27 de diciembre de 2025 27 / 12 / 2025

Ojo de mosca 323

Elogio de la curiosidad

Martín Bonfil Olivera

Clase: Insecta. Subclase: Pterygota. Filo: Endopterygota. Orden: Diptera

La semilla del pensamiento científico es la curiosidad. Preguntarse por los objetos y fenómenos que observamos a nuestro alrededor, cómo suceden, por qué suceden, qué pasaría si hiciéramos algo distinto al interactuar con ellos… todos son comportamientos naturales y comunes en cualquier ser humano.

Pero, muy especialmente, observamos esta curiosidad incansable en los niños. Los infantes de la especie humana manifiestan constantemente esta ansia de saber que nos es tan natural y que les ayuda a ir entendiendo y a darle sentido a su entorno. En los bebés muy pequeños la exploración se centra en su propio cuerpo: pies y manos, que primero ven como ajenos y luego, al ensayar el control de su movimiento, van asumiendo como parte de su propio cuerpo. Y luego en los pocos objetos a su alcance, que inmediatamente se llevan a la boca en un intento por averiguar más sobre ellos.

Cuando van aprendiendo a hablar los pequeños están constantemente llenos de preguntas, experimentan, dudan… Y al caminar se abre todo un mundo nuevo para investigar, preguntar, probar y aprender, a veces calamitosamente.

Pero no sólo los humanos muy jóvenes poseen esta infatigable curiosidad innata. Basta observar a los cachorros de cualquier mamífero —y a los individuos juveniles de muchas otras clases de animales— para comprobar que se comportan de manera extremadamente similar a un niño pequeño que investiga sus alrededores. No es sorprendente que así sea: nuestros cerebros animales están ya programados por la evolución para ser curiosos.

Porque la curiosidad es la manera que tenemos los animales de explorar, conocer e ir comprendiendo el mundo que nos rodea. Y parte de este proceso —sin importar si somos bebés humanos o cachorros de perro o gato— es realizar pequeños experimentos al interactuar con ese mundo y descubrir, a través de la prueba y el error, si podemos generar un modelo, una explicación de lo sucedido, que luego nos ayude a predecir el resultado del siguiente experimento.

El conocimiento acumulado a través de estas experiencias nos da herramientas para sobrevivir mejor en un ambiente a veces hostil.

En las especies con capacidades de comunicación parte de esta experiencia de supervivencia —qué frutas pueden comerse o no, en qué parajes puede haber depredadores— se transmiten de padres a hijos o entre congéneres. Pero sólo el ser humano, con su avanzada capacidad de comunicarse a través del lenguaje abstracto y de conservar sus experiencias a través de la escritura, ha logrado refinar el proceso de exploración mediante prueba y error hasta transformarlo en un método científico capaz de generar y someter a prueba hipótesis, teorías y modelos que nos ayudan a explicar ya no sólo nuestro entorno inmediato, sino el universo a nuestro alrededor.

Así, partiendo de la curiosidad natural e instintiva, nuestra especie, a través de la cultura, ha desarrollado una ciencia —acompañada siempre de su prima hermana, la tecnología— que se ha convertido en nuestra principal herramienta de supervivencia. ¡Viva la curiosidad!

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