27 de diciembre de 2025 27 / 12 / 2025

¿Quién es? 323

Carol Perelman Khodari

Gloria Valek

Fotos cortesía de Carol Perelman Khodari

  1. Apasionada por la ciencia desde niña e inspirada en la mente matemática de su padre, la creatividad de su madre y la curiosidad de sus cuatro hijos, esta química farmacéutica bióloga (qfb) es experta en crear espacios interactivos para democratizar el conocimiento y en divulgar temas relacionados con el covid-19.
  2. Su incursión formal en la ciencia se cristalizó al estudiar en la unam, y su amor por la divulgación, al ser cocreadora y directora desde el 2009 del Jardín Weizmann de Ciencias, un museo al aire libre en el Centro Deportivo Israelita de la Ciudad de México.
  3. Durante la pandemia su trabajo de comunicación en torno al covid-19 fue muy reconocido, en particular su libro Coronesio, Covidín y los secretos de lo invisible y su presencia en diferentes redes sociales.
  4. En la universidad pensó en estudiar medicina, pero en el propedéutico no le gustaron ni los cadáveres ni los quirófanos; en cambio, sí la investigación y su divulgación. Conoció a la doctora Patricia Ostrosky, quien la ayudó a optar por el área de qfb, “la ciencia detrás de la medicina”.
  5. A partir de sus años de bachillerato hizo algunas estancias de investigación en Israel y Estados Unidos para saciar su curiosidad. Mientras estudiaba en la unam trabajó en la Secretaría de Energía como asesora química.
  6. Sus influencias como divulgadora van desde la revista Chispa hasta las películas Un milagro para Lorenzo (sobre los secretos bioquímicos de una enfermedad rara) y Epidemia, que destaca el papel del Centro para el Control y Prevención de Enfermedades (cdc) de Atlanta, donde después de una soñada estancia se percató de que trabajar en laboratorios no era lo suyo.
  7. Al terminar la licenciatura hizo una pausa profesional, pues se casó y crió a sus hijos. Después ocurrió la reciente pandemia, y en medio del caos informativo se dio cuenta de que ella tenía ¡cuatro adolescentes en casa! Y no había información accesible para ellos. Entonces decidió escribir un cuento para niños, y así fue como volvió a la ciencia desde la comunicación.
  8. Hoy participa en programas de radio y televisión para combatir la desinformación sobre el covid-19 y otros temas.

Contenido exclusivo revista digital

Carol Perelman Khodari

Apasionada por la ciencia desde niña e inspirada en la mente matemática de su padre, la creatividad de su madre y la curiosidad de sus cuatro hijos, Carol se ha dedicado a crear contenidos y espacios interactivos para democratizar la ciencia.

Su incursión formal en esta área del conocimiento se cristalizó cuando ganó la medalla de oro en las Olimpiadas de Química Nacionales y la de bronce en las Olimpiadas de Química Iberoamericanas, y durante la licenciatura en química farmacéutica bióloga (qfb) en la unam. Su convencimiento sobre la divulgación se reafirmó al ser cocreadora y directora desde el año 2009 del Jardín Weizmann de Ciencias —el primer museo de ciencia mexicano completamente al aire libre—, mientras comunicaba ciencia en diversos medios, cuando obtuvo premios por sus escritos periodísticos y de divulgación en torno a la pandemia de covid-19 y sobre todo cuando publicó su cuento Coronesio, Covidín y los secretos de lo invisible. Estas experiencias la han llevado a ser hoy una experta en el tema.

Pero empecemos por el principio, ¿naciste en la Ciudad de México? ¿De dónde es tu familia?

Sí, mi papá, mis hermanas y yo nacimos en México y mi mamá, aunque nació en Beirut, Líbano, llegó a México a los 21 años y hoy también es mexicana. De hecho, cuando mis padres se conocieron hablaban entre ellos en francés, por lo que esa es mi lengua materna, aunque no la sé escribir y nunca he tomado clases. El español me lo enseñaban en el colegio…

¿Cómo llegaron tus antepasados al país? ¿Cómo te han influido?

Mi abuelo salió de Minsk, Rusia, rumbo a México, pero mi bisabuela, su madre, tenía una enfermedad en los ojos, por lo que no los dejaron desembarcar en Veracruz y los regresaron a Europa. Entonces, en Francia, mi abuelo participó en la Segunda Guerra Mundial como integrante del ejército francés y finalmente cuando llegó a México conoció a mi abuela. Pensamos que quizás nuestro verdadero apellido no es el que tenemos, pues muchos apellidos judíos se tomaban de los oficios y seguramente algún familiar se dedicaba a la joyería (a las perlas) y de ahí salió Perelman; son de esas fascinantes historias de migración…

Realmente fascinante… ¿Ha sido la familia tu principal influencia?

