19 de abril de 2024 19 / 04 / 2024

Ráfagas 9

Noticias de ciencia y tecnología

Martha Duhne

La más grande aventura del fi n de milenio

Así considera el doctor Ricardo Miledi, investigador del Centro de Neurobiología de la UNAM, al estudio de nuestro cerebro. Esta convicción y su trabajo en ese campo lo han hecho merecedor del Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica 1999, el máximo reconocimiento de Iberoamérica al que puede aspirar un científico. Egresado de la Facultad de Medicina de la UNAM, el doctor Miledi ha dedicado su vida a estudiar la estructura y funcionamiento, tanto a nivel molecular como celular, de diversos canales y receptores que intervienen en la transmisión de señales entre células, lo cual constituye un proceso fundamental en las tareas cerebrales.

Sus aportaciones a la neurobiología se extienden a la investigación de enfermedades como la depresión y la esquizofrenia, y al desarrollo de nuevos fármacos para tratarlas. Asimismo, sus estudios han sido fundamentales para entender cómo afecta al cerebro el consumo de drogas.

Para llevar a cabo con éxito sus investigaciones, el doctor Miledi ha recurrido lo mismo a la clonación de genes y la electrofisiología, que al cultivo celular, entre otras modernas técnicas al servicio de la ciencia. Con más de 40 años de trayectoria científica, más de 450 publicaciones y considerado entre los diez neurobiólogos más importantes del mundo, el doctor Miledi afirma que “Ir a Marte o a otros planetas no deja de ser una idea cautivadora, pero conocer cómo funciona nuestro cerebro es uno de los retos más formidables de la raza humana. Si conocemos ese funcionamiento, seremos capaces de entender y descifrar muchas de las incógnitas de nuestro cuerpo. Es un universo fascinante”.

El sida, cuarta causa de muerte en el mundo

Después del infarto al corazón, los infartos cerebrales y los padecimientos respiratorios agudos, el Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (sida) es la causa de muerte que más se presenta a nivel mundial. Estos datos fueron dados a conocer por la Organización Mundial de la Salud recientemente, lo que sitúa al sida como la cuarta causa de muerte en todo el planeta y la primera en África, donde en 1998 fallecieron 1 830 000 personas por esta enfermedad. El sida dejó el séptimo lugar en mortalidad, que ocupaba el año pasado, en parte por la rápida mejoría en los métodos empleados para estimar la tasa de mortalidad de este mal pero también, como lo ha señalado el Programa de las Naciones Unidas para el Sida (ONUSIDA), porque la epidemia sigue fuera de control. ONUSIDA estima que los nuevos casos de infección por el Virus de la Inmunodeficiencia Humana (VIH), causante del sida, se están incrementando al alarmante ritmo de 6 millones por año. Y esto porque los pro gramas con financiamiento internacional son todavía insuficientes ante la magnitud del problema: en África, por ejemplo, los países con mayores recursos invierten —en conjunto— sólo 150 millones de dólares al año para prevenir las mortales consecuencias de este mal.

Gigantesca nube de smog

La Fundación Nacional para la Ciencia de Estados Unidos y el Instituto Scripps de Oceanografía de San Diego, California, descubrieron la presencia de una gigantesca nube de smog del tamaño del territorio de Estados Unidos, que cubre al Océano Índico. Esta nube, que afecta al clima global y al medio ambiente en general, especialmente al sur de Asia, está compuesta de hollín y de óxidos de azufre, y es producto de la quema indiscriminada de combustibles fósiles por parte de la industria y el transporte en aquella región del planeta. La nube va y viene del mar a la tierra: en invierno, los vientos la mueven desde la India y parte de China hacia el Océano Índico; en verano, regresa al continente asiático donde genera lluvia ácida, que es perjudicial para los organismos vivos.

