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Detrás de una manzana

Karol A. Ruiz Velázquez

Ilustración: Carla García

Cuando era niño y estaba en preescolar, con el propósito de introducirme a las matemáticas me pusieron el ejemplo de cuántas manzanas tendría si tengo dos y sumo otras dos; comprendí el tema, pero no me explotó el cerebro. Años después, cuando me enseñaban biología, me explicaron parte del ciclo de la vida con una manzana podrida; de nuevo entendí el tema, pero mi mente no estalló. Cuando estaba en secundaria en clase de física me explicaron cómo funciona la gravedad con la historia de que a Newton se le ocurrió ese concepto cuando le cayó una manzana en la cabeza; como de costumbre solo entendí el tema y pasé de largo. El siguiente año ocurrió algo similar; para ilustrar el proceso químico de oxidación me pusieron de ejemplo una manzana mordida. Todos esos conceptos los entendí e integré a mí vida de manera inconsciente.

Fue hasta hace relativamente poco cuando sí me explotó el cerebro, pues me di cuenta de que esos conceptos describían y permitían entender la realidad: lo inconsciente se volvió consciente y me percaté de que la actitud científica siempre lleva a preguntar cómo funcionan las cosas. Empecé a usar la ciencia para entender hasta las cosas más simples de la vida diaria, lo que cambió mi forma de ver la manera en que funciona el Universo, además de darme cuenta de que todavía hay muchas preguntas por responder y muchas más por hacer… y todo a raíz de entender una pequeña parte de la ciencia detrás de una manzana.