Sí, creo que la parte del pensamiento científico es de mi papá, porque desde que sus tres hijas éramos chiquitas siempre nos fomentó la curiosidad, el saber, el entender y el aprender; nos ponía acertijos y nos impulsaba a pensar… Te cuento una anécdota: cuando nació mi hermana Debbie (a quien le llevo como año y medio) mis padres decidieron enviarme al colegio y, aunque era muy pequeña, me aceptaron porque ya me sabía las letras: mi papá, en vez de hacerme ruiditos simulando patos, pollos o gatitos, me enseñaba los sonidos de las letras… Ese es mi papá, quien hasta el día de hoy me hace cuestionar y repensar todo. Por su parte mi madre siempre ha fomentado la parte humana, los valores y las tradiciones; de ambos aprendí a ser como soy.

Lindas reflexiones… ¿y cuándo decidiste estudiar química?

Desde la secundaria me fascinó el adn: cuando conocí cómo estaba compuesto nuestro material genético se me abrió un universo maravilloso y decidí estudiar algo relacionado con la ciencia. Luego me apasionó la salud y pensé en estudiar medicina. Fui aceptada en la Facultad de Medicina de la unam pero cuando asistí a una cirugía y al anfiteatro me di cuenta de que eso no era lo mío; yo quería curar y ayudar en cuestiones de salud pero no desde la medicina… Quería sanar enfermedades, pero no de uno en uno, sino quizás desde la investigación o la divulgación.

Entonces tuve la oportunidad de participar en las Olimpiadas de Química y todo eso me acercó a la Facultad de Química de la unam, que me preparó para los eventos internacionales y donde conocí a la doctora Patricia Ostrosky, quien me asesoró e invitó a los laboratorios del Instituto de Investigaciones Biomédicas para conocer cómo se hace investigación… Creo que todos deberíamos pasar por esas experiencias para ayudarnos a tomar decisiones informadas sobre nuestro futuro; en mi caso, la doctora Ostrosky me ayudó a decidir por qfb, “la parte científica que hay detrás de la medicina”.

¿La salud a través de la evidencia científica?

Sí, a eso me dedico. Durante los años en la facultad aprendí mucho sobre química pero me hacía falta la parte de las humanidades, pues no entendía nada de lo que hablaban las noticias sobre la economía y los problemas sociales. Entonces, subvencionada por mis papás, pasé un verano en la Universidad de Georgetown estudiando economía y descubrí en Washington una parte del mundo de las ideas que me pareció fascinante.

Regresé a México a continuar la licenciatura por las mañanas y a trabajar en la Secretaría de Energía como asesora química por las tardes… Fue una época lindísima en la que combinaba el aprendizaje teórico con la vida real, más práctica, y en la que podía estar cerca de la toma de decisiones a nivel nacional.

¿Estabas entre la teoría, la academia y la vida real?

Sí, fueron dos años fascinantes. Después de eso me gradué (extramuros por una huelga que afectó a la universidad), hubo cambio de gobierno y mi papá me propuso buscar trabajo en la iniciativa privada.

¿Qué otros aspectos te han marcado?

Los artículos de ciencia para niños de la revista Chispa, que disfrutaba mucho en mi infancia, y las películas Un milagro para Lorenzo, que me impactó porque trata de los secretos bioquímicos de una enfermedad rara, y Epidemia, que destaca el papel del Centro para el Control y Prevención de Enfermedades (cdc, por sus siglas en inglés) de Atlanta; cuando la vi se despertó mi deseo de estar en sus laboratorios de ébola nivel 4. Nunca los visité, pero realicé una estancia de verano en ese centro y me di cuenta de que, aunque la investigación era apasionante, trabajar en laboratorios no era lo mío.

Interesantes veranos…

No, bueno, para mí fueron fascinantes: cuando acabé la prepa gané una beca para ir a Israel, al Instituto Weizmann de Ciencias, donde pude ver un centro de investigación de alto nivel; el siguiente verano fui a Atlanta, uno de mis sueños, y luego a Washington, toda una experiencia en ciencias sociales, y los últimos dos veranos trabajé en el gobierno mexicano… Eso he tratado de transmitirles a mis hijos: que usen los veranos y el tiempo libre para explorar su curiosidad a través de horizontes que los ayuden a definir hacia dónde quieren ir, porque sólo entiendes lo que quieres hacer haciendo.

