18 de mayo de 2024 18 / 05 / 2024

Ojo de mosca 293

Ciencia y plagio

Martín Bonfil

La palabra plagio significa robo, fraude. El Diccionario de la Lengua Española lo define como “Copiar en lo sustancial obras ajenas, dándolas como propias.” No es casual que en muchos países de América Latina signifique también “secuestrar a alguien”.

El concepto es importante en las artes, donde la originalidad es una de las cualidades que ayudan a definir una gran obra. Un artista que innova, que propone nuevas formas de creación, adquiere fama y reputación. Uno que sólo copia innovaciones de otros no pasará de ser visto como un imitador, un mediocre. Y uno que roba las creaciones ajenas será considerado un criminal, y sometido al escarnio y rechazo social, cuando no a consecuencias legales.

El plagio es también repudiado en las actividades académicas: educación, investigación y creación intelectual en general, incluyendo la ciencia y la técnica. También en ellas el trabajo individual o colectivo es considerado valioso en gran parte debido a su originalidad. Quien primero presenta una idea, hace un descubrimiento, propone una teoría o construye una tecnología obtiene el reconocimiento de la comunidad académica, con el prestigio que dicha prioridad conlleva.

Además, tanto artistas como intelectuales, académicos, científicos e ingenieros adquieren derechos de autor sobre sus productos, entre ellos el derecho a ser reconocidos como los creadores de los mismos, así como a disfrutar de los beneficios económicos que de ellos deriven. Los artistas pueden vender su música, sus pinturas y esculturas. Los ingenieros patentan las tecnologías que inventan o mejoran.

¿Y los científicos? Ellos reciben simplemente el reconocimiento de la prioridad de sus descubrimientos y avances, publicados a través del sistema de revisión por pares en revistas académicas internacionales y arbitradas. Con ello pueden adquirir prestigio y fama dentro de su círculo y, en contados casos, en la cultura popular… y hasta pueden pasar a la historia. Pero, mucho más importante, de dicho reconocimiento depende el sistema de evaluación académica que juzga el desempeño de los científicos en las universidades e institutos donde laboran, y que repercute no sólo en sus sueldos, sino en los fondos que reciben para poder hacer más y mejor investigación.

Curiosamente, ese mismo sistema de evaluación por pares, y la naturaleza pública del conocimiento científico, sirve también como defensa contra el plagio en ciencia. Aunque existen casos famosos en la historia —y hay tutores que llegan a apropiarse del trabajo de sus tesistas— es bastante difícil que un plagiario se salga con la suya al intentar robar un descubrimiento ajeno.

Pero no olvidemos que los científicos se forman en escuelas y universidades, igual que todos los profesionistas. Y es en la educación donde el plagio resulta un grave problema. Quien copia un examen, igual que quien presenta como propia una tesis ajena —sea de licenciatura, maestría o doctorado—, comete un fraude intelectual que no sólo lo perjudica a sí mismo, pues simula aprender en vez de hacerlo realmente, sino a la sociedad en su conjunto.

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