Llave de tuercas 321
Definiciones amplias y estrechas
Ignacio Bazán Estrada

Ilustración: Adrián Pérez Acosta
En este número de la revista te has enterado (o estás por enterarte) de que los comportamientos adictivos no sólo ocurren con sustancias como las drogas: también suceden con las apuestas, los dispositivos digitales, las redes, la comida y más. Casi da la impresión de que todo lo que nos produce placer puede generar adicción, hasta ser un odiador en redes. Pero la adicción es un concepto complejo que no puede entenderse desde una sola perspectiva o una sola ciencia, porque intervienen elementos sociales, afectivos, culturales, económicos y obviamente políticos, y también hay que abordarla ética y moralmente.
La ética es la rama de la filosofía que examina cómo vivimos, cuáles son las consecuencias de nuestras acciones y decisiones, cómo nos relacionamos entre nosotros, si tratamos bien a los demás y qué pasa cuando no. A veces puede resultar un poco abstracta, pero suele ocuparse de problemas concretos, por ejemplo qué sucede si mentimos cuando reprobamos una materia para evitar un problema más grande.
Para estudiar problemas de esta clase tenemos que situarlos en su contexto, porque la ética no busca responder de manera absoluta qué está bien y qué está mal, sino qué está bien y mal en un momento dado. Por ejemplo, la adicción es un asunto neurológico y fisiológico, desde luego individual pero también colectivo, y tiene que ver con la oferta y la demanda y las reglas morales de esta sociedad en concreto.
La filósofa mexicana Paulette Dieterlen Struck, que murió unos días antes de que terminara este texto, trabajó temas de ética, bioética y filosofía política. La filosofía política estudia los problemas que tienen que ver con las relaciones asimétricas entre el gobierno, las instituciones y los ciudadanos. También se ocupa de las políticas públicas, los derechos y las obligaciones económicos y sociales de las personas y de los argumentos morales que se usan para justificar todas esas cosas.
Uno de los problemas principales de la filosofía política es el de la justicia distributiva: cómo distribuimos los beneficios sociales cuando los recursos son limitados. Un ejemplo es la salud: cómo le garantizamos a todas las personas el derecho a la salud cuando las condiciones limitan la atención médica, los medicamentos, los hospitales. ¿Los recursos disponibles se usan de manera adecuada o justa? ¿La salud es un derecho o una necesidad? ¿La distribuimos de manera exactamente igual para todos o depende de las circunstancias de cada quien? La adicción, por cierto, es uno de estos problemas de salud pública, sólo que a veces no se entiende como tal.
En la conferencia “La bioética y su relación con los servicios de salud” (que puedes escuchar en Descarga Cultura, unam) Dieterlen llama “definiciones estrechas” las que ven sólo un aspecto de un problema o fenómeno. Un ejemplo son las definiciones de adicción que incluyen los hallazgos de distintas ciencias pero que no consideran la naturaleza multifactorial de este fenómeno, por ejemplo que se concentran en los aspectos fisiológicos sin considerar los sociales. Tenemos una definición estrecha de la adicción cuando las políticas de salud pública y prevención se enfocan sólo en las personas con conductas adictivas pero no en sus familias, en la violencia que se vive en la comunidad, en qué tan fácil es conseguir sustancias o si hay maquinitas tragamonedas cerca de donde viven.
Las “definiciones amplias” son las que reúnen varios aspectos de una misma cosa. Por ejemplo, la definición de salud de la Organización Mundial de la Salud (oms) no sólo considera los aspectos de las ciencias médicas y de la psicología sino también los sociales y del entorno. Para la oms la salud consiste tanto en prevenir y recibir los tratamientos adecuados como en respirar aire limpio, tener agua potable, poder descansar y tener momentos de recreación.
La definición de la oms de la adicción y de los comportamientos adictivos señala los elementos psíquicos y fisiológicos de la dependencia, pero también la naturaleza social de las sustancias y los comportamientos que pueden causar adicción. Y lo más importante es que explica que la adicción es un comportamiento disfuncional que afecta a la persona, a su familia y a su comunidad —vecinos, escuela, trabajo—. Esta definición amplia de la adicción deja claro que no sucede en un vacío, sino en un contexto comunitario o conceptual.
No sé si vivimos en una época más propensa a las adicciones o si tenemos más cosas a las que podamos volvernos adictos. Pero ahora que la entendemos mejor sabemos que la adicción es un problema complejo que no podemos abordar desde una sola perspectiva, mucho menos una exclusivamente moral. Sólo puede entenderse, y tratarse, con la cooperación de distintas ciencias y humanidades, con la colaboración entre varias formas de conocimiento. Ese conocimiento complejo debe ayudar a construir prácticas de prevención, uso y rehabilitación más humanitarias, que no dañen la dignidad de las personas.
Esto no quiere decir que podamos ignorar los efectos de la adicción, sea en la salud de las personas o en su contexto social. Fijemos una posición moral clara: la adicción produce sufrimiento, y por lo tanto no es deseable nunca, para nadie. Este problema complejo, como otros que enfrentamos, tiene orígenes colectivos y requiere soluciones colectivas. Aunque parezca obvio, somos personas sólo si estamos dentro de una comunidad, cuando somos reconocidos por otros.