respondí nervioso. “Le va a ir bien”, finalizó. Lo sorprendente fue que en la Universidad de Pittsburgh, cuando se enteraron de que le hice notar a un premio Nobel que no había tomado en cuenta la edad de consolidación de la memoria en el cerebro, cambiaron de actitud conmigo y colocaron mi fotografía en el cuadro de honor ¡con las siglas de la unam y al calce el nombre de México! Mi emoción fue enorme, y lo mejor es que volví años después y ahí seguía mi foto; cada vez que las cosas se ponen difíciles recuerdo esa historia.

La divulgación es cada vez más reconocida. Creo que es lo mínimo que debemos hacer los científicos (que hemos estudiado gracias a las becas) para retribuir a las instituciones públicas, a la sociedad: con los impuestos nos pagan y podemos realizar proyectos, crear, hacer ciencia. Ahora ya se valora y nos preocupamos cada vez más por hacer accesible el conocimiento.

¿Qué ocurrió después?

Cuando terminé el posdoctorado me ofrecieron quedarme en Estados Unidos, pero gracias al Conahcyt regresé repatriado a México, convencido de que nuestro país tiene solución. Hoy me dedico a lo que más me apasiona: la investigación, la docencia y la divulgación. No cambiaría nada de lo vivido; incluso a veces siento que nunca he trabajado, pues me pagan por seguir aprendiendo, investigar y enseñar. Soy un hombre feliz y agradecido, que aún tiene capacidad de asombro y disfruta a la gente, así como gozo la variedad de cosas que hago: experimentos, seminarios, publicaciones, entrevistas.

Además de artículos y documentos científicos eres autor de exitosos libros de divulgación de las neurociencias. ¿Cómo empezaste a escribir? ¿Qué opinas de la divulgación?

La divulgación es cada vez más reconocida. Creo que es lo mínimo que debemos hacer los científicos (que hemos estudiado gracias a las becas) para retribuir a las instituciones públicas, a la sociedad: con los impuestos nos pagan y podemos realizar proyectos, crear, hacer ciencia. Ahora ya se valora y nos preocupamos cada vez más por hacer accesible el conocimiento.

Mis libros parten de la investigación y experiencia personal y docente respecto de lo que me preocupa, de anécdotas reales. El primero lo escribí a sugerencia de un amigo, quien me advirtió que no me iba a hacer rico, aunque con su venta adquirí un coche [sonríe]. Te hablo de Neurotuits en cápsulas de 140 caracteres, en el que resumo el seminario que tenía en mi laboratorio e invito a reflexionar sobre nuestra capacidad cerebral; ¡hoy 180 mil personas me siguen en x, antes Twitter! Mi segundo libro, Un clavado a tu cerebro, surgió a raíz de casi tres años de entrevistas; en Amor y desamor explico, a partir de historias reales, qué pasa en el cerebro cuando te enamoras ¡y fue traducido al turco! El perfecto cerebro imperfecto lo escribí para mostrar el funcionamiento de ese órgano en la vida cotidiana, y El lado b de las emociones fue pensado para entender mejor nuestras relaciones familiares (escribirlo me ayudó a entender la relación con mi padre). Ninguno de mis libros se parece; además de disfrutar los procesos de reflexión y escritura, nunca imaginé que tendrían tanto éxito.

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