25 de abril de 2024 25 / 04 / 2024

La normalidad no es para mañana

Sergio de Régules

Imagen de La normalidad no es para mañana

Ilustraciones: Shutterstock

El peligro de la pandemia no ha pasado, pese al final de la jornada de sana distancia.

A principios de junio las autoridades de México anunciaron que se terminaba la jornada de sana distancia y que podían reanudarse ciertas actividades, sin dejar de mantener espacio suficiente entre nosotros ni usar cubrebocas. Muchas personas interpretaron este anuncio como que ya no había peligro de contagio pese a que el subsecretario López-Gatell recalcó que el fin de la jornada de sana distancia no quiere decir que “salgamos a hacer todo lo que solíamos hacer” y que bajar la guardia podría traer un repunte de la epidemia. Quizá habría sido útil llamar de otra manera a la reanudación de actividades económicas. “Fin de la jornada nacional de sana distancia” transmite un mensaje que se presta a confusión y que ha favorecido una actitud desenfadada respecto al peligro precisamente cuando este es mayor.

Reacción en cadena

De niño leí un libro sobre el átomo que me impresionó porque explicaba las reacciones en cadena con ratoneras. La cosa era así: se siembra una habitación de ratoneras muy juntas y listas para dispararse. En cada ratonera se pone una pelota de ping pong que saltará por el aire al activarse el dispositivo ratonicida. Se arroja una pelota. Cae en una ratonera y la dispara. Salen volando dos pelotas que activan dos ratoneras, que activan cuatro, que activan ocho, que activan 16… y así, sucesiva y exponencialmente. Se desata el pandemónium y en muy poco tiempo todas las ratoneras se han disparado. Explosión nuclear.

O epidemia, otro fenómeno de crecimiento exponencial. Si no se hace nada para frenar la transmisión de la enfermedad, una persona infectada contagia a varias más y cada una de estas contagia a otras… y así, sucesiva y exponencialmente. Se desata el pandemónium y en muy poco tiempo toda la población está infectada (www.youtube.com/watch?v=wJ2NMD3VWio).

Pero el ritmo de la explosión se puede controlar. ¿Cómo? Separando las ratoneras. Mientras más distanciadas estén, menos probable será que activen otras. Este es exactamente el efecto de la cuarentena y el distanciamiento social en la epidemia de COVID-19. En el caso ideal, las ratoneras estarían tan separadas que nadie infectaría a nadie, pero en la realidad es impráctico. Lo mejor que podemos hacer es que se aísle la mayor cantidad de personas posible. Una manera adicional de frenar la reacción sería amarrar las pelotas de ping pong a su ratonera para que no pudieran salir disparadas: #UsaCubrebocas.

Aún no salgas de casa

A mediados de junio (cuando escribo este artículo) estamos muy cerca del pandemónium de pelotas. Se espera, aunque no es seguro, que los contagios confirmados diarios y las muertes alcancen su máximo para finales del mes, lo que significa que en esas fechas las probabilidades de contagiarse serán más altas que nunca. Si hace dos meses te estabas cuidando, hoy tienes más razón para hacerlo.

Después del pico las cosas no van a mejorar rápido, lamentablemente. Regresar a los niveles de contagio de marzo, cuando empezaba la epidemia, va a tomar más tiempo del que nos tomó llegar al máximo. Las epidemias no son simétricas. Se encienden rápido pero se apagan lento, como los rescoldos de una fogata. Y peor aún si soplamos para reavivar el fuego lanzándonos a las calles a visitar amigos y familiares, asistir a fiestas y abarrotar el transporte público.

Todos estamos cansados del confinamiento y extrañamos a las personas que queremos. Ansiamos desahogarnos y dejar de tener miedo. Y muchos tenemos que volver a trabajar (o seguir trabajando), pero aún no es hora de bajar la guardia. Por eso las autoridades han puesto en funcionamiento el semáforo epidemiológico COVID-19 (www.youtube.com/watch?v=ulHFa49VvM8&feature=emb_logo). A mediados de junio todo México está en rojo. Quédate en casa.

