23 de abril de 2024 23 / 04 / 2024

Ojo de mosca 275

Esperanza

Martín Bonfil

Foto: Barnabey Chambers/Shutterstock

Palabras como fe o esperanza se asocian normalmente con la religión. Pero, como hemos comprobado en estos ya largos meses de pandemia, también podemos tener fe en la ciencia, y depositar en ella nuestras esperanzas.

La fe puede entenderse de distintas maneras, pero es usual definirla como “la creencia en algo sin necesidad de pruebas”. Cuando uno tiene fe en algo, no necesita ser convencido de ello, ni requiere evidencias para aceptarlo. Por el contrario, cualquier argumento o evidencia en contra se estrellará contra el muro inquebrantable de la fe.

Por su parte, la esperanza es la creencia, más o menos firme, en que aquello que deseamos —normalmente algo positivo— se cumplirá, se volverá realidad. Uno puede tener esperanza en hallar un trabajo, en sanar de una enfermedad, en cumplir ilusiones. Pero ¿qué relación tienen estos conceptos con la ciencia, que se caracteriza por su realismo, por no hacer afirmaciones que no estén basadas en evidencias confirmables y en argumentos lógicamente sólidos?

Antes que nada, cuando hablamos de “fe” y de “esperanza” en la ciencia, no podemos hacerlo en los términos absolutos en los que se hace en la religión. La ciencia es, por su misma naturaleza, falible (como toda actividad humana). Pero, al mismo tiempo, esa falibilidad, esa capacidad de reconocer sus errores y fallas, le permite enmendarlos, corregirlos, y de ese modo ir avanzando en la construcción de conocimiento cada vez más sólido, más confiable, acerca de la naturaleza que estudia. El conocimiento científico —a diferencia de las verdades absolutas que manejan las religiones— es siempre provisional y mejorable.

Y sin embargo, desde los primeros meses de la pandemia de COVID-19, la humanidad depositó su esperanza en la capacidad de los científicos para producir vacunas y otros tratamientos para prevenir o curar la enfermedad. Y lo hizo porque, como sociedad, tenemos cierto grado de fe en que problemas como este —una pandemia causada por un virus— pueden ser resueltos por medio de la investigación científica y médica, y la aplicación de sus resultados.

Como hemos visto, dicha fe fue recompensada, pues inmediatamente después de iniciada la pandemia comenzó el desarrollo de múltiples vacunas, y menos de un año después contamos ya con más de una decena de vacunas seguras y eficaces que están siendo aplicadas en todo el mundo, con buenos resultados. Nuestra esperanza en que la ciencia sería capaz de producir vacunas resultó estar justificada.

No podemos decir lo mismo, por desgracia, de la esperanza en que la ciencia produjera también tratamientos que pudieran curar de manera eficaz a los pacientes ya enfermos: seguimos esperando que lleguen. Pero, al mismo tiempo, seguimos teniendo fe en que, con suficiente investigación, tarde o temprano contaremos con ellos.

Fe, hay que decirlo, que no necesariamente tiene que resultar justificada. Porque la ciencia nunca puede garantizar que podrá resolver un problema... solo que hará el mejor y más honesto esfuerzo por lograrlo.

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