El lado científico del naturismo

Hoy en día no es raro oír hablar de que todos queremos volver “a lo natural”. Y esto, además, es un excelente negocio: según estimaciones de la Organización Mundial de la Salud, la industria de los productos naturistas mueve alrededor de 500 mil millones de dólares al año, de los cuales 92 mil millones corresponden a los Estados Unidos y 4 mil millones a Japón. Y aquí, como en todo, hay charlatanes y gente seria, improvisados “terapeutas” y científicos que con todo rigor investigan las propiedades curativas de plantas y alimentos en su estado natural para luego aislar sus compuestos activos y desarrollar nuevos fármacos. Se trata de una nueva disciplina científica que en algunos países se conoce como “nutracéutica”; es decir “la farmacéutica de la nutrición” o fitoterapia. Aquí se caracterizan químicamente las sustancias bioactivas que están presentes en muchos de los alimentos que comemos y que no siempre sabemos por qué nos hacen sentir bien. Veamos algunos ejemplos: el ajo contiene un compuesto llamado ácido ferrúlico y es excelente como analgésico, anticoagulante y ayuda a prevenir el cáncer. Las berenjenas contienen licopenos y reducen el colesterol; el brócoli tiene ácido cinámico y protege al hígado, además de ser un muy buen analgésico y, por último, el salmón contiene ácido Omega-3 que combate los tri glicéridos y quema la grasa acumulada en el organismo. Así que ¡a comer mejor!

Reloj neuronal

Investigar la relación entre la conducta y las neuronas en los seres humanos ha constituido siempre una tarea científica sumamente difícil debido a la complejidad de nuestro cerebro. Sin embargo, ese tipo de estudios ha sido posible gracias al uso de animales invertebrados, cuyo sistema nervioso central es más fácil de explorar en virtud de que poseen menos neuronas. Al respecto el doctor Hugo Aréchiga, director del Programa Universitario de Investigación en Salud de la UNAM, ha realizado experimentos en langostinos y acociles (una especie de camarón), con el propósito de estudiar, entre otros aspectos, los circuitos neuronales y algunas de sus funciones, como el movimiento, que han permitido a los animales simples sobrevivir durante millones de años.

A partir de sus investigaciones, el doctor Aréchiga ha observado dos hechos de sumo interés: dichos invertebrados marinos emergen del agua cuando tienen la luz necesaria para ver; es decir, ésta los atrae y, por el contrario, se retraen cuando la luminosidad es muy intensa. Al analizar el tiempo de respuesta de los animales una vez expuestos al estímulo de la luz, descubrió que su respuesta neuronal es de tan sólo unos cuantos segundos. En cambio, su sistema motor tarda en reaccionar (para salir o esconderse) varios minutos. ¿A qué obedece esta tardanza? Según el doctor Aréchiga, al tiempo que lleva el proceso de adaptación al estímulo.

El doctor Aréchiga ha comprobado, además, que existen neuronas especializadas en medir la intensidad lumínica y modular la entrada de luz. Y aquí cabe formular una pregunta: ¿Qué sucede si un día amanece nublado?, ¿langostinos y acociles permanecerían escondidos? La respuesta es no, pues la naturaleza ha dotado a los seres vivos de distintas entradas sensoriales, y en el caso de esas dos especies de invertebrados se ha observado que cuentan con un reloj interno en el cual participan 120 neuronas y seis hormonas.

El misterio de Chixchulub

Una de las hipótesis acerca de que la formación del cráter de Chixchulub, en la península de Yucatán, se debió al impacto de un meteorito que provocó la extinción masiva de los dinosaurios, está en vías de comprobarse. En ello trabaja un grupo de investigadores del Instituto de Geofísica de la UNAM, cuya primera tarea es la perforación de un pozo de 4.5 kilómetros de profundidad, para llegar hasta las capas de sedimentos originarias de la era Cenozoica.

De esta manera será posible tomar muestras de sedimentos de carbonatos y fragmentos de metales del grupo del platino, como el iridio, presentes en cuerpos celestes y dejados por el impacto del presunto meteorito en Chixchulub. Los estudios de estos materiales permitirán, además, conocer la evolución geológica de la península de Yucatán.

Para la perforación del pozo se requiere de la utilización de técnicas similares a las empleadas en la explotación petrolera, para lo que hace falta una cuantiosa inversión: aproximadamente ocho millones de dólares, de los cuales ya se contaba con un millón para emprender los estudios preliminares este mismo año.