Diez-cuatro

Uri Alon y Ron Milo, del Instituto Weizmann de Israel, proponen una rutina cíclica de confinamiento y movimiento libre. Como, en promedio, una persona infectada empieza a ser transmisora del virus tres días después de contagiarse, Alon y Milo proponen trabajar en ciclos de dos semanas de duración con este esquema: cuatro días de trabajo, 10 días de confinamiento (y dividir a la población en dos grupos que trabajen en semanas alternas). Alon y Milo predicen que este ciclo de dos semanas puede reducir a menos de uno el número promedio de personas que contagia una persona infectada: el ciclo 10-4 podría frenar la epidemia sin frenar la economía. El gobierno de la Ciudad de México contempla esta rutina entre las medidas para que las personas regresen a los lugares de trabajo.

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Nuestra única arma es la ciencia

El frenazo a la economía por suspender las actividades no esenciales y cerrar los espacios públicos está causando zozobra y sufrimiento, y va a causar más conforme quiebran empresas y se dispara el desempleo. Las autoridades enfrentan una disyuntiva dolorosa: dejar colapsarse la economía o poner a la sociedad en riesgo de contagiarse. Lo que uno considere aceptable como equilibrio depende de sus convicciones y compromisos políticos, y estamos a merced de los de las autoridades. Pero cuidarnos está en buena medida en nuestras manos. Las precauciones que recomienden las autoridades y las que podemos tomar nosotros individualmente deben basarse en el conocimiento científico que se ha ido acumulando acerca del virus y sus formas de transmisión.

A diferencia de la ciencia caricaturizada que a muchos nos enseñaron en la escuela, con sus verdades eternas descubiertas por genios inspirados por los dioses, la ciencia de verdad —la ciencia en acción— es desconcertante: proliferan las hipótesis, los resultados son tentativos y a menudo se desmienten al poco tiempo. La ciencia no es magia ni la inspiran los dioses, pero sí es la única arma que tenemos para generar conocimiento confiable para combatir a este enemigo. Algunos aspectos del comportamiento del virus se han ido aclarando con el paso de los meses. Cabe esperar rectificaciones, por supuesto, pero he aquí lo que sí está claro.

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Cómo se transmite

El principal modo de transmisión es de persona a persona, por inhalación de las gotas y aerosoles que expelemos al toser y estornudar, pero también al hablar y al respirar. En una investigación reciente se usó iluminación láser para contar las gotitas expulsadas por una persona. Los investigadores contaron 2 600 gotitas por segundo cuando la persona hablaba y descubrieron que hablar más fuerte aumenta el tamaño y el número de las gotas. Luego calcularon que un minuto de hablar en voz muy alta puede producir por lo menos 1 000 gotas portadoras de virus.

Según otro estudio, las gotas más grandes se asientan por gravedad al cabo de unos cuatro minutos, pero las gotitas más pequeñas se pueden quedar suspendidas entre ocho y 14 minutos, como el humo de un cigarro. Así, es mucho más peligroso estar con otras personas en un lugar cerrado que al aire libre. En un estudio realizado en China se encontró que de 7 324 contagios solo uno ocurrió en exteriores y según un estudio japonés, las probabilidades de contagiarse en interiores son casi 19 veces más altas.

Otra investigación realizada en China sobre un brote de COVID-19 en un restaurante mostró que una persona infectada (pero todavía sin síntomas) contagió a nueve más que estaban en otras mesas porque el sistema de aire acondicionado recirculó los aerosoles con carga viral expulsados por esa persona al hablar y respirar. La distribución de los contagiados en el restaurante reveló que se encontraban en el camino de la corriente del aire acondicionado. Las cámaras de vigilancia mostraron que los contagiados no tuvieron contacto directo con el paciente cero. Ni los otros 80 clientes ni los ocho meseros se infectaron pese a que el local era pequeño y no tenía ventanas.