Terminaste la licenciatura e hiciste una pausa profesional…

Sí, justo después de graduarme de qfb en la unam conocí a mi futuro esposo y me casé. Aunque no es químico, hacemos buena química [sonríe]. Solicité entrar a una consultora de negocios, y trabajé ahí por un año hasta que tuve a mi primera bebé. Fue muy interesante porque aprendí mucho de finanzas y a ellos les llamó la atención mi pensamiento lógico, crítico y analítico. Luego tuve otros tres hijos y dejé por un tiempo el trabajo formal, aunque pude dedicarme a escribir a mi propio ritmo en la revista Eslabón, de la Asociación de Amigos del Instituto Weizmann, y fue entonces cuando surgió la idea de recrear en México el Clore Garden, museo de ciencias del Instituto en Israel, el primero en el mundo al aire libre (sin techo ni paredes).

En 2009, con el apoyo de expertos en museos y científicos de la talla de Julia Tagüeña, inauguramos en México el Jardín Weizmann de Ciencias, dentro del Centro Deportivo Israelita. A partir de ahí hemos creado con colegas otros jardines de ciencias en la República Mexicana, como en Hidalgo y la frontera norte: aprovechamos la espontaneidad de los niños al aire libre y divulgamos la ciencia de los fenómenos naturales.

¿Cuál es el museo mexicano que más te ha influido?

De niña disfrutaba ir al Mutec, de la Comisión Federal de Electricidad, y al Museo de Historia Natural; el primero ya no existe y el segundo quedó increíble con la remodelación, pues sigue con las bóvedas (patrimonio cultural) que, si se observan desde arriba, representan la división celular… y también permanecen el viejo diplodocus y los osos…

Y tus libros preferidos…

Muchos, varios. Había un libro de potencias de 10 que me encantaba; te dabas cuenta de lo pequeños que somos en el Universo. Y obviamente Triptofanito, del doctor Julio Frenk, y la serie Sigue tu propia aventura, libros en los que tú ibas trazando el camino, creando tu propia historia.

¿A qué jugabas con tus hermanas? ¿Hoy a qué se dedican?

Jugábamos a todo. Bailábamos ballet, los domingos nos llevaban al Desierto de los Leones con mis abuelos, jugábamos a las barbies y otros juegos de roles, yo construía objetos y aparatos electrónicos con mi papá, y trataba de recrear en el jardín fábricas y líneas de producción… Mi hermana de en medio estudió filosofía y la más pequeña, nutrición.

Y en la divulgación, ¿cuándo empiezas?

Siempre me gustó contagiar a otros de la pasión por la ciencia. Promoví en México un programa de matemáticas recreativas, entre otras locuras. Pero formalmente en 2018, cuando mis hijos ya estaban más grandes, decidí tomar un diplomado sobre periodismo de ciencia en el Consejo Mexiquense de Ciencia y Tecnología (Comecyt) para profesionalizarme en esa área. También participé con un reportaje en un concurso y gané el tercer lugar. Ingresé a la Red Mexicana de Periodistas de Ciencia, lo cual ha sido maravilloso y a la Sociedad Mexicana para la Divulgación de la Ciencia y la Técnica (Somedicyt), donde conocí a los principales divulgadores del país. Entonces comenzó la pandemia y, cuando trabajaba para Enlace judío, empecé a escribir sobre covid-19. La editora me pidió entrevistar a los especialistas, por lo que contacté a mi infectólogo, el doctor Francisco Moreno Sánchez, sin haber trabajado antes en ese género periodístico. Era el viernes 13 de marzo de 2020, día en que estalló todo y mi vida cambió sustancialmente.

La entrevista se hizo viral, pues el doctor respondió amablemente y con gran claridad todas mis preguntas, que eran las que todos teníamos. Esa experiencia me obligó moralmente a enfocarme para poder ayudar y empecé a trabajar más a fondo todo lo relacionado con el covid-19. A partir de ahí entrevisté a inmunólogos, pediatras, internistas, psicólogos, psiquiatras, funcionarios universitarios, biotecnólogos y filósofos, dado que todos los ámbitos de la vida se pusieron en pausa.

En todo ese caos informativo, me di cuenta de que para los niños no había información seria basada en evidencias y ¡yo tenía a cuatro niños (adolescentes) encerrados en mi casa!… Fue entonces cuando me puse a escribir un cuento para explicar a los más pequeños qué estaba pasando.

Y con personajes entrañables…

Sí. La historia narra cómo dos virus (Coronesio y Covidín) llevan a una niña llamada Karla a entender a través de experimentos qué es el coronavirus, pues como buena química dejé de lado las especulaciones y me basé en evidencias. Lo que siguió fue que con ese cuento gané el segundo lugar del Premio Jorge Flores Valdés de la Somedicyt y usé el monto para reeditarlo; en esa nueva edición agregué información sobre las vacunas. Las primeras copias se habían distribuido gratuitamente en línea porque con la pandemia las imprentas estaban cerradas y las personas requerían en julio de 2020 acceso inmediato a herramientas como este libro. Ahora gracias a la Somedicyt y adn editores ya se encuentra el cuento impreso.