El peor de todos los “niños”

Recientemente, la revista Science publicó que entre finales de 1997 y principios de 1998, el fenómeno de “El niño” fue el más fuerte de los que se tienen registrados, con los mayores impactos climáticos en todo el mundo. Lo anterior pudo determinarse gracias a un nuevo sistema de monitoreo del fenómeno, que entró en operación precisamente hace dos años, conocido como el programa de Atmósfera Global del Océano Tropical o TOGA, por sus siglas en inglés, instrumentado por la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos, que incluye mediciones vía satélite y a través de barcos oceanográficos. Así, el programa TOGA estableció que las anomalías detectadas en la región este del Pacífico ecuatorial, implicaron picos de temperatura entre los 28 y los 29° centígrados, con un incremento promedio de hasta 4° durante dicha temporada. Y aunque todavía falta precisar las causas de “El niño”, este nuevo esfuerzo científico permitirá seguirle los pasos con todo detalle a los futuros niños que se presenten.

Elefantes y filósofos

Sergio de Régules

Los verdaderos filósofos son como los elefantes, que al andar nunca ponen la segunda pata en el suelo sin que la primera esté firmemente asentada. Bernard de Fontenelle Conversaciones sobre la pluralidad de los mundos (1686)

IMAGÍNATE que quieres comprar un coche y puedes pagarlo. Lo primero que harás es ir a probar varios modelos para ver cuál te convence y consultarás con otras personas para conocer su experiencia en materia de coches. No te bastan las afirmaciones del fabricante acerca de lo bueno que es su producto; cuando vas a hacer una inversión importante te interesa obtener el mejor producto posible. Los científicos proceden de manera semejante cuando estudian una hipótesis.

Pero al aceptar una afirmación, el científico invierte en ella mucho más que simple dinero: invierte sus convicciones y compromete con esa afirmación su manera de trabajar y de ver el mundo de ahí en adelante. Por lo tanto, el científico se obliga a poner a prueba cada una de las ideas que acepta como verdaderas.

La ciencia se apoya en la convicción de que sólo el experimento es prueba válida de una hipótesis. No importa quién sostenga una afirmación, cuántos adeptos tenga ni durante cuánto tiempo haya gozado de la aceptación de la comunidad. En la ciencia no se valen los argumentos por apelación a la autoridad. La naturaleza –a la cual interrogamos por medio de experimentos– es el único juez del valor de las hipótesis.

Por supuesto sería muy incómodo y poco práctico que cada estudiante de ciencias tuviera que comprobar experimentalmente todo lo que aprende. Por eso los científicos tienen un acuerdo tácito, que casi siempre cumplen, un acuerdo de buena fe: cuando un científico publica un resultado es porque, independientemente de que su conclusión sea verdadera o falsa, él está convencido de que es verdadera; y cuando una comunidad de científicos acepta una hipótesis podemos tener la seguridad de que no han escatimado tiempo ni esfuerzo para ponerla a prueba. Las ideas en las cuales la comunidad científica pone su sello de garantía deben haber satisfecho un gran número de pruebas muy rigurosas.

Si a veces los científicos parecen incrédulos es porque, en efecto, lo son. Es más, los científicos ponen en duda hasta sus ideas preferidas. Johannes Kepler desechó una teoría en la que llevaba trabajando muchos años cuando se dio cuenta de que, por más elegante que a él le pareciera, era falsa. No es poco el valor que se requiere para hacer una cosa así, y creo que en general los científicos son de los pocos grupos que pueden jactarse de poseer este valor.

Así, por ejemplo, como a muchos científicos, a mí me encantaría que nos visitaran seres de otro planeta. Ahora bien, los medios de comunicación nos inundan de anuncios sensacionalistas de encuentros con extraterrestres. ¿Por qué no les creo? Pues porque no ofrecen pruebas. Los científicos, como los elefantes, no bajan la segunda pata hasta que la primera esté bien apoyada. Sólo así se construye la ciencia sobre fundamentos firmes.

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