En un brote en un edificio de 19 plantas situado en el concurrido centro de Seúl se identificó que la persona que lo originó trabajaba en un call-center en el piso 11. Más de 1 000 personas convivían en el edificio compartiendo elevadores y áreas comunes. Pero el equipo que estudió el brote encontró que de las 87 personas que dieron positivo en pruebas de COVID-19 en todo el edificio, 84 trabajaban en el call-center. Y de estas, 79 pasaban la jornada laboral hacinadas sin ventilación en el área de teléfonos. En el resto del piso 11 solo se contagiaron cinco personas y en las otras 18 plantas solo tres.

Estos casos sugieren que, en efecto, la principal forma de transmisión no son las superficies que uno toca (botones de elevadores, manijas de puertas), sino las gotitas respiratorias que flotan en el aire. Por eso es necesario usar cubrebocas y mantener la distancia tanto en interiores como en exteriores. Al aire libre es mejor caminar que quedarse quieto en el mismo lugar con otras personas. Las corrientes de aire ayudan a dispersar las gotitas y así diluir la carga de partículas con virus.

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Reactivar la sociedad

Las medidas que están recomendando las autoridades de salud tienden en general a evitar hacinamientos en lugares cerrados. Así, para volver a los lugares de trabajo, por ejemplo, habrá que reacondicionarlos distanciando los puestos de trabajo y separándolos con mamparas, dividiendo a los empleados en turnos de teletrabajo (cuando sea posible) e instalando sistemas de ventilación que no recirculen el aire. Se recomienda usar cubrebocas y no compartir materiales. Las juntas deben ser breves, poco frecuentes, de pocas personas, guardando la sana distancia y hablando en voz baja con cubrebocas. Las personas no deben compartir comida, bebida ni cubiertos y es necesario seguir lavándose las manos con frecuencia.

Repuntes

Corea del Sur, uno de los países que mejor han capoteado la tormenta pandémica, tuvo que dar marcha atrás a su reapertura después de levantar algunas restricciones el 6 de mayo porque el número de casos de COVID-19 llegó a niveles que no se habían visto desde un mes antes. De 79 casos nuevos, 54 se rastrearon a una sola nave comercial. El gobierno volvió a cerrar museos y parques y a recomendar trabajar desde casa y no salir a bares y restaurantes. Y eso que su caso es muy especial: en ese país los números de contagiados y fallecidos fueron muy bajos gracias a un intenso programa de detección, aislamiento y seguimiento de contactos, nada de lo cual se ha hecho en México con intensidad comparable.

En Estados Unidos la decisión de relajar las medidas de protección e higiene en muchos estados dependió en buena medida de la afiliación política de las autoridades. El gobierno federal ha decidido hacer como si no estuviera pasando nada malo con el fin de mejorar las probabilidades de Trump de reelegirse en noviembre. Así, algunos gobernadores del mismo partido que el presidente relajaron medidas básicamente para hacerle la barba a Trump y por miedo a su furia, sin importar que en su entidad los contagios fueran a la alza. En el estado de Nueva York, en cambio, se han relajado algunas medidas con precaución y solo porque ahí lo más grave de esta oleada de la epidemia ya pasó. Ya se han observado repuntes importantes de las hospitalizaciones y muertes en algunos estados. A mediados de junio se temían otros brotes tras las grandes manifestaciones de repudio al racismo y la violencia policíaca que hubo en todo Estados Unidos por el asesinato de George Floyd a manos de un policía de Mineápolis.

En México para finales de junio debería empezar a notarse si el desenfado y la relajación causados por el final de la jornada de sana distancia provocaron repuntes.

El sacrificio sí da frutos

El 8 de junio la revista Nature apresuró la publicación de un estudio realizado por investigadores del Laboratorio de Políticas Globales de la Universidad de California, dirigido por Solomon Hsiang. En una entrevista con la analista política Rachel Maddow ese mismo día, Hsiang dijo: “Este ha sido un año muy difícil. Nos hemos esforzado mucho tan solo para resistir. Las dificultades económicas han sido tremendas en todo el país. Ha crecido el desempleo. Estos costos son muy reales: la gente está padeciendo y resistiendo, y ha sido muy difícil ver qué hemos ganado con todo este sacrificio”.

