28 de marzo de 2024 28 / 03 / 2024

Ojo de mosca 273

De asombros a asombros

Martín Bonfil

Foto: NEOSiAM/Shutterstock

El ser humano es una especie propensa al asombro. Nuestro cerebro, igual que el de muchos otros animales, está programado para prestar atención a los cambios súbitos en el ambiente, o a interesarse en objetos o fenómenos fuera de lo común.

Pero la capacidad de sentir asombro, de quedar fascinados por algo que fija nuestra atención y nos hace olvidarnos por un momento de lo demás, es una cualidad muy característicamente humana (aunque quizá no exclusiva, puesto que algunos grandes simios parecen compartirla).

Ese asombro arrobador, que ocupa el centro de nuestra atención a veces por tiempos muy prolongados —incluso al grado de quitarnos el sueño—, es además una sensación enormemente agradable (no hay que confundirla con otras que también pueden acaparar nuestra atención, como el miedo o la ansiedad). Se trata más bien de una sensación de tipo estético, como lo que sentimos ante una hermosa obra de arte, o un espectacular atardecer.

Y por eso, los humanos solemos buscar activamente fuentes de asombro.

Algunos lo encuentran en el misterio: las cosas, las historias, los fenómenos inexplicables, pasados o actuales. Este tipo de personas se deleitan con aquello que no se puede entender: milagros, apariciones, fantasmas, maleficios, espantos, amenazas ocultas, mitos, conspiraciones internacionales... Su fuente de asombro es precisamente la imposibilidad de entender, de saber qué pasó, pero que permite especular, crear historias posibles, o al menos disfrutar de esa sensación de tener algo en la mente que nuestro cerebro no puede interpretar.

Hay otras personas a las que les incomoda tremendamente esa sensación. Se trata de individuos que buscan respuestas, explicaciones comprensibles que le den sentido a las cosas, y que se resisten a aceptar que algo pueda ser “inexplicable”. Cuando mucho, aceptan que pueda ser inexplicado.

La ciencia es, probablemente, la fuente más rica e inagotable de asombro para ese tipo de personas.

El estudio de la naturaleza, de su inagotable variedad y sus infinitas posibilidades, ofrece un surtido de fenómenos fascinantes que crece cada día, porque el avance del conocimiento científico no se detiene, e incluso parece acelerarse cada año. Y se trata de una fuente de asombro que, a diferencia de los “misterios” que nos dejan en un estado de incomprensión, nos permite entender, nos da la posibilidad de disfrutar racionalmente el proceso de ir comprendiendo qué son las cosas o fenómenos que nos fascinan, cómo funcionan, de dónde vienen, qué podemos hacer con ellos o respecto a ellos.

Si bien la capacidad de asombrarse y disfrutar de algo, aun cuando no lo podamos comprender, es perfectamente válida, el asombro que nos ofrece la ciencia (y también otras disciplinas como la filosofía, las humanidades o la crítica literaria) nos lleva más allá de la contemplación —siempre disfrutable— y nos abre la puerta a la acción. A intervenir, a cambiar, a crear, a inventar, a producir.

Los seres humanos somos propensos al asombro. Pero hay asombros que, además, nos abren puertas.

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