18 de marzo de 2024 18 / 03 / 2024

Ojo de mosca 226

La opción racional

Martín Bonfil Olivera

Hasta hace no tanto, en la escuela se enseñaba que “el hombre es un animal racional”. Por “hombre”, claro, se entendía el género humano; y la racionalidad era el rasgo por excelencia que nos diferenciaba de los demás animales.

Hoy sabemos que, aunque no existe ninguna especie que presente el alto grado de pensamiento racional de que es capaz el Homo sapiens, sí existen muchos animales –simios y otros mamíferos, pero también aves y hasta moluscos, como los pulpos– que poseen inteligencias capaces de resolver problemas y comportarse de maneras que podrían definirse como bastante “racionales”.

Preocupantemente, en la cultura contemporánea permea cada vez más la extraña idea de que la racionalidad humana no es especialmente importante, y ni siquiera deseable. Se habla de que “no hay que ser demasiado racional”, y se defienden formas de pensamiento “no racionales” como si fueran incluso más valiosas que sus contrapartes basadas en la lógica, la argumentación rigurosa, la evidencia y la discusión constructiva.

Es cierto: no todo en la vida se puede entender de manera racional, ni el análisis razonado soluciona todos los problemas. Las emociones y sentimientos, el amor, las relaciones sociales con parientes, colegas, vecinos, compatriotas; el arte y sus infinitas derivaciones, donde el gusto subjetivo importa y mucho; las opciones de vida, desde el estilo en el vestir hasta la vocación que uno elige, son todos ejemplos donde las decisiones no pueden tomarse sólo con base en la racionalidad.

Pero ello no quiere decir que el pensamiento racional no forme, necesariamente, parte de esas decisiones, y no pueda aportar información utilísima para enriquecerlas.

Sin embargo, oyendo a muchos gurús de la autosuperación simplista, o a los promotores de ciertas variedades de pensamiento místico, parecería que nuestro lado racional es un enemigo interno contra el que habría que luchar cotidianamente, para silenciar su voz y “escuchar nuestras emociones” o nuestro “corazón”.

Quizá se trata simplemente de encontrar el balance justo entre razón e intuición; entre cerebro y emociones: Pero promover la idea de que el pensamiento racional es algo negativo u opcional es, además de falso, peligroso. Sin racionalidad, una sociedad democrática y justa, o la simple convivencia humana, serían imposibles. Basta imaginar una comunidad donde los conflictos no pudieran dirimirse apelando a la razón: ¿cómo podría decidirse qué es justo o injusto, legal o ilegal, correcto o incorrecto? ¿Con base en emociones o juicios subjetivos?

No, evidentemente. Sólo el pensamiento racional, con todas sus limitaciones, ofrece herramientas confiables para tomar decisiones que permitan una vida sensata y una convivencia sana y productiva.

El pensamiento racional no es una opción: es una inevitable necesidad.

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