“Con este estudio”, prosigue Hsiang, “queríamos entender qué beneficios se sacaban de todas estas medidas. Uno no ve las vidas que se salvan. Tampoco ve los contagios que nunca ocurrieron”. Sin embargo, los costos son evidentes para todo el mundo. Las medidas cuyos efectos midieron los investigadores son: restricciones de movilidad, distanciamiento social (cierre de oficinas, fábricas, escuelas, centros comerciales y templos), confinamiento en casa y otras (como extender la duración del periodo de incapacidad médica que conceden las empresas). Hsiang y sus colaboradores compararon la tasa de contagios en numerosas regiones de seis países antes de aplicarse las medidas con los datos que resultaron de haberlas aplicado. Sus proyecciones indican que las medidas de contención pueden haber salvado del contagio a unos 530 millones de personas tan solo en esos seis países. En Estados Unidos, según los cálculos de Hsiang y sus colaboradores, para principios de abril el número de casos confirmados hubiera sido de cinco millones sin medidas de contención. En realidad hubo menos de 400 000.

“Uno de los principales objetivos del estudio era averiguar cómo sacar el mayor provecho sanitario con el menor costo”, dice Hsiang en la entrevista. “En Estados Unidos cerrar oficinas, trabajar desde casa y quedarse en casa han tenido beneficios sanitarios muy grandes. Otras medidas, como las restricciones de transporte, no tienen efectos tan claros”. El objetivo es sobre todo ayudar al resto del mundo a tomar decisiones bien informadas y que equilibren los beneficios sanitarios con el costo económico.

En otra entrevista Hsiang dijo: “No hay en la historia ningún otro esfuerzo humano que haya salvado tantas vidas en tan poco tiempo”. Con Maddow el investigador añadió: “Deberíamos sentirnos orgullosos, pero la pandemia no se ha acabado. Sigue en marcha. Se estaba cayendo el techo y nos unimos para detenerlo, pero por el momento aún lo estamos sosteniendo”.

La normalidad no es para mañana

Sin vacuna no habrá normalidad

Ninguna ratonera activa otras si no tiene pelota de ping pong, lo que equivaldría a ser inmune a la enfermedad. Las pelotas de ping pong solo nos las puede quitar una vacuna. Por eso un montón de laboratorios de todo el mundo han dejado lo que estaban haciendo para entrarle al quite.

Se están probando dos tipos de preparaciones: las tradicionales, con fragmentos de virus, virus atenuados o virus desactivados, y las genéticas, con tramos de material genético del SARS-CoV-2. En ambos casos la preparación tendrá que probarse primero en cultivos celulares y en animales para ver si no es demasiado tóxica y si desata una respuesta inmunitaria suficiente. Luego se probará en personas, con varias etapas para establecer que no tenga efectos secundarios nocivos y que el efecto inmunizador sea robusto, así como para determinar la dosis correcta. Finalmente tendrá que ser aprobada por las autoridades de salud, fabricarse en masa y pasar pruebas de control de calidad.

Todo esto va a llevar tiempo. Se calcula que podría haber vacuna para el verano de 2021. Mientras tanto, tenemos que integrar a nuestras vidas las medidas de protección a las que ya nos acostumbramos. López-Gatell lo comparó a lo que ocurrió después de los sismos de 1985: hoy hemos interiorizado el “no corro, no grito, no empujo”, así como los simulacros periódicos. Ya son parte de la normalidad. Así, también las medidas de higiene, distanciamiento y el uso de cubrebocas tienen que integrarse a una nueva normalidad.

Sergio de Régules es coordinador científico de ¿Cómo ves? y ganador del Premio Nacional de Divulgación de la Ciencia “Alejandra Jáidar” 2019.

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