¿Y qué pasó después?

A través de las redes digitales me encontré con personas haciendo lo mismo que yo. Entré a grupos médicos que trabajaban con covid-19 y estaban preocupados por el llamado covid largo. Leía todo lo que se publicaba sobre el tema y lo compartía con su debido contexto. Hicimos buenos equipos y participé en proyectos de investigación como los metaanálisis sobre las secuelas de covid-19 en adultos y niños que hice con médicas mexicanas. La preocupación crecía a la par que aumentaba la desinformación; ante la incertidumbre escribí textos de divulgación, y me invitaron a participar en programas de radio y televisión para hablar sobre la importancia de las vacunas y las repercusiones del covid largo.

Te tocó esa coyuntura y pudiste aprovecharla…

Sí, y cada vez me empapaba más de un tema urgente. En ese momento sólo quería entender qué estaba pasando y, con base en evidencias, trasmitirlo a la mayor cantidad de personas posible para que pudieran tomar las mejores decisiones. Fue un trabajo que creo que ayudó a muchos a entender lo que estábamos viviendo, aunque recibí de todo: reclamos, agresiones, quejas, pero sobre todo mensajes de agradecimiento porque mis intervenciones los habían orientado. También durante mis participaciones en los medios conocí a gente maravillosa, muy cercana en los peores momentos de incertidumbre y con la cual sigo en contacto: médicos, trabajadores de la salud, divulgadores de la ciencia.

¿Y ya eras una experta?

Bueno, algunos medios me empezaron a buscar y, de ser entrevistadora, me convertí en entrevistada y ahora colaboro con algunos de ellos… Al terminar la contingencia me invitaron a dar clases sobre ciencia y sociedad en la Facultad de Química de la unam, y TV UNAM y el Instituto Nacional de Antropología e Historia (inah) me invitaron a conducir 13 capítulos de la serie Nuestras cosmovisiones, donde entrevisté a interesantes personalidades y aprendí muchísimo.

También di una plática tedx en la que inventé el término coronadipia, referente a cómo la ocurrencia de algo poco probable se torna en algo cotidiano… cómo se nos presentan oportunidades que hay que saber identificar y si las sabes aprovechar se vuelven parte de tu vida cotidiana.

¿Qué sigue para ti?

Seguir aprendiendo, escribiendo, creando espacios, jardines de ciencia en sitios más rurales; democratizar la ciencia para que pueda llegar a todos; contagiar a las personas de pensamiento científico (no tienen que ser científicos para pensar como ellos), y hablar de la salud planetaria con evidencias científicas, pues sin duda necesitamos la ciencia para disminuir el riesgo de enfermedades y vivir mejor.

Estoy trabajando en unos videos que he titulado No es broma, es ciencia, que muestran que la ciencia trabaja a partir de la incertidumbre, el cuestionamiento, la duda, y que divulgarla no es traducir resultados: es explicarla dentro de un contexto y que el principal problema con las redes sociales es que seguimos sólo a quienes piensan como nosotros…y validan nuestras creencias.

¿Qué les dirías a los jóvenes?

Que todos los caminos llegan a Roma; que lo importante no es llegar, sino el trayecto que vas eligiendo con las experiencias que enriquecen tu vida y responden a tus intereses. Y esto lo hablo mucho con mujeres, porque generalmente los caminos establecidos han sido trazados por y para hombres. Debemos tener la posibilidad de personalizarlos, reconocer que no hay un solo camino ni una sola forma de recorrerlo; el camino lo trazamos cada uno de nosotros…

¿Como mujer te has sentido en desventaja?

No, quizás en algún momento académico y profesional, pero en general creo que no, pues mi entorno familiar ha sido muy fuerte e igualitario; mis figuras masculinas siempre creyeron que yo podía hacer cosas, independientemente de si era hombre o mujer.

En corto

  • Escritor admirado. Etgar Keret, que escribe cuentos maravillosos.
  • Música. Toda, en especial el Concierto para violín de Beethoven.
  • Instrumentos que se tocan en casa. Mis hijas tocan el violín y el chelo, y mi hijo y yo, el piano.
  • Sitios por visitar. Praga y Tailandia.
  • Director de cine favorito. Stanley Kubrick.
  • Científicos destacados. Los niños, que hacen las preguntas más difíciles.
  • Amores. Mis padres, mi esposo y mis cuatro hijos.
  • Pasión. Los jardines de ciencia.
  • Comida preferida. Mexicana, el mole.
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